-Quiero que me hagas una casa -le dijo en la cantina don Acisclo, el ricachón de aquel pueblo de pescadores, al Tonto Licho, el loco del lugar.
Al decir eso les guiñó el ojo a sus amigos. Ellos sonrieron, cómplices de la broma. Y es que Licho decía ser, a más de médico y abogado, ingeniero, arquitecto y albañil.
-Se la hago -respondió Licho- si me invita una cerveza y me da 100 pesos de adelanto.
-La cerveza aquí la tienes -contestó don Acisclo tendiéndole una-. Pero has de saber que quiero que la casa me la construyas en el mar. Si te doy los 100 pesos ¿cómo sabré que cumplirás el trato?
Ofreció Licho:
-Lo cumpliré si usté cumple su parte.
-Muy bien -aceptó el rico-. Aquí tienes el dinero. ¿Cuándo empiezas la casa?
Replicó el loco embolsándose el billete:
-Cuando me arrime usté los materiales.
Loco quizás era el tal Licho. Pero tonto no.
¡Hasta mañana!...