Féretros y ataúdes
Desde el inicio de la humanidad hemos dado culto a los muertos, o más exactamente, nos hemos sentido incómodos cuando disponemos de los cadáveres porque nos vemos en ellos y esperamos que nuestros deudos tengan el mismo cuidado que tuvimos con nuestros difuntos cuando nos llegue la hora. Queremos descansar en un lugar digno y cómodo.
Los indígenas mexicanos, en vez de meterlos en un ataúd, envolvían a sus muertitos en petates (algunos siguen haciéndolo), así, los deudos veían que el fallecido no recibía directamente el golpe de la tierra en el momento de ser sepultado, por eso cuando alguien se muere, coloquialmente decimos que se petatea, es decir, en vez de que lo embalen en una elegante caja, es envuelto en un humilde petate, de ahí el verbo coloquial que nos envía a una sepultura en extremo pobre.
Por esa razón se inventaron los muebles para cubrir con cuidado y hasta con amor a nuestros seres queridos que han partido al más allá. Para este propósito se han fabricado contenedores en diferentes formas y materiales según la cultura a la que pertenece (o más bien pertenecía) el difunto.
Empezamos con el féretro, cuya palabra viene del sustantivo latino Feretrum, y como usted puede notar, tuvo muy pocos cambios cuando pasó a nuestra lengua. Pero los romanos tomaron esta palabra a su vez de los griegos, quienes decían Fereo (o Phereo según otras transliteraciones del griego al español) para decir llevar. De ahí salió el vocablo Pheretron, que designaba una cosa sobre o dentro de la cual se llevaba otra, como las andas, las camillas, las literas y también los ataúdes. Entonces, si los griegos llevaban a un difunto dentro de un cajón, lo hacían (como genéricamente sería en cualquier otro artefacto) en un féretro.
También tenemos el ataúd, que no es exactamente lo mismo que el féretro, y cuya designación viene de la lengua de los árabes, esos conquistadores que se apoderaron de España durante muchos siglos. Ellos decían que Attabút era una caja donde se depositaban los cadáveres para poder enterrarlos con dignidad. Sin embargo, los árabes tomaron esta palabra del arameo, lenguaje en el que les decían Tebutta a esas cajas donde se depositaban los cadáveres. Como ve, amable lector, no se trata de cualquier caja como en el idioma griego, sino de una especial que solo admite cadáveres como contenido, ahí está la diferencia entre féretro y ataúd.
Por favor no confunda estos conceptos con el catafalco, que es más bien una plataforma elevada para que se ponga sobre ella el cadáver que recibirá honras fúnebres muy solemnes. Entonces el catafalco no es una caja, sino una mesa.
Por último, está el sarcófago, que no siempre se parece al ataúd o féretro, pues suele tener forma humana, a veces muy parecida al difunto que tiene adentro.
En su origen, sarcófago y carnívoro significan lo mismo, aunque no lo parezca, pues la primera palabra proviene de los vocablos griegos Sarkós, que significa carne, y Fago, que en el mismo griego quiere decir comer. Carnívoro por su parte proviene del latín Carnivorus, con el mismo significado del español. Aquí salta a la vista que la palabra está compuesta por carnis, que en castellano decimos carne, y otro también sustantivo latino: Vorus, que viene a ser "el que se alimenta", por lo que, en su origen, aunque el significado cambia notablemente, carnívoro y sarcófago son la misma cosa.
Entonces, el sarcófago es también una caja funeraria, pero muy especial, porque su forma se parece al difunto que trae adentro. Estos artilugios extraños los utilizaron frecuentemente los antiguos egipcios porque se acostumbraron a dar culto a los antepasados de una manera muy especial, y para hacerlo con más solemnidad, embalsamaban, cuidaban y emperifollaban a los difuntos, sobre todo si se trataba de personas ricas o ilustres, como los faraones.
Pero si no queremos complicarnos la vida, mejor decimos caja de muerto.