Construir una democracia sin demócratas y enderezar un Estado con políticos chuecos no es una quimera... es una tontería, un imposible.
Por eso asombran las cuentas de gobiernos, partidos y candidatos con los resultados del domingo pasado. Festejan o lamentan la cantidad de votos, despreocupados por completo de la calidad de éstos. Les importa el número de votos, no el procedimiento como los obtuvieron. Les interesa la elección, no la democracia. Buscan la alternancia, no la alternativa.
Por si eso no bastara y sin considerar las seis gubernaturas en juego el año entrante -a excepción del estado de México- ni el desastre en que tienen hundido al país, gobiernos y partidos salivan ante el 2012, cuando ni siquiera saben qué van hacer el próximo fin de semana.
Pese al creciente distanciamiento con partidos y gobiernos, la ciudadanía salvó la jornada electoral del domingo pasado y resolvió arrojarles un salvavidas para evitar que la vulneración del Estado de derecho arrase también con la democracia.
¿Cuántas veces más aguantará el electorado que su voto sea objeto de compra, coacción, amedrentamiento, chantaje, condicionamiento o presión? ¿Cuántas veces más tolerará que al despilfarro de la fortuna que reciben los partidos se sumen recursos públicos y eventualmente el limpísimo dinero del narco? ¿Cuántas veces más soportará la ciudadanía verse marginada del proceso electoral y, luego, arrastrada a las urnas para votar contra la pared?
Quién sabe cuántas veces más lo aguante, pero si gobiernos, partidos y candidatos insisten en reducir la democracia a lo electoral, lo electoral a un concurso de chapucerías, la participación ciudadana a la emisión del sufragio y el Estado de derecho al monopolio exclusivo de su impunidad, aquella distancia se traducirá en el peligro de una fractura.
Quién sabe cuántas veces más lo aguante, pero agregar al malestar económico y social la frustración política y la violencia criminal suena explosivo.
Levantan el ánimo batallas como la desplegada por Xóchitl Gálvez o triunfos como el de Gabino Cué pero, en el fondo, resulta inconcebible que los comicios no sean oportunidad para elegir políticas, sino ocasión para castigar agravios que, tiempo atrás -ahí está el caso de Oaxaca-, debió sancionar el Estado de derecho y no la democracia.
Sí, las elecciones deben premiar o castigar a los participantes colocándolos o no en posiciones de gobierno o representación, pero no puede ser que la participación ciudadana en los comicios haga lo que, en su momento, eludió la justicia. De tiempo atrás, Ulises Ruiz debería estar en la cárcel y no en el Palacio de Gobierno, pero se mantuvo en su despacho justamente por la complicidad del conjunto de la clase política.
Una cosa es premiar o castigar políticas en las urnas, otra muy distinta sancionar delincuentes porque la justicia, en su momento, se doblegó ante los arreglos políticos. Una cosa es postular candidatos, otra a encubridores o, peor aún, a presuntos delincuentes frente a los cuales la justicia procede según convenga a la política.
De todo eso estuvieron plagadas estas elecciones pero, ahora, candidatos, partidos y gobiernos sólo se fijan en el resultado, calculando cómo les puede ir en lo sucesivo.
La importancia de estos comicios consistía, sí, en la correlación de fuerzas que arrojaría de cara a la elección presidencial del 2012, pero también en el margen de maniobra para impedir que el crimen debilite la democracia y vulnere el Estado de derecho. Pues bien, hoy, los partidos sólo están interesados en el primer punto, no en el segundo.
Pensar que la elección presidencial podrá desarrollarse en condiciones estables cuando el crimen acecha y anuncia, con plomo o plata -tal como lo hizo en estos comicios-, su decisión de participar en la política y cuando las reglas electorales y la subcultura política insisten en hacer del ardid y el abuso los términos de la competencia es tanto como apostarle a un desastre.
Increíblemente se comienza a perfilar la alternancia como la razón de ser de las alianzas y no la alternativa como la razón de ser de los gobiernos. ¿Visto el fracaso de la alternancia del 2000, por qué entender las alianzas como la tarea política a desarrollar si éstas sólo se empeñan en lograr la alternancia pero no la alternativa? Sin alternativa, la alternancia se reduce a un juego de turnos en el poder.
Quizá en su pragmatismo, los políticos han perdido de vista dónde la Constitución define la democracia.
Esa definición no aparece en el capítulo de la soberanía nacional y la forma de gobierno. No, lo hace en el capítulo de las garantías individuales, en el artículo tercero, vinculándola a la educación y la entiende "no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo".
Qué han hecho gobiernos y partidos de la cultura política y el desarrollo económico y social. Cómo han vinculado la democracia a la educación. Por qué se empeñan en reducirla a lo electoral, pregonando que los votos se cuentan pero ocultando que no necesariamente se toman en cuenta.
De insistir en la idea de que los sexenios son de tres años; los gobiernos, una oportunidad que perdura sólo un rato; y los partidos, instrumentos subsidiados para competir por el poder sin proponer alternativas se terminará por provocar una debacle.
No pueden argumentar gobiernos y partidos que no saben qué es una debacle. 1994 fue no hace mucho y cada mes fue un sobresalto. Enero, levantamiento armado; febrero, dudas sobre una candidatura; marzo, secuestro y magnicidio; abril, redestape; mayo, primer debate; junio, renuncia del secretario de Gobernación; julio, cierre de campañas; agosto, elección presidencial; septiembre, asesinato de un dirigente; octubre, escándalo del hermano del asesinado; noviembre, gabinete; diciembre, error. ¿No recuerdan la experiencia?
No pueden ignorar lo que va ocurrir si, antes de pensar en la próxima elección, no se empeñan en acotar al crimen, crear condiciones de gobernabilidad y garantizarle a la ciudadanía seguridad en su integridad y patrimonio y en su derecho verdaderamente a elegir.
Si entre autoridades, representantes, dirigentes y candidatos no hay demócratas, que no vengan el cuento de la consolidación de la democracia; si no están decididos a respetar el Estado de derecho, que no vengan con el cuento de estarlo recuperando.
El electorado salvó esta elección, pero la paciencia ciudadana no es inagotable.