@@ADSSCRIPTS@@

Editoriales

Fragilidad: tienes nombre de mujer, pero no en el odio

Palabras de poder

JACINTO FAYA VIESCA

"Fragilidad: tienes nombre de mujer", escribió Shakespeare. ¿Todo en la mujer, es acaso fragilidad, o en ciertas circunstancias, la fragilidad de la mujer se convierte en el más irrompible acero?

Las estadísticas en todo el mundo son contundentes: las mujeres son más íntegras que los hombres, cometen menos delitos de todo tipo, enfrentan las durezas de la vida con mayor fortaleza que los hombres, y luchan incansablemente por sus hijos. Esta afirmación difícilmente puede ser negada con estadísticas confiables.

Pero la mujer es un ser humano, y como tal, padece de deficiencias y debilidades. Y en éste sentido, no todo en la mujer puede ser dulzura y "fragilidad". Al menos, así lo pensó Nietzsche en su monumental obra, Humano, demasiado Humano, al haber escrito lo siguiente:

"Mujeres en estado de odio.- En estado de odio las mujeres son más peligrosas que los hombres; primero de todo, porque no son frenadas en sus sentimientos hostiles, una vez excitados, por ninguna consideración de equidad y dejan crecer tranquilamente su odio hasta las últimas consecuencias; y luego, porque tienen práctica en eso de encontrar puntos débiles (que todo ser humano, tiene) y en hurgar allí dentro; para lo cual les presta magníficos servicios su entendimiento, afilado como un puñal (mientras que los hombres, a la vista de las heridas, se contienen y a menudo se vuelven magnánimos y conciliadores)".

La magnanimidad no es, propiamente, una virtud muy extendida entre el sexo femenino. Ya sabemos, que la ternura, la compasión, la abnegación, el sacrificio, entre otras, son virtudes más extendidas entre las mujeres. Pero la magnanimidad, es más frecuente entre los hombres. En cambio, el odio, es una pasión propia de ambos sexos, aunque se manifiesta de manera mucho más violenta y cruel entre los hombres. No obstante esto, el corazón de la mujer es visitado por el odio con alguna frecuencia.

"Es propio de la condición humana odiar a quien nos ofende", escribió Tacito, historiador que vivió en la Roma Antigua.

Por lo general, la causa del odio en los hombres y en las mujeres es la misma: una ofensa o daño recibido, o despertar un sentimiento de envidia. Es raro, que un hombre odie a una mujer, o que una mujer odie a un hombre; en cambio, es común que esto sí suceda en el terreno de la pasión o de los amores destrozados.

En el caso del comentario de Nietzsche, para éste genial pensador, cuando las mujeres odian, son más peligrosas que los hombres. Y lo son, dado que la mujer no tiende a evaluar la equidad como virtud. Es cierto, que los conceptos de justicia y equidad no sean tan valorados por la mujer, como sí sucede con más frecuencia por los hombres.

Nietzsche atina en afirmar que las mujeres "tienen práctica en eso de encontrar puntos débiles (que todo ser humano, tiene) y en hurgar allí dentro

Critilo nos dice que debemos ser muy conscientes de las consecuencias del odio de una mujer hacía un hombre cuando éste ha burlado la confianza de una mujer, en el terreno de la pasión y del amor.

Y a la vez, la mujer debe tener plena conciencia de que muchos de sus odios que puede abrigar hacia alguno de sus hijos, hermanos, padres, o parientes cercanos, no están justificados, sino que son propios de su singular estructura psicológica, en la que predomina su negación a valorar sus odios en base a la justicia y a un objetivo análisis de la realidad.

Para la mujer, esto sí constituye un problema, pues al dejar de ser objetiva, su odio crece lentamente y se va petrificando, por lo que le resulta muy difícil después, poder desmoronarlo. "Fragilidad: tienes nombre de mujer"; pero siempre con la conciencia de que en el terreno del odio, la mujer es todo, menos, "frágil".

Escrito en: mujer, odio, mujer,, mujeres

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas