Antes de las diez de la mañana, las calles en el Centro Histórico comienzan a llenarse por los paseantes; no obstante, algunos comercios permanecen cerrados. Aún existen múltiples adornos multicolores con motivo de las fiestas patrias.
Por la calle Progreso, entre Pino Suárez e Isauro Venzor, reina la quietud. Poca gente transita por el tramo; sin embargo, es cuestión de tiempo para que empiece el desfile de hombres que van en busca de sexoservidoras.
Una señora de aproximadamente 50 años se encuentra parada en la puerta de un hotel. Se le pregunta si ya llegaron “las muchachas”. Contesta que ella hace el aseo en el lugar y que todavía no arriban, que no tienen horario. “Pero vayan allá enfrente, a lo mejor sí están”, recomienda.
Al cruzar la calle, una puerta estrecha enmarcada por la deteriorada fachada del edificio es la entrada a un prostíbulo. En el pasillo inicial una mujer trapea. El acceso es limitado por unas puertas de madera en las que resalta la leyenda “prohibido el paso a menores de edad”.
Al compás que cumple con la limpieza del sitio, platica que tiene cerca de 20 años trabajando en ese lugar; sin embargo, atestigua que no está contenta con su labor.
Trabajar en un establecimiento en donde el negocio es el comercio del sexo le impide profesar su religión como ella quisiera. Dice que es católica pero no comulga, no se confiesa. Todos los días -subraya-, se encomienda al Todopoderoso para que la cuide.
Luego afirma que le gustaría cambiar de empleo pero con resignación atribuye su actual condición a que no estudió, así que sólo allí encontró ingresos para su familia.
Con tanto tiempo en ese sitio manifiesta que ha visto pasar a muchas mujeres. La mayoría son de Durango, pero otras tantas son oriundas de los demás estados de la República.
Añade que después de la fiestas de la ciudad no hay tantos clientes; por eso, algunas de las sexoservidoras optan por irse a otro lado a probar suerte.
“Pero yo creo que esta clases de lugares son necesarios para los hombres, porque aunque estén casados, siempre andan viniendo”, opina.
PEREGRINAR
CONSTANTE
La primera en entrar al inmueble es una chica morena, de grandes ojos cafés y delgada, luciendo un pronunciado escote. Se le pregunta la razón por la cual se involucró en el oficio. “Pues por la necesidad, tengo dos hijos”, responde sin detenerse mucho. La intendente expone que la muchacha proviene de un estado del sur del país.
Entre la conversación, de vez en cuando pasan varones por el pasillo. Hay algunos con desgastadas ropas, sucios. En contraste, hay quienes lucen recién bañados. Lo mismo jóvenes que maduros. Pero todos con un propósito en común.
Pronto llega otra joven. Vestida con pantalón negro, blusa, zapatos y accesorios color rosa-combinada de pies a cabeza-, saluda sin mucho entusiasmo.
Su nombre queda en el anonimato y con cierta timidez accede a compartir algo de su vida. Entra al edificio que no es más que una serie cuartos con un patio pequeño. Sube las escaleras y entra a una habitación sin ventanas en la que se encuentra una cama matrimonial y una mesita con un espejo. Las paredes están pintadas de azul oscuro pero eso no impide que se note su suciedad.
Narra que hace ocho meses decidió prostituirse, cuando su esposo la abandonó y se fue de la ciudad. Tiene dos hijos.
Indica que ella proviene de Chihuahua y emigró a Durango al lado de su cónyuge. En la “tierra de los alacranes” tiene algunos parientes lejanos.
Asegura que buscó otras opciones de trabajo, pero no le resultó sencillo, así que con dos bocas qué alimentar, el pago de la renta, la luz y una larga lista más, se decidió a vender su cuerpo.
Su cuota es de 100 pesos pero, a su vez, tiene que pagar 30 pesos por el alquiler del cuarto por cada cliente que entre con ella. Comenta que los varones están un tiempo máximo de 15 minutos. “Imagínate, si con eso uno ya no los aguanta, qué sería si se quedaran una hora”, abunda.
Y es que a veces debe soportar múltiples humillaciones. La tratan como un objeto. Le recuerdan a cada instante que le pagan por sus servicios, así que debe acceder a todas sus pretensiones. La otra cara de la moneda es que, en ocasiones, se ha topado con señores que le demuestran ternura y que, incluso, le exhortan a cambiar de estilo de vida.
sobrevivir
EN LAS SOMBRAS
La familia de esta mujer ignora que se dedica a la prostitución. Dependiendo de la actividad que se registre en el burdel, puede estar toda la tarde. Siempre pide una alcoba que le permita tener cierta visibilidad a la escaleras, ya que de esta forma está al pendiente de las persona que entran.
Y es que en ocasiones van conocidos de su esposo o bien sus vecinos, así que debe estar alerta para no ser descubierta y, en caso de que vea algún rostro conocido, esconderse con rapidez.
Piensa retirarse de esto muy pronto, cuando acabe de cubrir algunas deudas que tiene. Recibir en su lecho a toda clase de hombres es una actividad sin muchas gratificaciones.
Indica que hace varios años le quitaron la matriz al diagnosticarle cáncer; de esta forma, no se preocupa por quedar embarazada. Pero a causa de las múltiples enfermedades que existen, como el Sida, es una exigencia el preservativo.
Remarca que ella es dueña de su cuerpo, así que trata de seleccionar a sus clientes con el fin de proteger su integridad física.
La idea de encontrar una nueva pareja no le resulta tan atractiva, pero agrega que su anhelo es dejar de llevar esa doble existencia, pues no quiere que la rechacen y la señalen de una forma despectiva. Además, entre sus mismas compañeras hay envidias y pleitos, así que ese ambiente es un tanto hostil.
La charla se ve interrumpida por un hombre que se asoma al aposento sombrío. Es hora de atender al primero del día.
De esta forma, la puerta se cierra, pero en las escalinatas ya hay otros dos varones en espera de su turno. Y afuera, en la calle, un niño está sentado en la banqueta, mientras se pone los zapatos ve a los individuos que entran al viejo inmueble.