Coexistencia
Existir no es suficiente. El ser humano crece en la coexistencia. Quienes no pueden coexistir, en el fondo son muy pobres, miserables del alma, para Victor Hugo. El 5 de febrero de 2024 será recordado como un monumento a la incapacidad de coexistir.
Coexistir, para comenzar, con nuestra historia, porque en Querétaro se reunieron los que sí pudieron anteponer un proyecto de nación a sus diferencias personales. Pero la coexistencia comenzó antes, con la convocatoria de Carranza a una gran reunión nacional el 1 de octubre de 1914 en el Teatro Morelos, en Aguascalientes. Villistas, carrancistas y, posteriormente, zapatistas, dieron así vida a la coexistencia de la Convención Revolucionaria, o de Aguascalientes. Erigida en soberana, la Convención exigió distancia de los caudillos, rompería con Carranza, para furia de este. Designaría a Eulalio Gutiérrez como su primer presidente y así daría cauce a una fantástica y delirante discusión sobre los asuntos nacionales que duraría dos años. La ruptura con Carranza no impidió que muchos de los postulados de esa caótica -y no tanto- reunión itinerante, fueran incorporados al proyecto carrancista de Constitución. Derechos agrarios, de familia, de la niñez y muchos más. De allí surgieron las ideas de impulsar reformas económicas, sociales y políticas que se habían ventilado en los largos años de la confrontación de ideales.
La Convención fue un fracaso político, pero también fue un brillante desfile de ideas, comparable a la Convención Francesa. Hombres iletrados sentados junto a juristas de la talla de Luis Cabrera o F. Palavicini en el ala conservadora, cercanos a Carranza, o Múgica, Jara que impulsaron los artículos 27 y 123. O Gildardo Magaña, voz del zapatismo. Coexistencia difícil que se convirtió en un importantísimo venero de ideas verdaderamente progresistas. Así, dos años después, en septiembre de 1916, los vencedores, guiados por la visión de estado de Carranza, podrían convocar la Constituyente. Pero la impronta para México ya estaba labrada: coexistir.
Eso se conmemora el 5 de febrero por los tres poderes, el nacimiento de la primera constitución social del siglo XX -antes que Weimar- resultado un acto de civilidad suprema: la coexistencia. Esa Constitución -de tipo flexible- ha dado cabida a alrededor de 700 modificaciones, es una verdadera excepción en Centro y Sudamérica. Ayer fue la antípoda de la coexistencia. Un solo hombre -convertido en mesías en decadencia- a sabiendas de carecer de las mayorías necesarias, pretende destruir herencias que no puede digerir. Los diputados de partido, primer paso a la proporcionalidad, son de principios de los años sesenta, y fueron impulsados por el PAN. La representación proporcional que dio entrada a la pluralidad que el país se merecía y necesitaba, proviene de la Reforma Política de 1977. El derecho a la información, también quedó en nuestra Constitución desde ese mismo año. Fue Fox -25 años después- el que impulsó la normatividad que dio vida al IFAI -hoy INAI- y el mandato para la creación de los institutos estatales. Fue una ampliación de los derechos ciudadanos. La reforma al Poder Judicial que dio vida a una nueva etapa de esa Institución fue impulsada por Zedillo. Fue Salinas el que impulsó la autonomía del BANXICO, y creó, apoyado en J. Carpizo, la CNDH. Fue en junio de 2011, con Calderón, cuando se promulgó la gran reforma de derechos humanos, consensuada con la oposición. Peña Nieto consensó once reformas estructurales para el parto de su gobierno, incluida la Ley Federal de Competencia Económica que dio vida a la COFECE. Era una exigencia de la economía global. La coexistencia es muy fecunda.
Ayer por desesperación de un individuo -que se sabe el primer presidente sin una herencia institucional sólida- se decidió organizar una función de circo con él en las tres pistas: presidente, candidato, líder de MORENA. Su incapacidad de coexistir con el México plural, lo castra. Va solo.