Para Mayela del Carmen
Ubicado en el extremo Sur de la enorme depresión continental conocida como Bolsón de Mapimí, Cuencamé es punto de referencia de la extensa planicie mexicana.
Centro minero y escala obligada en el paso del Norte, cruce de los caminos interoceánico y central del país, ha florecido a la vera del camino por su ubicación privilegiada en el desierto, como por el trato de su gente.
No siempre ha sido así, por cientos de años sus habitantes hubieron de sortear los peligros del desierto, la falta de agua, tan escasa, tan precaria, que ha obligado a su uso racional; debieron luchar contar el aislamiento y el abandono, producto de la inseguridad de los caminos, de los asaltos a manos de los indígenas cocoyomes, luego por los tobosos, los tepehuanes o los zacatecos, frontera al fin entre las tribus nativas de la Nueva Vizcaya, incluso debieron vencer la adversidad contra los apaches.
DIFÍCIL COMIENZO
El primer asentamiento español en este lugar fue una pequeña misión que estableciera hacia 1583 el fraile Jerónimo Panger, de la Orden de los Hermanos Menores de San Francisco, quien, avanzando desde la custodia de Zacatecas, había llegado hasta estos lares.
El asentamiento no prosperó por lo que hubo de ser abandonado rápidamente, por la presión que ejercían los indígenas de la región, de los grupos tobosos y cocoyomes, quienes rápidamente fueron conocidos por su espíritu indómito, por lo que les llamaron desde entonces “los bárbaros del desierto”.
En agosto de 1594 el padre jesuita Francisco Ramírez describe la incipiente construcción en la localidad de lo que posiblemente fue una iglesia primitiva. Cuatro años después, el 23 de enero de 1598, el jesuita Juan Agustín de Espinosa inició formalmente la repartición de tierras para fundar la Misión de Santiago de Cuencamé.
REAL DE MINAS
Las riquezas de las minas de las sierras de San Lorenzo y Santa María, cercanas a la población, propiciaron que en 1601 el conquistador español Pedro de Morcillo estableciera el Real de San Antonio de Cuencamé, separado solamente por el pequeño arroyo aledaño de la Misión de Santiago, que estableciera tres años antes en 1598.
La población se desarrolló pronto y, a decir de las descripciones que hicieron los diversos viajeros que la visitaron durante la época colonial, el Real de San Antonio se convirtió en una floreciente villa del desierto de la Nueva Vizcaya. Paso obligado a las poblaciones del árido septentrión, desde aquí se podía llegar a Mapimí, y era una de las rutas para acceder a Parras y Saltillo.
La actual iglesia de San Antonio se inició a construir en el gobierno eclesiástico del obispo Benito Crespo, posiblemente hacia 1728. Parece que para 1761, de acuerdo con las descripciones del obispo Pedro Tamarón y Romeral, la edificación estaba terminada.
Fue tal la riqueza de esta población, que incluso se autorizó a principios del siglo XIX el establecimiento de una casa de ensaye y casa de moneda, para procesar los metales preciosos que se recibían de las minas de la región.
LUGAR DE INDIOS
La presencia de los grupos guerreros del desierto siempre significó uno de los más grandes obstáculos para el desarrollo de los asentamientos españoles.
Permanentemente asediados los caminos, con asaltos frecuentes a las recuas que conducían lo mismo metales preciosos producto de la labor minera, que alimentos y enseres para la vida diaria de los pobladores.
Aun a pesar de estas adversas condiciones, el Real de San Antonio de Cuencamé logró sortear la más de las veces la amenaza de los pueblos indios, aunque debió vivir permanentemente fortificado. En algunas ocasiones el sitio sufrido hizo mella en la propia población, e incluso el saqueo e incendio por parte de los nativos llegó a destruir parte de la población.
Todavía muy avanzado el siglo XIX, se recuerdan en la población los ataques de indios apaches, quienes destruyeron el pueblo, saquearon las casas y raptaron a numerosas mujeres, por lo que el Gobierno del Estado hubo de intensificar sus esfuerzos contra los indígenas para lograr la pacificación del territorio.
SEÑOR DE MAPIMÍ
En Jueves Santo de 1715, cuando la población del Real de Santiago de Mapimí se encontraba en procesión llevando a cuestas la imagen de Jesucristo crucificado, fue sorpresivamente atacada por los indígenas de la región, aparentemente un grupo de tobosos sublevados, quienes destruyeron por completo la población, dando muerte a la mayoría de los habitantes de la misma, que se encontraban en la ceremonia religiosa.
En la confusión del ataque, un grupo de feligreses logró llevarse la imagen sagrada hacia un sitio más seguro en la serranía de Jimulco, donde la ocultaron bajo ramas de mezquite, permaneciendo en este lugar por muchos años.
La imagen, encontrada tiempo después por una escolta militar, fue trasladada al Real de San Antonio de Cuencamé, por considerar a éste el lugar más seguro de la región.
El Santo Señor de Mapimí se venera desde entonces en un altar lateral de la Parroquia y, según la leyenda, nunca más pudo ser trasladado a su población de origen, porque cada vez que se intentó aumentaba su peso o crecía de tal modo que era materialmente imposible llevarlo fuera del templo.
TIERRA DE GENERALES
Cuencamé fue una población notable en el movimiento revolucionario iniciado en 1910, puesto que, de las diversas familias que allí vivieron, cerca de 20 jóvenes que siguieron la carrera de las armas destacaron de tal forma que todos obtuvieron el grado de general; por ello se reconoce a este lugar como la Tierra de Generales.
La mayoría de los generales oriundos de Cuencamé militaron en las filas villistas, y reconocieron como su jefe principal al general Calixto Contreras, uno de los militares de más limpia trayectoria y que prestigiara a las fuerzas villistas.
En 1913 las tropas del Gobierno Federal, en represalia por el apoyo y participación a los revolucionarios comandados por Francisco Villa, azotaron la población e incendiaron la gran mayoría de sus casas, con lo que se destruyó una de las más prósperas y pujantes poblaciones del semidesierto.
ASÓMESE
Qué ver
En Cuencamé hay lugares para visitar, que no debe dejar de visitar cuando pase por ahí.
-Parroquia de San Antonio de Padua. En este lugar podrá apreciar la imagen de bulto del célebre Santo Señor de Mapimí, en su retablo de madera barroco. En la misma iglesia podrá conocer otro retablo, también en madera, de formato más pequeño pero no menos importante; ambos están descubiertos de su característico dorado, pues según la tradición le fue suprimido para evitar que fuera robado durante las luchas armadas del siglo XX. En este mismo lugar podrá admirar otras valiosas obras de arte religioso, como el monumental retablo de ánimas del Purgatorio o un excepcional cuadro de Nuestra Señora del Carmen, ambos del siglo XVIII.
-Reloj de sol. En el atrio de la iglesia parroquial podrá reconocer un curioso y bello reloj de sol, fabricado durante el Porfiriato. Si visita la población en un día soleado, podrá comprobar la precisión de este antiguo instrumento que aún funciona.
-Plaza de Armas. La Plaza de Armas es un bello lugar para descansar a la sombra de los frondosos árboles que la cubren. Es realmente un remanso en el abrasador y candente sol del desierto durangueño. No pierda la oportunidad para degustar una de las exquisitas nieves en barquillo que allí mismo venden.
-Torre del reloj. En la Plaza de Armas encontrará el reloj conmemorativo que se construyó recientemente, semejando la forma de un torreón que recuerda las fortificaciones que se levantaron para lograr la subsistencia de la población.
FUENTE: Investigación de Javier Guerrero Romero.
SABOREE
Recomendaciones culinarias
Cuencamé es famoso por sus establecimientos para comer las 24 horas del día. En las inmediaciones de la Parroquia de San Antonio encontrará una gran cantidad de puestos de comida rápida y antojitos, sazonados y guisados con la peculiar sazón del desierto.
Si llega por la noche, de madrugada o al amanecer, deléitese con un espléndido menudo rojo o pancita de res, la que debe aderezar con orégano al gusto y su infaltable chile piquín, y acompañarlo de recién torteadas y calientitas tortillas de maíz.
A cualquier hora del día encontrará las insustituibles gorditas, particularmente le recomendamos las de queso, hechas con frescos asaderos de Yerbanis; las de asado rojo, condimentado con hojas de laurel, y las de rajas de chile verde; son, sencillamente, deliciosas. No deje de probar las peculiares tortillas de asadero y las exquisitas y famosas gorditas de cuajada, o las semitas de trigo.
Hay un lugar especial para desayunar, una pequeña y conocida fonda atendida por los descendientes de su fundador. Es un lugar donde puede disfrutar una gran variedad de guisados y comidas regionales. Ahí se puede servir directamente de la cacerola o de la sartén, donde guisan junto a usted. Los frijoles con jocoque fresco son deliciosos, al igual que las gorditas de cuajada calientes, o los variados guisados que diariamente se realizan. Antes de desayunar pida que le sirvan un “desempance" para empezar el día. Se trata de un “caballito” de sotol, de un buqué delicado, finamente perfumado.
Si requiere de una visita guiada no dude en buscar en la Presidencia Municipal al profesor Anacleto Hernández, cronista de la población, quien con gusto le llevará a reconocer los lugares y sitios histórico de la población.
RUTA
Cómo llegar
Para arribar a la Tierra de Generales existen varias alternativas.
Desde Durango
-Tome la carretera federal número 40 con destino a Torreón; poco más allá de la mitad de la distancia a esa ciudad, cerca del kilómetro 138, llegará a Cuencamé.
-Otra vía más corta (unos 135 kilómetros) es por la Autopista a Torreón. Siga por esa rúa hasta el kilómetro 110, donde encontrará la caseta de Yerbaniz; salga de la autopista a su derecha y dos kilómetros más adelante llegara a esa población. En el entronque, vaya a la izquierda unos 23 kilómetros más para llegara a Cuencamé.
Desde Torreón
-Salga por la carretera federal número 40 con destino a Durango, en el kilómetro 110 encontrará a Cuencamé.
-Siga la ruta más corta (unos 102 kilómetros). Tome la autopista con destino a Durango y cerca del kilómetro 90 encontrará una caseta de cobro; tome la salida para seguir por la vía libre. Unos 12 kilómetros más adelante, llegará a Cuencamé.
¿SABÍAS QUE...?
... Durante la Revolución Cuencamé aportó a los ejércitos en contienda más de 100 oficiales de alto rango. En la foto, el Gral. Calixto Contreras.