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Editoriales

El tren Torreón a Durango

ENRIQUE ARRIETA SILVA

Soy un enamorado del tren. Los resoplidos de la máquina de vapor del tren Durango a Tepehuanes, del tren México a Ciudad Juárez y del tren Durango a Torreón me acompañan casi desde mi nacimiento y me acompañarán siempre hasta mi cita con el Creador, con la misma potencia y el mismo asombro con que los escuché por primera vez en la Estación de Durango a la edad de dos meses para viajar en brazos de mi madre doña Genoveva a la ciudad de México, bajo el cuidado amoroso de mi padre don Domingo. Mi padre no viajaba en otra cosa que no fuera el tren, sin duda como reminiscencia de su intensa vida revolucionaria. Fue así como con cierta frecuencia nos llevaba a mi madre y a mí a Tepehuanes, a Santiago Papasquiaro y a Chinacates, y otras veces a México. Camino a la ciudad de México cómo me emocionaba pasar los túneles, ver en las curvas a la máquina con su penacho de humo; como disfrutaba la cena en el carro­comedor y el dormir en la cama del pullman arrullado por el vaivén y el traca traca Y contemplar desde allí el paso nocturno de las estaciones; cómo me gustaba ver desde el carro-fumador que era el último del convoy el alejarse de los durmientes que iban quedando atrás y cómo gozaba cuando a las seis o siete de la mañana, escuchaba al conductor gritar Estación Lechería, porque eso significaba que estábamos ya en las goteras de la bella capital. Las fresas de Irapuato, la cajeta de Celaya, los boxeadores de madera que apretando en medio de la base emprendían empeñosa pelea, las víboras de madera que sostenidas por la cola serpenteaban acompasadamente, las cajas de madera que abiertas dejaban escapar un payaso que picaba con un clavito la mano del curioso que la abría, las melcochas deliciosas envueltas en papel celofán y la canela aromática y humeante que salía del termo de mi padre, giran aún frente a mis ojos y dentro de mi corazón, como un carrusel sin fin. Provocando el tren sentimientos románticos desde sus inicios en México, allá por el 16 de septiembre de 1869, cuando el presidente Juárez, inaugura el ramal Apizaco-Puebla, de la línea a Veracruz del Ferrocarril Mexicano, no podía pasar desapercibido en 1921, para el cantor de los mexicano Ramón López Velarde: Suave Patria: tu casa todavía/ es tan grande, que el tren va por la vía/ como aguinaldo de juguetería./ Y en el barullo de las estaciones/ con tu mirada de mestiza, pones/ la inmensidad sobre los corazones.

Siguiendo ese sentimiento romántico, escribo hoy sobre el Tren Torreón a Durango, evocando tan idílicos momentos de la carrera del tren y de su paso por las estaciones siempre repletas de gente cargadas de maletas, bultos, guacales y de jaulas con aves.

Uno de los momentos estelares de la historia del tren Torreón a Durango, se inicia cuando en la ciudad de Durango, a las cinco de la tarde del día 25 de septiembre de 1891, se reúnen en la Notaría Pública del Lic. Salvador Fernández, el Gobernador Constitucional del Estado de Durango, General Juan Manuel Flores, el Secretario del Despacho, Lic. Luis Fernández y el señor Lorenzo M. Johnson, este último vecino de Ciudad Porfirio Díaz, Coah., (hoy Piedras Negras) y apoderado amplísimo de “The Mexican Internacional Railroad Compañy” (Compañía del Ferrocarril Internacional Mexicano), cuyo presidente lo era el señor Collis P. Huntington y secretario James Stevvart Mackie, para extender la escritura por medio de la cual, el Gobierno del Estado, cede gratuitamente a la Compañía del Ferrocarril Internacional Mexicano, los terrenos que ocupe la vía y estaciones en su prolongación de Torreón a Durango. Previamente el mismo general Flores, el 27 de abril de 1886, había firmado el contrato de construcción y explotación. En su cláusula primera, de la escritura de cesión, se establecía que Gobierno del Estado de Durango, ejerciendo la autorización que le fue concedida por el decreto número 20, expedido en 28 de noviembre de 1888, por la Legislatura del Estado, cedió de manera gratuita a la Compañía del ferrocarril Internacional Mexicano, el terreno necesario para prolongar la vía desde Torreón hasta la ciudad de Durango y para construir las estaciones en los puntos que más convinieran. En la cesión se dispuso que el terreno para la vía, tendría setenta metros de ancho, repartidos por mitad a uno y otro lado del eje d la vía troncal, a no ser que el terreno que se ocupara en la vía sea terreno labrado, en cuyo caso el ancho debería reducirse a cuarenta metros, repartidos de igual manera. El terreno para las estaciones sería de mil doscientos metros de largo por cuatrocientos de ancho, repartidos por mitad a uno y otro lado del eje de la vía. En la cláusula segunda, se estipulaba que la Compañía del Ferrocarril Internacional Mexicano, podría hacer uso libremente de todo el material que se hallara sobre o debajo del terreno que se le cede con excepción de las maderas, y que igualmente podría hacer uso del agua que se encontrara en el terreno cedido, en surcos o depósitos naturales.

Como cuestión muy importante, en su cláusula cuarta, el Gobierno del Estado, se obligaba a ceder a la Compañía gratuitamente el terreno que ocupara la Estación de la ciudad de Durango y el que fuera necesario para comunicar la Estación con la línea troncal y el Cerro de Mercado. Es también de suma importancia, el compromiso contenido en la cláusula séptima, en el sentido de que la Compañía se obliga a construir el camino de fierro que habría de unir a Torreón y Durango, en el término más breve posible, que no deberá exceder de cinco años, contados a partir del día 15 de septiembre de 1891.

El presidente de la Compañía, era el señor CoIlis P. Huntington y el Gobernador del Estado el general Juan Manuel Flores. Para los efectos de la cesión gratuita a la Compañía, el Gobierno se hallaba autorizado por decreto número 20 expedido por la Legislatura del Estado, para que contratara con los dueños de los terrenos por donde habría de atravesar el ferrocarril Internacional de Huntington el precio en el que debiera efectuarse la compraventa o para que a falta de convenio se observaran las bases fijadas en la Ley General sobre expropiación de 30 de mayo de 1882. Asimismo, por el mismo decreto, el Gobierno estaba autorizado para ceder gratuitamente a la Compañía, conforme a las condicione acordadas con ella, los terrenos necesarios para la construcción de la línea del ferrocarril de Torreón a Durango.

Gran parte de los terrenos comprados o expropiados, pertenecieron a las haciendas de Avilés y Anexos, La Loma, Noria, Pedriceña, Santa Catalina del Álamo, Sombreretillo, Juan Pérez, El Chorro, así como de los ranchos San Gabriel, Fray Diego y Terrenos Municipales. Una vez inaugurado el tren de Torreón a Durango, con el arribo del primer tren el 16 de octubre de 1892, a la ciudad de Durango, esté llegaría a cubrir las siguientes estaciones: Torreón, Lerdo, Villa Juárez, La Goma, Chocolate, Diego, Guarichic, Pedriceña, Agua Vieja, El Centro, Pasaje, Chupaderos, Yerbaniz, Progreso, Ignacio Allende, Guadalupe Victoria, Francisco I. Madero, El Chorro, El Salvador, Málaga, Labor y Durango, cubriendo una distancia de 253 esforzados kilómetros.

Escrito en: tren, Durango,, Torreón, terreno

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