Como en todas las actividades de la vida, en el beisbol han existido figuras que por sus dotes extraordinarios llegan a convertirse en legendarias; tal es el caso del beisbolista cubano Martín Dihigo a quien se le daba el apelativo de MAESTRO y la historia de este deporte lo respeta como tal.
Mi trato directo con él se dio en la mitad de la década de los cincuenta, época en la que fue manager del equipo Alacranes de Durango en la liga central mexicana. Necesario es decir que esta liga tenía un nivel deportivo excelente, primero, por la dificultad para que los peloteros de color pudieran jugar en las ligas mayores de Estados Unidos, pues aún no se había roto la barrera racista, por una parte y otra porque las ligas, invernal veracruzana y del Pacífico estaban fuera de temporada. Participaban los Rieleros de Aguascalientes, los Algodoneros de La Laguna, los Mineros de Fresnillo, los Dorados de Chihuahua, los Tuneros de San Luis y, por supuesto, los Alacranes de Durango. Inolvidable para los fanáticos la integración de nuestro equipo local, que bajo el mando de Martín Dihigo estaba considerado, frente a las demás potencias beisboleras, como el mejor, así, recordamos a Tomas Martell y al Venado García en la receptoría, Walter Buck Leonard y Julio Pérez Azcuí en la primera base; el primero de ellos había jugado en las ligas mayores y don Julio (que se quedó a vivir en nuestra ciudad y se convirtió en uno de los nuestros al integrarse plenamente a la sociedad), provenía de un equipo de El Paso, Texas, en el nivel de triple A. La segunda base la ocupada el elegante y caballeroso Francisco “Kiko” Martínez; los encargados de las “paradas cortas” eran un jugador cubano de avanzada edad, pero con reflejos ágiles de nombre Avelino Cañizarez y nuestro amigo coterráneo Antonio “Memín” Garibay, surgido de nuestro barrio ferrocarrilero. La tercera base la defendía un cubano blanco llamado Cecil Yera a quien la porra brava del graderío del jardín derecho, liderada por los muy conocidos “médicos” Huerta lo apodaron la “Yegua Loca”, apodo ganado por el arrojo y espectacular estilo de juego. Los jardines se encontraban bajo la custodia de Pedro “Charolito” Orta, quien nos obsequiaba con grandes atrapadas, igual como con su habilidad para el robo de bases, sobre todo con una jugada que pocos peloteros son capaces de hacer y que pocas veces se ven como la del “robo de home”. ¿Cuántas veces lo hizo?, ¿cuántas veces lo logró? No lo recuerdo con precisión, pero sí me consta que esta espectacular jugada la hacía sin la orden del manager y por tal motivo siempre fue objeto de severas llamadas de atención, aun y cuando hubiera logrado su propósito de anotar la carrera. Sin embargo, fueron estas decisiones personales surgidas de su temperamento las que lo hicieron famoso y admirado inclusive más que por haber tenido un hijo que fue figura estelar en el mejor beisbol de mundo; me refiero a Jorge Orta.
El japonés Andrés Tanaka defendía el jardín central; su fildeo de espaldas al home a pocos peloteros se los hemos visto realizar. En el jardín derecho veíamos a Juan “Pegaduro” Rodríguez, lagunero de origen muy cercano a nuestro afecto por su espíritu combativo. El cuerpo de lanzadores lo integraban Gorgonio “Payaso” García, elegante y efectivo quien un domingo, jugando contra los mineros de Fresnillo, lanzó un juego de dieciocho entradas sin relevo para ganar por anotación de una carrera a cero; esas hazañas deportivas son únicas y merecen recordarse. También estaban Andrés “Balazos” Martínez; Wilfredo Salas, Jesús “Kekos” Torres; Héctor “Pepino” Azamar y Rubén “Jarocho” Rendón. No debo dejar de mencionar al coach “Sarita” Murillo y a los “bat boys”, Enrique “Chiva” Vázquez y Antonio “Borrega” Romero, que por aquí andan, a los que yo auxiliaba, siendo mi sueldo el privilegio de estar en el terreno de juego conviviendo por dentro y muy de cerca la fascinante vida del beisbol profesional a mis trece años de edad.
Considero que es justo y necesario recordar a este equipo de beisbol por las grandes satisfacciones que le dieron al pueblo de Durango; tan es así que la gente de aquellos tiempos en sus pláticas los recuerda con agrado y me estoy refiriendo a los taxistas, boleros, peluqueros y muchos etcéteras más. Los peloteros se hospedaban en el desaparecido hotel Sombrerete de la calle Victoria esquina con Coronado con excepción del manager Martín Dihigo quien vivía en unos departamentos de la calle Juárez, a un lado de lo que ahora es una empresa telefónica. Él era un hombre alto de carácter fuerte, que en el decir del beisbolista profesional Alfonso “Pluto” Carrillo “ordenaba con la pura mirada”. Don Martín era parco en el hablar y sus pocas palabras se expresaban en tono determinante. Por el trato personal que tuve con él, me consta que una de sus aficiones predilectas lo era el buen comer y el cocinar; no fue una, sino varias las ocasiones en que me pedía ir al mercado a comprar los ingredientes para preparar sus exóticos platillos, y yo recuerdo con agrado esos momentos.
Deportivamente Martín Dihigo existe en el universo del beisbol como una estrella refulgente; en 1938 obtuvo la triple corona de picheo; fue el mejor en la liga mexicana en el récord de juegos ganados y perdidos, carreras limpias y ponches. Además, se dio el lujo de ser el campeón bateador y el de más carreras producidas. Por su habilidad para jugar todas las posiciones se le considera como el pelotero más versátil que ha participado en el beisbol universal. Su permanencia como deportista superdotado en el beisbol mexicano se dio entre los años de 1937 a 1953; antes había jugado en las ligas negras de Estados Unidos y por justicia lo eligieron para ingresar al salón de la fama de Cooperstown, Nueva York.
Su perfil humano lo dibuja la historia que nos narró el famoso manager Napoleón Reyes oriundo de Cuba y actualmente dedicado a la enseñanza del beisbol infantil en Miami, Estados Unidos, y de cuya conversación fueron testigos Manuel de Jesús Reyes Ortiz, Sergio Armando Cano Morales, Raúl Burgos, y Horacio “Lacho” Ruiz: “Martín Dihigo enseñó a jugar beisbol a Fidel Castro, quien en ese tiempo era un joven burgués que soñaba con llegar a ser pelotero en las ligas mayores. Al paso del tiempo Fidel se convirtió en revolucionario y cuando llegó al poder invitó a su querido maestro y amigo Martín Dihigo a que se hiciera cargo del ministerio del deporte cubano, mismo que aceptó Martín, pero lo que nunca pudo entender el maestro Dihigo es que ya eran otros tiempos y que la mentalidad de Fidel ya no era la misma, de tal modo que al no entender los niveles de jerarquía en el desempeño de su encargo oficial y al no coincidir con las órdenes del comandante Fidel por estimarlas erróneas, optó por renunciar y retirarse a una vida aislada, fuera del reconocimiento que justamente debió haber tenido por parte de, en otro tiempo, su pupilo Fidel”.
La plática de Napoleón Reyes nos llenó a todos de tristeza; sin duda es una anécdota poco conocida y por demás interesante, pero en la reflexión nos deja el mensaje de que el mérito que cada quien se labra en la vida, la historia lo registra para siempre, y nunca nada ni nadie por poderoso que sea lo podrá borrar; tal es el caso del inolvidable maestro Martín Dihigo, a quien ahora recordamos con admiración.