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Editoriales

Mozart, prodigio y misterio

Salvador Barros

Este año se cumplen 250 años del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, y el mundo entero lo celebra. ¿En qué consiste el genio de su música, su indudable universalidad? ¿Por qué es el más admirado entre los músicos de Occidente? Aquí, una mirada sobre esas incógnitas, que recorren su obra y su vida

"Nunca has tenido actitudes infantiles, ni de jovencito, ni siquiera de niño. Tu seriedad era tal que nadie se hubiera atrevido a distraerte con una mínima broma cuando te sentabas a tocar el clavecín. Tu expresión siempre fue tan solemne que personas de diversos países, al observar el temprano florecimiento de tu talento y ver tu pequeño rostro siempre serio y pensativo, dudaban -no sin tristeza- de la posibilidad de que llegaras a vivir largamente".

En esta carta escrita el 16 de febrero de 1778, Leopold Mozart, padre de uno de los músicos más prolíficos de Occidente, revela extrañamiento ante la seriedad de su hijo, poco habitual en la infancia: el niño había nacido adulto y seguramente, presagia su padre con pesar, consumiría su propia vida con la misma voracidad con la que absorbía toda la experiencia musical de su entorno.

A los cinco años, Wolfgang Amadeus Mozart comenzaba a escribir sus primeras piezas y a ejercer cierto dominio sobre las distintas formas musicales mientras que su destreza en la ejecución del clave y del violín sorprendía a quien tuviera oportunidad de escucharlo. El prodigio había nacido en Salzburgo, el 27 de enero de 1756. Hijo de un vicemaestro de capilla, violinista y compositor además de reconocido pedagogo, Leopold Mozart y de Anna Maria Pertl.

La ansiedad porque el desarrollo del joven talento encontrara un ambiente más propicio que la provinciana Salzburgo obligó al padre a invertir algo más que todo su dinero en la capacitación de su hijo. "Le debo este acto al Dios Todopoderoso; si no actuara así, podría ser juzgado como la más desagradecida de las criaturas. Es mi deber convencer al mundo de la existencia de este milagro", escribía Leopold en 1768. El niño -ese milagro que Dios había permitido que naciera en Salzburgo- debía viajar, alimentarse de la alta cultura de Europa, empaparse de mundo. Y el mundo debía conocer las especiales habilidades del prodigio.

Los viajes que acabaron con las finanzas de Leopold pusieron en riesgo la relación con su empleador, el príncipe arzobispo de Salzburgo, y probablemente contribuyeron a debilitar la salud de su hijo. Pero el pensamiento musical de Wolfgang Amadeus -su universalidad- está ligado de manera indisoluble a la experiencia de esos viajes.

En una carta que escribió de regreso de su último y algo frustrante viaje a París, cuando tenía ya 22 años, Wolfgang mira el pasado y confirma su necesidad: "Un hombre de talento superior (el cual no puedo negarme a mí mismo sin ser un impío) se estropea si permanece siempre en el mismo lugar".

Si es cierto que los viajes en sí no diferenciaban a Mozart de una gran cantidad de músicos que recorrían Europa en carruajes incómodos para tomar contacto con las posibilidades laborales que ofrecían otros países, sí es indiscutible que su enorme talento y la habilidad de su padre para encontrar sin pérdida de tiempo los más adecuados contactos y maestros sirvieron de catalizador para el aprendizaje, le permitieron desarrollar desde sus primeros años los rasgos diferenciales en su estilo.

UN PENSAMIENTO

UNIVERSAL

La música de Carl Philipp Emanuel Bach se le reveló a los seis años, en Viena. El nombre de este hijo de Bach aparece ya en la partitura del concierto pasticcio para piano KV 40; sin embargo, su influencia más notable habita en las fantasías para piano KV 397 y KV 475, escritas por Mozart con base en la obra tardía de Carl Philipp Emanuel.

Un año más tarde, partió a París y luego a Londres. Wolfgang publicó en París dos pares de sonatas para violín y piano -su primera música impresa- además de entrar en contacto con el círculo de músicos e intelectuales parisinos.

La experiencia de Johann Schobert, el músico silesiano residente en París, fue absorbida rápidamente por Mozart pese al manifiesto desagrado de su padre, quien resumía en la personalidad de este músico la decadencia de la sociedad parisina de aquellos tiempos. La música de Schobert estuvo presente a lo largo de la vida de Mozart no sólo a través de las sonatas, que Mozart gustaba presentar como material de estudio a sus propios alumnos, sino como cita directa en algunas de sus composiciones.

Luego, en Londres, las improvisaciones al clavecín junto con Johann Christian, el menor de los hijos de Bach, fueron el comienzo de una larga relación y de una influencia definitiva en la música de Mozart. Testimonian el vínculo, entre otras obras, los tres conciertos para piano que escribió en 1771 siguiendo el modelo de cuatro de las seis sonatas para clavecín o piano forte que el Bach inglés había escrito en 1768.

Un segundo viaje a Viena, en 1767, marcó el comienzo de los desencuentros de Mozart con el poder. La finta semplice, su primera ópera escrita por encargo del Emperador, jamás fue estrenada. Una carta de su padre describía las intrigas que impidieron la representación y que involucraban al renombrado reformador de la ópera Christoph Gluck.

El programa de viajes de Mozart incluyó un recorrido por Italia. Entre 1769 y 1773, los Mozart viajaron por el territorio del que provenían las más grandes novedades en el campo de la ópera. En Bologna, el compositor e historiador Giovanni Battista Martini hospedó al joven; en esa estancia recibió la herencia del contrapunto bachiano pero también la información sobre las corrientes musicales más actuales.

Sin duda, su paso por Italia produjo una gran aceleración en su formación profesional. Su primera ópera seria, Mitridate, rè di Ponto fue comisionada en Milán y representada una veintena de veces en el Teatro Reggio Dúchale. El éxito de Mitridate trajo un nuevo encargo: Lucio Silla, un título de poca difusión que cerró su carrera en la península. Mozart tenía ya 16 años; el que había sido antaño sorprendente niño prodigio debía abrirse camino en un mundo musical gobernado por profesionales que, alineados detrás del compositor y teórico Gluck o de Piccini, enfrentaban el gusto francés contra el italiano, mantenían vivos los dogmas a la vez que ignoraban los destellos que empezaban a aparecer en el nuevo estilo vienés. Una época cargada de manifiestos en los que las composiciones de Mozart y su ausencia de pronunciamientos estéticos no encajarían.

BAJO EL SIGNO

DE HADYN

Este desajuste lo alejó de la posibilidad de acceder a los cargos dentro de la Corte que él y su padre ansiaban. Sin embargo, por unos pocos años ejerció la condición de músico dependiente: la muerte de Schrattenbach, príncipe arzobispo de Salzburgo y empleador de Leopold, le brindó al joven Mozart la primera oportunidad de poseer un cargo como músico de la Corte. Hieronymus Colloredo fue el iluminista sucesor del arzobispo con el que Mozart mantendría una difícil relación laboral.

A su regreso a Viena, en 1773, la nueva música de Joseph Haydn lo marcó profundamente. Los seis Cuartetos para cuerdas K 168-173 parecen escritos bajo la influencia de los cuartetos op. 20 de Haydn así como la Sinfonía en Sol menor, K 183 manifiesta relaciones con la sinfonía nø 39 en sol menor de Haydn.

Con la composición de sus cuartetos op. 33, en 1785, Haydn declaró haber creado un estilo enteramente nuevo. Sin duda, ya los primeros compases revelaban un cambio: violonchelo y violín alternan su posición de melodía y acompañamiento. Aunque los principios armónicos que regían la música del barroco eran los mismos que gobernarían el nuevo estilo vienés -del que Mozart, Haydn y Beethoven serían sus mayores representantes-, la distinción entre melodía y acompañamiento reemplazaba el modelo de igualdad e independencia de las voces característico de la música barroca.

Es el conocimiento de la música de Haydn lo que aceleró el proceso de desgaste en la relación con Colloredo. A la frustración de componer a la medida de un estilo que no sentía propio, se sumó el poco éxito de su ópera La finta giardinera. El desánimo lo llevó a abandonar su puesto de maestro de conciertos. "Vivo en un país en el que la música tiene muy poco éxito", escribía al padre Martini.

Mantenerse como profesional libre fue el gran desafío que enfrentó Mozart, más allá de sus deseos, desde su última partida a París y durante su establecimiento en Viena desde 1781. "¿Imagináis lo que podría hacer, ahora que el público me conoce, si diese un concierto por mi cuenta?", se entusiasmaba en una carta a su padre. Es cierto que su decisión no estuvo dictada por una nueva conciencia romántica. También es cierto que otros músicos antes que él -Johann Christian Bach, por poner un ejemplo muy cercano- habían abandonado sus seguros puestos en las cortes. Sin embargo, el caso de Mozart -por tratarse de ese prodigio y por montarse sobre las tensiones sociales previas a la Revolución Francesa- se vuelve símbolo de un nuevo régimen de producción artística al tiempo que lo ilumina con los tonos apagados del romanticismo.

Vivió sus últimos diez años como músico libre. El éxito de El rapto del serrallo, estrenada en 1782, le permitió soñar con la posibilidad de presentar un título anual. Aunque su sueño fue irrealizable, su música encontró un perfecto territorio para desarrollarse en los conciertos para piano realizados por suscripción, en salas públicas y privadas. El mercado de música para teclado para el aficionado se había expandido. Aunque la música de Mozart no terminaba de adecuarse a las demandas de un mercado que exigía música de fácil lectura, gran parte de su obra fue publicada durante estos años.

En el punto culminante de su carrera, las resonancias de Las bodas de Figaro y de Don Giovanni despertaron el interés de José II, quien lo nombró compositor de la Corte, el cargo que había ocupado Gluck hasta su muerte. "Es mucho lo que gano para lo que tengo que hacer y sin embargo es demasiado poco para lo que podría hacer", así resumía Mozart la falta de estímulo.

Mucho se dijo sobre el último año de su vida, sobre el réquiem que, escrito por encargo, lo consumía. Mozart moría sin poder concluir la obra mientras en Praga todavía se escuchaban los comentarios favorables después del estreno de La clemenza de Tito, escrita para la coronación de Leopoldo II y La flauta mágica le devolvía una popularidad que creía perdida. Una popularidad que hoy sigue vigente y que se renueva con la audición, siempre conmovedora, de los exquisitos primeros compases del adagio de la Sonata en Mi bemol mayor, con en el candoroso retrato del joven Cherubino a través de los intervalos de su aria "Non so piu cosa son, cosa faccio" de Las bodas de Figaro, con las disonancias agregadas y sutiles reemplazos armónicos que embellecen sin violentar la simple melodía Ah vous dirais-je maman.

Mozart corre los límites, no los quiebra: los serpenteantes cromatismos del adagio, introducción al cuarteto de las disonancias lejos de liberar la disonancia y mostrar un horizonte atonal tienen como fundamento un encadenamiento de usuales fórmulas cadenciales. Debajo de una superficie de apariencia simple y geométrica, la música de Mozart revela siempre asimetrías y ambigüedades: en la humanidad que late en su música está la clave de su universalidad.

Escrito en: Mozart, música, padre, piano

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