Un 2 de noviembre
Es día de muertos, los colores reverdecen, las coronas florean en los mercados, se venden como pan calientes, cempoales rodeados de cañas, calaveras de azúcar... las velas y campanas, ni casuales.
Los recuerdos repicotean el sitio donde olvidamos los rasgos de los muertos. Dibujos en la mente, la vida que se fue, ninguno regresa del descanso de siglos. No es el tiempo, muertos viejos abren caminos junto a la vela que lagrimea, llama viva en huesos viejos.
Los que se fueron sin quererlo, tal vez ni los suicidas lo quisieron. Todos nos apegamos a la vida al destino donde un futuro asoma por el hueco hecho ruido de un suspiro.
Sin ojos se inicia el desfile de los muertos, abren brecha a pesar de los años sus rostros cobran fuerza, resurgen las palabras, después el murmullo de los muertos nuevos los ahuyenta, los vuelve a encerrar en el polvo que se llama olvido.
La marcha no termina: amigos tronchan su vergel han invernado, las que no dieron fruto, los equilibristas por el hilo quebradizo de la vida, jugando a romperlo, al fin ha roto.
Todos los que se fueron del fragmento de vida, dejaron una muesca que a veces aparece, duele, como duelen los años que se van de las manos.
Ellos los muertos, sólo este día, allí están...