Durango, calles bajo una lenta
-de ahí tu magnitud a la distancia
Y el vértice de luz en que te ardes-:
Sabes a aguamiel,
Hueles a geranio,
Tu voz es el cantar de las esquilas
...y cuando hundo mis manos en tu carne
-rojo polvo; arcilla
Dura y resaca-
Siento el rotundo golpe de tu sangre
Como un chorro de acero
Entre mis venas!
Ciudad en pretérito remoto
Donde la vida es tan tranquila
Que da vértigos de ozobra.
Donde el aliento de provincia
Es cotidiano
Como la misa en catedral,
La limosna en el atrio,
La algazara de zanates en las huertas,
Y el sopor de antigüedad en tus amarillas y labradas
Canteras.
Durango, ¡Vértice del día!:
Qué dolor tan querido es la dolencia
De respirar tus aires;
De beber con angustia milagrera
Los millones de astillas de cristales
Que destrozan por siempre los pulmones
¡y el corazón, los huesos, las arterias...!
...¡Oh santa gangrena la de ser tu hijo!
Padre:
Tu nombre es la raíz de nuestro emblema.
Tus siete letras, como siete llagas.
Son el tatuaje
Que tus hijos llevamos,
Para reconocernos
En todos los abordajes
A que las olas nos lanzan,
Marineros que hemos zarpado de tu puerto:
Balcón de tierra sobre el mar del tiempo;
Rompeolas y faro de la vida;
Última escala del obligado viaje
Del fondo de la tierra
Al corazón del viento.
ALEXANDRO MARTÍNEZ CAMBEROS