Manos de alfarero
Todas las cosas tienen un misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas
Federico García Lorca
El Alfarero puso el material sobre la rueda y dando vueltas al torno te creó.
No sé si por olvido o a propósito dejó en tus manos, y para siempre, el barro que no quieres desprender
De ti. Hizo otra cosa el Alfarero: te enseñó las vetas
Del material, entretejidas como hilos dorados en las paredes y deslaves del arroyito, del potrerillo frente al molino y de los charcos que, al ocultarse, dejan esa tierra fina como crema en la superficie. Esa crema de la tierra tiene un lenguaje que comunica cosas.
Tú la buscabas en todas partes, te daba señales, como regresarte el dibujo de tus pies desnudos cuando la pisabas por el puro placer de hacerlo. Te acuerdas del caballo, cuando hundía sus patas en el barrial ocre y pegajoso, frente a La Tinaja; papá batallaba mucho para sacarlo. Fue en ese tiempo de la infancia cuando lo descubriste, te enamoraste de esa tierra. Claro, todo por artificio del Alfarero.
Me dijiste que en ese tiempo, con la creatividad infantil, empecé a hacer canicas, jarritos y pequeñas cazuelitas crudas, que al paso de los días se convertían en polvo.
Cosas simples. Creo que todos los niños jugamos con el lodo, sólo que el mío era especial, cribado por el tiempo y con la fragua natural. Sigo con el barro pegado en las manos, con todas sus partículas en el cedazo de mis dedos, dando forma a las ideas que me sugiere el camino. El fuego les imprime color y resistencia, a veces formas diferentes y caprichosas, las ideas se queman para convertirse en poemas de barro.
La tierra está en todas partes, tú sólo le das vida, con textura de estrellas comprimidas, gotas que se juntan después de la tormenta o tejidos del barro que se hilvanan.
Dunas del desierto o corales del mar.