De primera intención agradezco a El Siglo de Durango, a su director Dr. Sergio de la Parra Juambelz, en la persona del Sr. Jesús Salcedo Ávila, coordinador de Información, la oportunidad que me brindan de compartir ideas con ustedes.
Cada uno de nosotros se siente atemorizado de las noticias que nos enteramos a través de los medios de comunicación. En ellas podemos darnos cuenta de historias terriblemente violentas que ocurren en las calles de nuestro estado. Aquello que sólo percibíamos de forma lejana en poblaciones o circunstancias que nada tenía que ver con nuestra manera de vivir y que parecía increíble se suscitaran en nuestra comunidad.
Desafortunadamente hoy en día, al salir de nuestros hogares no sabemos realmente si podremos regresar a salvo, si pereceremos en algún tiroteo cruzado, seremos “levantados” por secuestro o por una “equivocación”, o seremos víctimas de las llamadas amenazantes para extorsionar tanto a gente importante como al ciudadano común.
La pregunta es: ¿cómo podemos sentirnos seguros si los miembros de las instituciones encargadas de preservar el orden público son las primeras en ser laceradas o, en el peor de los casos, vinculadas con actos de delincuencia?
No sabemos a ciencia cierta si estos funcionarios caídos combatían valientemente a la delincuencia oponiéndose a los intereses de poder de estos grupos o sólo eran uno más de los lacayos de dichas organizaciones que no obedecieron fehacientemente las órdenes de los capos.
Los daños ocasionados a la sociedad y a sus instituciones son variables, dado que la confianza que se tiene en estas últimas va disminuyendo rápidamente o bien ante nuestros ojos se percibe que no es posible controlar tanta violencia y capturar a los delincuentes, por lo que sentimientos de soledad, abandono, frustración e impotencia aumentan día a día, el miedo generado por la incapacidad de protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias obliga a un sufrimiento cotidiano que genera condiciones adversas en nuestra salud física y mental.
Ahora, las teorías psicológicas validadas en el pasado, en donde las enfermedades mentales eran derivadas de vivencias en la infancia o generadas por eventos traumáticos muy personales o específicos, si bien tienen un papel fundamental en la actualidad, es obligado incluir otras variables como sus causantes, entre las que se encuentran la problemática económica por un lado y por si fuera poco las derivadas de las sensaciones de inseguridad.
Las consecuencias de vivir bajo tanta presión genera cambios cerebrales estructurales y neurobioquímicos que poco a poco van condicionando la aparición de las enfermedades mentales y físicas como la depresión, los trastornos de ansiedad, la diabetes mellitus, hipertensión arterial, etc., estas últimas bajo mecanismos neuroendocrinos bien conocidos, a tal grado que es necesario la aplicación de tratamientos específicos psicofarmacológicos y de psicoterapia los cuales han mostrado mejores resultados.
Es innegable que parte de lo que debemos hacer para combatir la delincuencia es la práctica de la denuncia; sin ella estamos colocados en una posición aun más vulnerable, ya que dejamos sin herramientas para actuar a las autoridades. Sabemos, sin embargo, que ésta en muchas ocasiones no se realiza por el miedo a represalias por los delincuentes, ya que es posible que éstos conozcan datos personales que los conduzcan rápidamente a nosotros o a nuestros familiares con las consecuencias que esto implica.
Es necesario refrendar la confianza en nuestras autoridades haciendo lo que nos corresponde para la necesaria aplicación de la justicia, es decir, la denuncia, además de un adecuado manejo emocional de todas estas dificultades para afrontar adecuadamente la problemática que aumenta día a día, ya que los riesgos de vivir en estas circunstancias generan la sensación de muerte inminente condicionando una respuesta por nuestra parte también agresiva, y que se ve reflejado en la convivencia con nuestros semejantes en las calles, y qué decir de los altos índices de violencia intrafamiliar, que sin justificación, indudablemente, son producidos en este contexto.
Estas reacciones de “lucha” o de “huida” de la que biológicamente estamos dotados pueden llevarnos a la toma de decisiones equivocadas en los momentos en que nos sentimos atrapados u orillados por ciertas circunstancias, ocasionando errores de conducta o la comisión de delitos menores o mayores según sea la magnitud de dicha amenaza. No descuidemos estos factores que ahora me permiten compartir con ustedes. Disfruten los pequeños detalles. Hasta la próxima.