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Ferrería, un gigante dormido

Veronica Castro Bojórquez

Elegantes fiestas, grandes banquetes, costosas pinturas y mobiliario, y hasta tesoros escondidos, son algunas de las impresiones y recuerdos que los duranguenses tienen de la ex hacienda La Ferrería de Flores, construida por orden del hacendado y empresario Juan Nepomuceno Flores, con el único fin de que fuera la casa de los técnicos que laboraban en la entonces Ferrería San Francisco de Piedras Azules.

Luego de ubicar la Ferrería de Piedras Azules, en 1847, Nepomuceno Flores llamó a técnicos ingleses para que instalaran ahí una planta siderúrgica con la más alta tecnología. Decidió construir instalaciones complementarias al alto horno instalado para producir acero, y así surgió la Hacienda de La Ferrería, en 1851, misma que sirvió como asistencia técnica de la fundidora y donde habitaron los técnicos del horno.

Al morir el dueño de la hacienda, en la década de los ochenta del siglo XIX, todas sus propiedades fueron heredadas por sus hijos. La hacienda quedó en manos de su hija Rosa Flores y Quijar, quien radicaba en la Ciudad de México, pero decidió rentársela a su hermana Ángela (esposa del entonces gobernador Juan Manuel Flores y Flores), para que siguieran explotando la fundidora, y en esta nueva etapa cambió su nombre a Ferrería de Flores.

Después de una época de ganancias, y con el paso del ferrocarril por el Cerro del Mercado, se decidió crear la Compañía Mexicana de la Montaña de Fierro, justo en el cerro que hoy domina esta capital. Sin embargo, el fierro comenzó a disminuir su calidad, y la Ferrería de Flores fue quedando en el olvido, hasta que en 1895 se dejó de explotar el metal.

Con la muerte de Juan Manuel Flores, la hacienda se comenzó a utilizar como casa de campo de la familia. En 1899, la fundidora se rentó a los propios trabajadores, pero una noche, misteriosamente, ocurrió un incendio que arrasó con la fundidora y la hacienda.

Ya en ruinas pasó por diferentes propietarios: José Saracho fue quien la adquirió de la familia Flores y Quijar, y a su vez la vendió al gobernador Elpidio G. Velásquez, en 1940. Donde estaba la fundidora se instaló un corral para criar venados y la “casa grande” fue desmantelada “para buscar tesoros” (en ese tiempo se quitaron las rejas para venderlas fundidas; las vigas, muros y pisos de mármol fueron también vendidos) quedando completamente desmantelada.

Incluso, Elpidio G. Velásquez regaló al ejido la maquinaria de la fundidora, y en 1942 vendió el resto como fierro viejo.

Hasta 1965, Roberto O. Anderson creó un fideicomiso y adquirió la casa, restaurándola para convertirla en una estancia de campo. Contrató al guitarrista Rosalío, “Chalío”, Salas Ceniceros como administrador de la casa, y él se dio a la tarea de restaurarla y amueblarla. Tras cinco años de esfuerzos, la hacienda era nuevamente habitable, e incluso se instaló ahí la Casa de Cultura Duranguense. Además, Anderson, quien era petrolero y texano, acondicionó la residencia con muebles de colección traídos de su casa en Estados Unidos.

En 1980, empero, se la vendió a Gerhard Mertins, quien fue acusado como presunto traficante de armas por el periodista Manuel Buendía. La gente decía que había sido miembro de un movimiento pronazi; de todo ello no hubo pruebas pero, finalmente, se fue del país, y la casa quedó de nuevo en el abandono.

La expropiación

Para entonces, José Ramírez Gamero, gobernador del Estado, lanzó un decreto de expropiación de la casa y sus muebles, en donde se precisó que la casa se utilizaría “para beneficio público”. El Congreso local ratificó el embargo y se determinó que la “Casa en ruinas de Ferrería” sería utilizada para museo. El gobierno estatal expropió la construcción en 1986.

Se decidió entonces albergar ahí al Museo Nacional de la Revolución. Por esas fechas se terminó de restaurar la Casa de Gobierno y se resolvió trasladar la mayor parte de los muebles de la Casa Grande a ese lugar.

Debido a que la vivienda de Ferrería quedó casi sin muebles, se decidió contratar a una decoradora para que no se notara que la hacienda había sido saqueada. Se compraron recámaras nuevas en Mueblería Central, redecorándose la casa mientras se concluía el proyecto del Museo de la Revolución, que al final nunca se concretó.

En 1992, ya como gobernador, Maximiliano Silerio Esparza, se preocupó por la Ferrería, y se practicó un inventario, dándose cuenta que no coincidían los registros de la expropiación, por lo que, a lo largo de un año, se volvieron a reiventariar los muebles.

SEDE FRUSTRADA

Continuó la idea de montar un museo y se pensó en el del Mueble. Pero, en 1994 se decidió crear el Museo Regional de las Culturas Prehispánicas de México. Tras un largo proceso de negociaciones con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (que peleaba por que dicho museo se instalara en el Sitio Arqueológico de La Ferrería), finalmente el INAH decidió que la colección que seleccionada para Durango se fuera al Museo de Historia de Monterrey, y se dejó atrás el proyecto original.

Para entonces, Javier Guerrero Romero, director de Asuntos Culturales, negoció con el pintor, muralista y grabador duranguense, Guillermo Ceniceros, para instalar un museo de arte contemporáneo, que tendría además dos salones dedicados a los pintores mexicanos más importantes del siglo XIX: Ángel Zárraga y Guillermo Ceniceros. Este último decidió entregar a Durango obra de gran formato, y lo siguiente fue usar la Hacienda La Ferrería como la sede idónea del Museo de Arte “Guillermo Ceniceros”.

tercera Y vencida

Así, el 3 de agosto de 1998 se inauguró el Museo de Arte “Guillermo Ceniceros”, con museografía de Rodolfo Rivera (entonces director del Museo Universitario de Ciencias y Artes), con el objetivo de difundir la obra de Ceniceros, además de brindar un espacio a las exposiciones itinerantes que manejaba el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Mayela Torres, directora del Museo, declaró que actualmente reciben mil 500 visitantes mensuales, mismos que sólo pueden presenciar la obra de Guillermo Ceniceros, pero no de las exposiciones temporales que en algunas salas se montaban con gran éxito. Sus horarios son de martes a domingo de 10:00 a 18:30 horas, en el poblado La Ferrería.

En litigio

Por otro lado, desde la expropiación de la hacienda, la propiedad entró en litigio, una vez que los herederos de Gerhard Mertins, Joerg Thomas y Helmut Gerhard Mertins a través de su apoderado, Jesús Edgardo Guillén Reyes, representante de la Fiduciaria Banamex, reclamaran la anulación del decreto de expropiación, pues según su versión, el objetivo del embargo no se cumplió, y menos se conservó la hacienda como cervo cultural en conjunto; es decir, conservando su infraestructura, pinturas, muebles, y todo lo que en ella había antes de la expropiación.

Después de analizar los hechos, la justicia federal determinó la anulación del decreto expropiatorio. Aunque el actual gobernador Ángel Sergio Guerrero Mier ha extendido el litigio con estrategias jurídicas para alargar la controversia y evadir la aplicación del mandato. Para la justicia federal tal procedimiento es ya inoperante, pues el Juez de Distrito dictó la sentencia donde se ordena la reversión de la expropiación.

Para el historiador Javier Guerrero Romero, el decreto de expropiación sí cumplió su objetivo, puesto que en dicho documento se estipulaba que la ha

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