Es de llamar la atención el hecho de que en el sermón dominical en ocasiones el sacerdote haga referencia a que “Jesús expulsó del templo a los escribas y fariseos”. Y porque estamos en Semana Santa y además porque la palabra escriba se asocia, si no en la función, sí en la apreciación del concepto al significado de notario, haremos algunas consideraciones que no dejan de ser interesantes tanto religiosa como históricamente. En principio señalamos que, con excepción de Froylán Bañuelos Sánchez, quien en su libro “Fundamentos de Derecho Notarial” hace referencias a historias bíblicas de la función notarial, ningún otro autor nacional aborda el tema en el campo religioso; no existe, pues, la información deseable que me permita profundizar con mayor conocimiento de causa en el tema, en el cual el conocimiento más exacto y preciso lo encontramos en las Sagradas Escrituras. Recordemos que el notariado en sus inicios no se consideraba como figura jurídica, de tal modo que ni siquiera contaba con fe pública; está la adquirió a través del tiempo. Los notarios en la antigüedad no eran conocidos con ese nombre, sino por el de escribas. En los tiempos de Jesús su quehacer era el de copista de las Sagradas Escrituras y posteriormente de conocedor e intérprete de la ley. La propia palabra, etimológicamente, alude a una persona instruida.
LOS ESCRIBAS, MAESTROS DE LA LEY
Nos informa la enciclopedia Británica que, en un principio, los sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7:1-6). Sin embargo, se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la ley. Los que estudiaron y obtuvieron una buena formación consiguieron el respeto del pueblo, y con el tiempo estos eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaban un grupo independiente. Por ello, la palabra “escribas” designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en la ley. Éstos hicieron del estudio sistemático y de la explicación de la ley su ocupación. Se les contaba entre los maestros de la ley o los versados en ella. (Lu 5:17; 11:45). Por lo general pertenecían a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones o “tradiciones” de los escribas, que con el transcurso del tiempo habían llegado a ser un laberinto desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. La expresión “Escribas de los fariseos” aparece varias veces en las Escrituras. (Mr 2:16; Lu 5:30; Hch 23:9). Este hecho puede indicar que algunos escribas eran saduceos, que creían sólo en la ley escrita, mientras que los escribas de los fariseos defendían con celo tanto a la ley como las tradiciones orales que se habían ido acumulando, ejerciendo una influencia igual a la de los sacerdotes en la conciencia popular. Los escribas se encontraban sobre todo en Jerusalén, aunque también se les podía hallar por toda Palestina y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt 15:1; Mr 3:22; compárese con Lu 5:17).
La gente respetaba a los escribas y los llamaba “rabí” (gr. Rhab.béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del heb. Rav, que significa “muchos”, “grande”; era un título de respeto que se usaba para dirigirse a los maestros). Este término se aplica en varios lugares de las Escrituras a Cristo. En Juan 1:38 se dice que significa “maestro”. Jesús era, de hecho, el maestro de sus discípulos, pero les prohibió que se la aplicaran como título (Mt 23:8), como hacían los escribas. (Mt 23:2, 6, 7). Condenó a los escribas de los judíos y a los fariseos porque habían hecho añadiduras a la ley y habían ideado subterfugios para burlarla, de modo que les dijo: “Han invalidado la palabra de Dios a causa de su tradición”. Mostró un ejemplo de ello: permitían que alguien que tenía que ayudar a su padre o a su madre no lo hiciera so pretexto de lo que poseía para ayudar a sus padres era un don dedicado a Dios. (Mt 15:149; Mr 7:10-13; véase Corbán). Jesús declaró que los escribas, al igual que los fariseos, habían convertido la ley en una carga para la gente al saturarla de sus añadiduras. Además, como clase, no le tenían ningún amor a la gente ni deseo de ayudarla; no estaban dispuestos ni siquiera a mover un dedo para aliviar sus cargas. Amaban los aplausos de los hombres y los títulos altisonantes. Su religión era sólo una fachada, un ritual, que encubría su hipocresía. Jesús mostró lo difícil que sería para ellos obtener el favor de Dios debido a su actitud y sus prácticas, diciéndoles: “ ¿Como habrán de huir del juicio del Gehena?”. (Mt 23:1-33). Los Escribas tenían una gran responsabilidad, puesto que conocían la ley. Sin embargo, habían quitado la llave del conocimiento. Los escribas no sólo eran responsables como “rabíes” de las aplicaciones teóricas de la ley y de la enseñanza de ésta, sino que también poseían autoridad jurídica para dictar sentencias en tribunales de justicia. Había escribas en el tribunal supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26:57; Mr 15:1). De lo anterior podemos obtener como enseñanza eterna que lo que en un principio es bueno, en este caso el conocimiento de la ley que poseían los escribas, con el tiempo puede llegar a convertirse en malo, y es que la soberbia del conocimiento transforma el ser de las personas y acaba destruyéndolas; por ello, nunca perderá la actualidad, ni las palabras, ni el ejemplo de Jesús de Nazaret, que vino al mundo a redimirnos, señalándonos el camino del bien, mismo que a la humanidad en estos tiempos nos resulta difícil seguir.