La presidenta y el ogro
Mientras la 4T avanza a tambor batiente y la presidenta Claudia Sheinbaum sienta las bases del segundo piso, el aturdimiento de las oposiciones y los grupos de poder les impide articular un discurso persuasivo y un plan social y electoralmente competitivo frente a la fuerza apabullante de Morena. El Gobierno utiliza todos los instrumentos a su disposición para profundizar el cambio de régimen. Los movimientos del PAN y el PRI son inmediatamente anulados por la aplanadora de Morena, PT y Verde. La vieja partidocracia actúa a espaldas de sus bases y de los votantes contrarios al proyecto iniciado por Andrés Manuel López Obrador. La incuria y la falta de liderazgo facilitan la tarea de la 4T para ejercer el poder por mucho tiempo.
En estas circunstancias, la reacción vuelve a cifrar sus esperanzas en Estados Unidos, su refugio histórico. Durante la Revolución y otros procesos cruciales para México, Washington determinó, según su conveniencia, el ascenso y caída de las facciones en pugna y de sus respectivos caudillos. Sin embargo, la situación de hoy es distinta. La alternancia de 2018 conjuró el riesgo de un cambio violento. El PRI perdió el poder no por las armas -condición sine qua non para entregar el mando del país, según la perspectiva del fallecido exlíder de la CTM, Fidel Velázquez-, sino con votos. La legitimidad de la presidenta Sheinbaum y el vigor del movimiento que lidera, tras el retiro de AMLO, le permiten afrontar el asedio de las fuerzas internas y externas para que alinee su agenda a sus intereses.
La expectativa de que el proteccionismo y el endurecimiento de las políticas migratoria y de seguridad de la administración de Donald Trump ablanden al Gobierno mexicano y lo obliguen a ceder ante la oligarquía y las calificadoras de riesgo, entusiasma a los sectores que siempre han antepuesto sus intereses a los del país. Empero, la interdependencia económica de México y Estados Unidos representa un freno por sí misma. La presidenta Sheinbaum tiene negociadores diestros y calificados para sortear la tormenta: José Ramón de la Fuente y Marcelo Ebrard, secretarios de Relaciones Exteriores y de Economía, respectivamente. Ebrard lidió ya con Trump, como canciller, en el Gobierno de AMLO.
Con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), inaugurado en 1994, el intercambio comercial se erigió en uno de los pilares en la relación bilateral, observa el analista René Rodrigo Domínguez. No obstante la incertidumbre causada por las renegociaciones de 2017 y 2018, nuestro país es hoy el principal socio comercial de Estados Unidos por encima de China y Canadá, advierte. En el bienio 2022-2023, EUA importó de México bienes por más 475 mil millones de dólares; en el mismo lapso, las compras al gigante asiático representaron 427 mmdd, una baja del 20%. La tendencia obedece, en parte, a tres factores: a) el éxito de industrias mexicanas como la automotriz; b) los aranceles sobre las importaciones chinas; y c) la respuesta estratégica de China con respecto a las tarifas («La relación entre Estados Unidos y México: continuidades y cambios en 2024», Foreing Affairs, 17.09.24).
«Las crecientes tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos generan un panorama económico y comercial» favorable a México, pues le permiten continuar su expansión de exportador «robusto en el mercado estadounidense», apunta Domínguez. La integración económica de Norteamérica, empero, demanda «estrategias más fuertes», acompañadas de políticas tendentes a «aprovechar y maximizar los procesos de deslocalización cercana (nearshoring)». La revisión del TLCAN, en 2026, puede llevar «a momentos de inestabilidad e incertidumbre» que dañen la agenda económica y las relaciones comerciales. En este escenario, «conservar las fortalezas económicas en la relación bilateral» es vital, dice el experto.