¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!
Pasó por él su fina, su delicada esteva,
Abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
Es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?
Daba sombra por una selva su encina hendida
El día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
A La de Ojos Profundos se dio sin resistir.
Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna;
Almohada de sus sienes, una constelación;
Canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!
Como un henchido vaso, traía el alma hecha
Para volcar aljófares sobre la humanidad;
Y era su vida humana la dilatada brecha
Que suele abrirse el Padre para echar claridad.
Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
Púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, cómo aroma, me cuenta,
Las plantas del que huella sus huesos, al pasar!
Gabriela Mistral
(1889-1957).