No hay rancho que valga
Andrés Manuel López Obrador se encamina a los últimos días y horas de su sexenio como Presidente de México. Su ruta de salida se rodea de gestos, exabruptos, amenazas, expropiaciones, remembranzas y semblanzas. Todos los días se inauguran obras, se castiga a críticos, se honra su imagen, se hacen movimientos tácticos para preservar su influencia en el futuro gobierno y se anuncia entre líneas una continuidad sin ruptura. A lo mucho, puede afirmarse un relevo generacional al disminuir la edad promedio de los miembros del gabinete.
Todo indica que López Obrador reclama para sí el liderazgo de su movimiento político. Se plantea una división de tareas, que puede resultar artificiosa, entre el partido y la administración pública. Por una parte, su hijo Andrés queda como Secretario General del movimiento; por la otra, la Presidente electa Sheinbaum pide licencia a Morena y le pide que no se comporte como un Partido de Estado. Las relaciones entre el próximo expresidente y la futura Presidenta, se presentan totalmente alineadas.
Se comienza a perfilar un posible Maximato. La operación política para aprobar la Reforma Judicial, atropellada y mafiosa, revela la subordinación de la gran mayoría de la clase política, a la influencia de López Obrador. Con ello, todos ellos reconocen que, por encima de programas y discursos, es el liderazgo carismático de López Obrador la condición esencial de asignación de poder político dentro de las filas de la coalición triunfante.
El culto a la imagen a través de diversos programas sociales y el carácter hegemónico de la comunicación política en favor de López Obrador, resultaron condiciones eficientes para la victoria electoral. Paradójicamente me recuerda a la relación de Salinas de Gortari con el Programa "Solidaridad". No veo, por lo pronto, razón alguna para asumir que tales activos vayan a ser amenazados por la nueva administración.
Recordemos que la movilización política puede ser encaminada a un Referéndum Revocatorio. Con ello, se facilita la continuidad. Por un lado, la gratitud por las gracias recibidas y por otro, el temor a un conflicto de consecuencias indeseables afianza dicha continuidad. Solo los ilusos creen que López Obrador se irá a su rancho, o que alguien lo pueda mandar para allá.
Así las cosas, como sucede en los Maximatos, sólo la autocontención del líder garantiza la racionalidad del poder. En este terreno, tampoco hay que tener muchas esperanzas. La manera avasalladora con la que la maquinaria política proceso la Reforma Judicial, deja claro que las prisas del Presidente "que se va" son las que imponen el ritmo de la agenda política.
Además, en las últimas semanas sus críticos más constantes y calificados se ven expulsados de los medios, electrónicos, inclusive en algunos impresos, para acallar la ira presidencial. La salida de Aguilar Camín, Castañeda o Dresser de Televisa, la de María Amparo Casar o Fernández de Cevallos de Radio Fórmula, dejan prueba clara de la nueva comunicación política que se pretende instaurar en el país.
Lo paradójico es que fue en ese ambiente de libertades y equilibrio que se trazó el proyecto político de López Obrador. Hoy se busca garantizar mediante el garrote vil, que esas condiciones no se vuelvan a reproducir. A él nadie lo persiguió como él persigue a sus adversarios. Es de preocuparse que el pudor que en algún momento sirvió para orientar la acción política y mitigar su carácter autoritario hoy se desvanezca. Hay que decirlo con todas las palabras. Las acciones recientes de López Obrador no guardan recato alguno. Que nadie se le resista, o que quien lo haga, asuma las consecuencias.
Especialmente delicado es este nuevo trueque de impunidad por obediencia. En el corto plazo, siempre da resultados, pero en el largo, sólo enquista la corrupción. Bajo el paraguas de Morena, hoy se cobijan muchos políticos que en su momento fueron señalados de corruptos. La desvergüenza con que lo hacen, sólo se equipara a la que en su momento usaron para abusar del poder. Tanta docilidad convenenciera que hoy aceita la máquina del poder, la puede oxidar después. La descomposición moral del régimen que viene de atrás, no se ha revertido, sólo se ha disciplinado. En cualquier caso, corrupción e impunidad siguen presentes en el régimen político. Sólo Dios sabe hasta cuando se pueda sostener este movimiento.