De Política y Cosas Peores
El marido de doña Colotona pasó a mejor vida. Quiero decir que se murió. Hizo bien, pues toda esposa tiene derecho por lo menos a 10 años de viudez. El funeral del señor fue muy sentido, con abundancia de dolientes y conceptuoso elogio fúnebre a cargo de un compadre del desaparecido, que dijo acerca de él muchas hermosas mentiras. En el momento en que el féretro descendía a la tumba un mariachi interpretó las emotivas notas de “Las golondrinas”, y aunque a la viuda no le dio el ataque derramó un buen número de lágrimas, que si bien no llegaron a 20 tampoco fueron menos de 10, lo cual mereció la aprobación de la concurrencia. Al salir del cementerio el tal compadre se acercó a la esposa del finado y le dijo en la puerta misma del panteón: “Estimada comadre: quiero que sepa que siempre me ha gustado usted. Si antes no le di a conocer mi sentimiento fue porque el compadre nunca la dejaba sola. Pobrecito, pero siempre tuvo el don de la inoportunidad. Hablo de su vida, no de bajada. Ahora es usted libre, y yo actúo como si lo fuera. Permítame decirle que deseo iniciar con usted una relación que trascienda los estrechos límites de lo espiritual y nos ofrezca a ambos los inefables goces derivados de lo puramente corporal. Sé que no es el momento de tratarle este delicado asunto, pero me atrevo a mencionárselo tan precipitadamente porque no quiero que otro hombre se me vaya a adelantar”. De inmediato respondió la viuda: “Cómo no me lo dijo antes, compadrito. Ya me entendí con el que toca el tololoche en el mariachi que interpretó ‘Las golondrinas’”. Linda palabras es ésa, tololoche, antes llamado toroloche en Yucatán. Equivale en cierto modo al guitarrón, que cumple en el mariachi la función del contrabajo. Su nombre proviene del castellano “toro” y el maya “loch”, que significa abrazar. A los antiguos pobladores de la península les pareció que el voluminoso instrumento se asemejaba a un toro que el intérprete sostenía entre los brazos, y le dieron ese nombre, “toroloche”. Como en la lengua maya no existe la letra ere pasó a decirse “tololoche”. De eso trata un artículo en la preciosa y preciada “Enciclopedia yucatanense” (no yucateca, obsérvese), de la cual, en 11 tomos, soy ufano poseedor. Ese valioso diccionario, y las canciones de la trova yucateca (no yucatanense, obsérvese), figuran entre las muchas bellas cosas que me gustan de la tierra del faisán y del venado que dijo Médiz Bolio y que cantaron Guty y Palmerín. Advierto, sin embargo, que me he apartado del propósito de este artículo dominical, el del humor, paréntesis semanario en la ímproba tarea que a mí mismo me he fijado, la de orientar a la República. Vuelvo a lo festivo. El padre Arsilio preguntó: “¿Cuál es la diferencia entre adulterio y fornicación?”. Levantó la mano una de sus feligresas: “Señor cura: yo he hecho las dos cosas, y se siente exactamente lo mismo”. Lord Feebledick sorprendió a su esposa, lady Loosebloomers, en ilícito trance de refocilación con Wellh Ung, el pelirrojo mancebo encargado de la cría de los faisanes. “Bloody be! -exclamó olvidado de la flema británica-. ¿Para esto te pago, bellaco?”. “No, milord -respondió con gran cortesanía el follador-. Esto lo hago en forma totalmente gratuita”. En el Bar Ahúnda don Mandilo les comentó a sus compañeros de copa: “Voy a sugerirle a mi mujer que compartamos los quehaceres de la casa”. Le preguntó uno: “¿Te has vuelto feminista?”. Dijo él: “No. Lo que pasa es que yo solo no puedo hacerlos todos”. Susiflor le dijo a su amiga Rosibel: “Cuando me pongo este pantalón no puedo separar las piernas. Ha de estar hecho de lana virgen”. FIN.