“No hay peor sordo que el que no quiere oír”, decimos comúnmente; y la Biblia en los Salmos dejó escrito: “Tienen oídos y no oirán; tienen narices y no olerán”. Estas frases se aplican a toda persona que por lo general es necia.
Toda conducta necia daña a los necios, pero también daña al círculo más próximo del necio, y en ocasiones, la necedad de un hombre de gran influencia, como el que ostenta la máxima autoridad de un país, sus necedades afectan a millones de personas.
Algunos de nosotros somos, por deformación psicológica, necios, aunque jamás lo admitamos, pues necios sólo son los demás. La necedad es prima de la intolerancia, pues a toda persona que no piense como nosotros la acusamos de necia, porque no podríamos acusarla de intolerante. En este caso, el intolerante padece de una constante necedad. Dice Cicerón que “Es propio de los necios ver los defectos ajenos y olvidarse de los suyos”, y a tal grado es así, que en el caso de los errores, toda persona cuando comete un error procura no volver a incurrir en el, mientras que el necio, conscientemente, lo vuelve a cometer.
Para Cicerón, la necedad es la madre de todos los males. ¿Cuál es el porcentaje de los necios? En realidad no lo sabemos, pero su número ha de ser considerable, si nos atenemos a lo que la Biblia dice en el Eclesiastés: “Infinito el número de los necios”. A excepción de los débiles mentales que padezcan una debilidad orgánica o que haya sufrido lesiones cerebrales severas, la necedad de las personas nada tiene que ver con el grado de inteligencia, sino que es el resultado de una deficiente educación emocional. Generalmente, la necedad se da en aquellas personas que sufrieron una educación severa e inflexible en su infancia por parte de sus padres. Padres intolerantes y rígidos causan trastornos emocionales en sus hijos al estrecharles el campo de sus libres elecciones. Cuando un niño no encuentra un buen abanico de opciones dadas por sus padres, sino solamente caminos únicos, rígidos e inflexibles, el niño ya de joven y de adulto tenderá a comportarse rígidamente, al igual que la madre o el padre dominante.
Por lo general, toda persona necia fue castigada severamente, ya fuera de palabra o de manera física por sus padres. Toda persona rígida muestra comportamientos nada creativos, pues no cuenta con opciones, pues fue educada de manera estrecha. La persona necia le tiene un gran miedo y respeto a todo lo que signifique “una figura de autoridad”, pues estas figuras no son más que meras prolongaciones de la enorme figura de autoridad que fue su padre, madre, o ambos.
El necio le tiene un miedo difuso a la vida, pues no ha sido capaz de elaborar para sí una auténtica y genuina “ciencia de la vida”, de su particular vida, y de la manera como interactúa en la vida de los demás. El necio padece de una pobre capacidad para detectar y comprender la realidad, pues su realidad interna, tan estrecha siempre, la quiere sobreponer a la realidad “real”. El necio es amante de las reglas inflexibles, de lo igual, de lo repetido y de los esquemas cerrados.
Critilo se pregunta: ante tantos sufrimientos y males que padecen y causan los necios, ¿existe alguna esperanza real a fin de que el necio deje de serlo y llegue a ser una persona sensata y flexible? Critilo que definitivamente todo necio puede curarse casi por completo, y algunos, completamente. El primer factor para la curación de la necedad es el más difícil: tomar plena conciencia de que se es necio, al igual que la única manera para que un alcohólico permanezca sobrio es reconocer que es, precisamente, un alcohólico. Si no se da cuenta de esto, si no lo admite, y si no está dispuesto a abandonar su necedad, jamás podría curarse.
El necio no sabe con certeza quién es y qué es, como tampoco sabe quién es y cómo es su prójimo. Una vez que el necio ha tomado conciencia de su permanente necedad, que lo ha aceptado, y que desea curarse, ha conquistado lo más importante. Posteriormente, deberá estar muy vigilante en su conducta con los demás. No será necesario que pase años investigando su desafortunada niñez, sino que tendrá que abocarse a vigilar día a día su conducta, a fin de caer en la cuenta de las distintas maneras cómo se comporta neciamente. Ésta será una tarea similar al alcohólico que reconoce que lo es, y que se propone no tomar en las próximas 24 horas. Igualmente, el necio deberá proponerse esforzarse al máximo en las próximas 24 horas, de ser tolerante, flexible, y renunciar a su loca idea de querer tener siempre la razón. A medida que el necio se conduzca de manera diferente cada día – dice Critilo -, empezará a formarse por vez primera, una personal “ciencia de la vida”. Sólo a partir de conductas contrarias a su necedad, podrá dejar de serlo, y además, los frutos muy pronto los empezará a cosechar. ¿En cuánto tiempo empezará a cosecharlos? Los empezará a recolectar desde el primer día, y sorprendentemente, muy pronto verá su vida enormemente fructífera en todos los sentidos de su existencia.