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El deicidio

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

 L A palabra deicidio significa que algo o alguien prive de la vida a Dios y en consecuencia, siendo Dios el autor y sostenedor de la vida, el término tomado a la letra no tiene sentido.

En los Evangelios, Epístolas y en el Libro de los Hechos de los Apóstoles que forman parte de las Sagradas Escrituras de los cristianos, existen alrededor de cuatrocientas cincuenta citas en las que Jesús o sus Apóstoles confrontan a los escribas y fariseos o señalan a "los judíos" como quienes conspiran para matar a Cristo y persiguen a su Iglesia, por lo que ante esa evidencia, es elemental reconocer que lo escrito, escrito está.

El propio Jesucristo revela las intenciones de sus adversarios, pero en Juan 10, 16-17, aclara que Él solo y por sí mismo entrega su vida y tiene el poder para darla y volverla a tomar. Nadie se la quita.

El tema de la pasión, muerte y resurrección de Cristo cobra actualidad con motivo de la Semana Santa, y con mayor razón porque el Papa Benedicto XVI en fecha reciente, publicó el segundo tomo de su libro "Jesús de Nazareth" en el que sostiene que es imposible que frente al pretorio de Pilatos, la totalidad del pueblo judío hubiera pedido en su día la muerte de Cristo, lo que ha revivido la polémica respecto a que los judíos como un colectivo en la historia, puedan o no ser considerados como pueblo deicida.

Lo anterior es importante, porque hay quienes afirman que la acusación del deicidio es la fuente de los problemas que ha enfrentado el pueblo judío en su historia. Sin embargo esa afirmación se equivoca, porque las guerras, conquistas y cautiverios de los que se duele dicho pueblo inician antes de Cristo, frente a los egipcios, los filisteos, los cananeos, los hititas, los caldeos, los asirios, los persas, los griegos, los romanos, etcétera, y muchos de sus conflictos en los últimos dos mil años nada tienen que ver con los cristianos, como ocurre con el encono de siglos entre el judaísmo y el islam, que inicia con un pleito de familia que se remonta al origen mismo de los pueblos árabe y judío.

El misterio teológico que entraña el llamado deicidio, parte de la división del pueblo de Israel en el año treinta y tres de la Era Cristina, entre los que aceptan a Jesús como el Mesías, en quien se cumplen las profecías de la Escritura, y los que lo rechazan, entre los cuales están los dirigentes políticos y religiosos del pueblo judío, que según registra la historia condenaron a muerte a Jesús y lo entregaron a la autoridad romana para que lo crucificara.

En el episodio histórico que nos ocupa y hoy como ayer, el único inocente es Cristo. Sus enemigos lo condenan, sus seguidores lo abandonan y el poder temporal se lava las manos.

El drama no termina en el Calvario. Jesús resucita, encarga a sus discípulos predicar la Buena Nueva y bautizar a todos los hombres, y la aceptación o repudio del mensaje cristiano da lugar a una lucha que persiste hasta nuestros días y cuyo desenlace se anuncia en el Apocalipsis, con la carga de una fuerza tan poderosa como enigmática que impulsa a tomar partido.

Frente a Cristo cada quién asume su posición. Unos piden la muerte del Justo, otros ser salvados por la Sangre derramada en el Gólgota, y muchos más viven como espectadores indiferentes, cuya presunta neutralidad es interpelada desde la eternidad: El que no está conmigo, está contra mí. Lucas 11, 23.

Escrito en: pueblo, Jesús, deicidio, Cristo

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