Las diversas profesiones y oficios que se desarrollan en nuestra sociedad, generalmente, se realizan a cambio de una remuneración que, si bien es cierto, no siempre corresponde a las expectativas de los trabajadores, se otorga con puntualidad y, además, se tiene derecho a otras prestaciones con las que –a veces- se compensa el salario.
No obstante, dentro del universo de oficios y profesiones que todos conocemos, hay uno que merece especial reconocimiento porque quien lo desempeña cotidianamente no recibe a cambio un solo peso ni, tampoco, la más mínima prestación, a pesar de que es un trabajo pesado que no cualquiera se puede echar a cuestas.
Todos conocemos amas de casa –empezando por nuestra madre- que, anónimamente, van cargando sobre sus hombros el peso que representa la atención de una familia cuyas necesidades son tan diferentes y, sobre todo, que tienen que satisfacer con un presupuesto exiguo que hacen rendir a tal grado de que en el hogar no falta lo indispensable.
Ser ama de casa es más que un oficio o una profesión, ya que involucra una serie de habilidades, destrezas y, sobre todo, resistencia a prueba de todo. Quienes han asumido esta responsabilidad saben que el trabajo nunca se termina, pues apenas han terminado de limpiar cuando, un par de horas después –o a veces en cuestión de minutos- el sitio en cuestión ya muestra lo que parecen estragos de una batalla tras los juegos infantiles.
Recordemos, además, que hoy en día muchas madres de familia desempeñan un doble rol en la sociedad al trabajar pesadas jornadas laborales y, de paso, todavía rematan con los quehaceres domésticos y la atención que demandan los hijos y un cónyuge, a quienes debe brindarles tiempo.
Aun con todas las vicisitudes que debe afrontar para cumplir en estos dos ámbitos, el ama de casa, increíblemente, se da su tiempo –con sus limitaciones, claro- para jugar con los hijos, apapacharlos, curar sus heridas, escuchar sus inquietudes y ocurrencias, a la par que le da un espacio a su pareja para planear juntos el proyecto de vida que anhelan para sí y los hijos.
Quienes hemos tenido la oportunidad de lidiar con los quehaceres domésticos –aunque sea por una temporada- hemos constatado que se trata de actividades para las que el varón no está preparado en muchos aspectos pero que, sin embargo, cuando se presenta la ocasión, lo hacemos con gusto y entusiasmo porque sabemos, finalmente, que todo lo que se hace en casa es para beneficio de todos los que habitamos el hogar.
Tal vez no dejemos el piso tan reluciente como lo hace una profesional del hogar como es el ama de casa, pero lo que no pueden poner en tela de juicio son las ganas y el empeño que plasmamos en cada actividad que desarrollamos, a tal grado que sudamos la camiseta (que traemos bien puesta) hasta quedar satisfechos con las tareas que nos encomendamos diariamente.
Pretender reemplazar a la madre como ama de casa es, sencillamente, una utopía, porque nada se compara con la paciencia, dulzura, dedicación, convicción, constancia y, sobre todo, amor que sólo ella sabe poner en cada acción que realiza en beneficio de sus hijos y su pareja, a pesar de las extenuantes jornadas que haya cargado en su trabajo. Siempre habrá una sonrisa y un “¡te quiero!” para su familia.
Podría seguir enumerando las incontables virtudes que posee un ama de casa y que la hacen convertirse en el ser más especial, como madre, esposa e hija; sin embargo, este espacio tal vez no bastaría para continuar describiendo la complejidad de su labor, que sólo una mujer podría desarrollar, porque los resultados de sus acciones no siempre tienen la recompensa o el reconocimiento que se merece, pues además no los busca ni los pide ya que su mejor pago es ver crecer a sus hijos como seres humanos de bien, aunque en ello le vaya la vida.
Agradezco sus comentarios al correo nachogodoy2000@yahoo.com.mx.