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El Templo de Santa Ana y Alberto M. Alvarado

El Templo de Santa Ana y Alberto M. Alvarado

SERGIO SÁNCHEZ CARRASCO 11 ago 2024 - 04:03

Las historias que rodean al templo de Santa Ana no se limitan a la leyenda de su inexistente campana de oro. En esa edificación se han escrito páginas importantes de nuestra historia local; por ejemplo, ahí fue la primera vez que un pequeño de familia humilde llamado Alberto M. Alvarado hizo una presentación musical, que constituyó el banderazo de salida para convertirse, con los años, en un respetado músico que triunfó en México y el extranjero, dando prestigio a Durango.

El niño Alvarado vivía cerca del templo de Santa Ana y acudía a misa frecuentemente, por lo tanto, sabía de memoria todas las intervenciones musicales litúrgicas. Cuando se presentó un imprevisto en una de esas ceremonias, él entró al rescate. Esa anécdota la compartió en un artículo periodístico llamado "Cómo gano en mi vida los primeros dos pesos", publicado el 15 de noviembre de 1923, e incluido en mi libro "Alberto M. Alvarado a través de El Tiempo". Enseguida reproduzco los segmentos más importantes de dicho texto, porque son valiosos para aquilatar que el templo de Santa Ana fue la cuna de uno de los más grandes músicos durangueños. Dice don Alberto M. Alvarado:

"Llegando el día de San Francisco, el 4 de octubre del año de 1869, se verificó en el citado templo una solemne función en honor del santo del día; era domingo, y por la tarde los músicos se fueron a tocar a los toros y faltaron a tocar al rosario. Llegó la hora, el sacerdote subió al púlpito y seguramente no habría habido música si una señora llamada doña Josefina Prado, viendo que no se presenciaba ni un solo músico, se fue hacia el piano, lo abrió, me llamó, me pregunto si sabía unos misterios cuya letra comenzaba con "Bendita sea tu pureza", y como yo le contestara en sentido afirmativo, hizo un preludio en el piano y comenzamos el misterio. Grande fue la sorpresa para el sacerdote y todos los fieles que se habían enterado de que no habían concurrido los músicos, y que de pronto, cuando el padre dijo: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, se escucharon los acordes del piano y la voz de un niño que nadie conocía. Se cantó todo: los misterios, la letanía, la salve, y la señora Prado contestó las respuestas en latín a la hora de cubrir.

La solemnidad se había salvado y terminada, me iba yo a retirar a mi casa, cuando la señora me dijo "no te vayas muchachito, voy a hablar con el padre, aquí espérame". Se fue hacia la sacristía y pocos momentos después, me dijo un monaguillo que me llamaban el padre y la señora. Me fui a la sacristía, donde me recibió con un abrazo el padre dominico, quien me pregunto si ahí estaba mi madre, diciéndome que la llamara, pero como yo le contestara que yo estaba solo, me dijo entonces: "llévale esta monedita de oro y dile que te la guarde como primer dinero que ganaste en tu vida", y me entregó un escudito de a dos pesos; "ahora, merienda, que después te irán a dejar a tu casa". Aquella tarde fue la segunda vez que yo tomé chocolate en mi vida, pues que antes lo había tomado el día que me bautizaron, a los dos años de haber nacido, que fue cuando mi padre regresó a Durango, después de la guerra de intervención.

Cuando llegué a mi casa y la persona que me fue a dejar contó todo lo que había pasado, mi madre me abrazó llorando y llenó de besos.

Quien había de decirme que 25 años más tarde, había de sentarme a la mesa de la familia real de España. Después, había de ser recibido por el presidente de los Estados Unidos, el coronel Teodoro Roosevelt, en su casa de Nueva York. Y como artista, había de estrechar la mano a los presidentes de México: don Porfirio Díaz, don Francisco I. Madero y don Venustiano Carranza, quienes tuvieron para mí finas atenciones, y de los que guardo un profundo recuerdo"

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