‘El bálsamo y la herida’, un poema
La buena poesía no tiene caducidad, eso lo sabemos de antemano, pero si pertenece a un lote del cual debemos aludir y reconocer donde la encontremos, debemos preservarla como un bien poco común, éste es el caso del nuevo poemario de Petronilo Amaya.
Este literato netamente duranguense, mediante su poesía -llena de musicalidad y añoranzas- nos hace acercarnos a un alivio rotundo.
Entre las diversas cualidades del contenido de “El bálsamo...” destacan las emociones que propicia y esa inquietud indeleble de exprimir el lenguaje al máximo, en estos textos, de corta extensión, queda plasmada y se hace evidente.
Es bien sabido que hablamos de un poeta desprovisto de ambiciones materiales y que con esa sencillez que lo caracteriza, muy difícil de alcanzar, por cierto, nos entrega versos que al leerlos develamos su niñez, transcurrida en Coneto de Comonfort, llena de carencias, pero con la riqueza de lo esencial, atesorado en aquel territorio. Buscando nuevos horizontes, es verdad, tuvo que migrar, aunque Coneto nunca salió de él, y siempre emerge en sus creaciones.
Inquietante con sus amigos y compañeros escritores, Amaya ha luchado por mejorar la promoción literaria y acercar más personas a la literatura, creando una comunidad dedicada a fortalecer el oficio literario.
Nuestro estimado poeta Amaya, con esta obra, profundiza un campo de emociones y revocaciones, entre la estrecha línea de nuestra niñez y nuestra madurez, volviendo a tiempos que en algunas situaciones no fueron del todo buenas, pero él - auténtico bardo- tiene la magia para pasear, cuando así lo desee, por su casa, con un balero mal labrado. Yo puedo percibir la emoción y el impulso que en sus ojos pernocta al jugar, más aún, veo su emoción al recordar el sonido cuando cae el balero en el palo de madera y así anota un emboque. ¿Es así como él sabe a ciencia cierta que la vida gira en al aire?
Del juego del balero se observa cómo la rapidez y uno que otro golpe que se tenga que recibir se avanza, para llegar a atinarle: así pasa también en el juego de la vida, para lograr satisfactorios emboques.
BALERO DE RECUERDOS
Con un balero
-de madera mal labrada-
desgajé las tardes de mi infancia
mientras mamá regaba su jardín
y los marranos comían moloncos
y las gallinas graneaban migajas.
Con una cuerda ataba barril y palo,
luego hacía girar el balero en el aire
echando capiruchos dobles o triples.
Del balero emergía un son
que recorría los rincones de la casa
y se ampliaba como arroyo
en días de tormenta.
Del barril al eje, al tallo
el sonido mi infancia coreografiaba;
desde entonces mis días tienen de fondo
el resonar del barrilito aquel:
lo imprescindible si regresa es por su ritmo.
La esfera aún gira en el aire
buscando del eje que la reimpulse;
el canto, certero, hace capirucho
y zurce mi alma:
la evoca(n)ción atrapa.
El balero de mi infancia
me pone a punto del festejo:
los días giran y caen justo en el eje,
la vida se juega sus recuerdos.
Con poemas bien logrados, con ritmo y precisión de cada palabra, el poemario “El bálsamo y la herida” se va integrando por los apartados: Poesía, Rasgos, Interludio, Intermitencias y melancolías. Lúdicos y codas, en los cuales Amaya retoma a temas que son obsesivos en su camino literario, rememora su infancia como un espacio llameante y purificador que a su vez es faro y niebla para encontrar raíces o a través de la delineación padre omnipresente, como figura tutelar que lo guía.