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El filósofo de Güémez

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El filósofo de Güémez

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR 6 jun 2024 - 11:05

Güémez es un poblado de Tamaulipas, situado en el centro esta entidad federativa. El caserío existe desde los tiempos de José de Escandón, militar fundador de varias villas y hoy ciudades de la entonces provincia de Nuevo Santander, entre ellas el pueblo del que ahora nos estamos refiriendo.

Cuando quien esto escribe vivía en Victoria, capital de Tamaulipas, se enteró de un filósofo ficticio a quien se le atribuían todas las redundancias. Este singular personaje, según la leyenda que conocí en ese tiempo, era autor de frases tan célebres como "Lo primero es lo primero" o "el que sabe, sabe". También se le puede atribuir la doble redundancia que reza: "por eso estamos como estamos, porque somos como somos". Luego la leyenda se amplió y se le colgaron otras linduras a tan egregio personaje.

Un breve peregrinaje por internet permite enterarme que el Filósofo de Güémez es identificado por lo menos con dos personas cuyos nombres son José Calderón Castillo y Juan Mansilla Ríos, ambos habitantes de este poblado, aunque ninguno de los dos nació ahí.

Quien quiera que fuera, lo que tenemos por cierto es que se trata de un personaje, más que de una persona individual. Lo más seguro es que a falta de un sujeto conocido a quién echarle la culpa por alguna perogrullada, la gente atribuía este tipo de frases a un sapientísimo pensador proveniente de un pueblo nada destacado y que podía albergar a cualquier dicharachero, y así surge el gran filósofo autor de las más respetadas máximas, semejante a Lao-Tse (que literalmente significa viejo maestro) o Confucio, palabra también con significado de gran maestro.

Ya le conté que viví en Victoria, Tamaulipas y ahí me enteré de la existencia de este imaginario pensador de las más obvias redundancias, pero también conocí al entonces profesor Ramón Durón, en ese entonces líder de Las Juventudes del PRI, en favor del cual el Congreso de Tamaulipas cambió la legislación para que pudiera ser diputado local, pues su corta edad le impedía acceder a este cuerpo legislativo. De ese tamaño era el carisma del joven Ramón, quien además estudió Derecho y se convirtió en abogado.

Ramón Durón escribió un libro cuyo título era precisamente El Filósofo de Güémez, personaje a quien (supongo razonablemente) admiraba, y además por un tiempo escribió una columna periodística cuyo título honraba al ignoto intelectual, y mi magra memoria me dice que esta colaboración periódica apareció por un tiempo en El Siglo de Torreón. Pido perdón si me equivoco, pues no me fue posible confirmar el dato, parte de los pocos jirones de memoria que me permiten evocar acontecimientos y personas ligadas con ellos.

De cualquier manera, el Filósofo de Güémez es autor putativo de algunas frases manidas pero felices, semejantes a las compuestas por el señor Perogrullo. Pero como el número de redundancias es limitado, Ramón y otros escritores ampliaron el menú de obviedades con otras perogrulladas para dar cuerpo a sus textos.

"Como dijo el filósofo de Güémez" inicia el discurso de quien citará una redundancia poblada de obviedades, luego suelta la máxima risible, como "Lo hondo siempre es profundo", o "lo que está bien está bien, y lo que está mal está mal".

No podemos negar cierta sabiduría a este tipo de frases, pues a pesar de la obviedad, a veces es necesario recordar, cuando afirmamos que "una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa", que de seguro entendemos que todas las cosas son iguales a sí mismas pero diferentes entre ellas, sin embargo simulamos no saberlo y nos comportamos como si no conociéramos las diferencias entre acciones o entre cosas diversas tal vez por ignorancia, apatía o conveniencia. Lo mismo sucede con la última frase reproducida al final del párrafo anterior, la cual nos recuerda que debemos preferir hacer bien las cosas, de lo contrario nos exhibiremos como ignorantes o malhechores.

El filósofo de Güémez es ingenuo, sí, pero también su filosofía alcanza cierta profundidad.

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