Los Ángeles, California. El buen recibimiento que está teniendo la Caravana por la Paz en los Estados Unidos se debe a una coyuntura favorable, a la herencia dejada por otras generaciones de latinoamericanos y a la diplomacia ciudadana.
Quien haya ingresado por tierra a los Estados Unidos conoce lo impredecible del tiempo de espera y lo humillante que puede ser el trato de agentes de migración malhumorados ante las interminables oleadas de humanidad. Fue sorprendente el trato concedido al centenar de integrantes de la Caravana. Hubo prioridad en los trámites y ausencia de preguntas suspicaces o miradas entre burlonas y escépticas. Ya en el interior de este país, prensa y sociedad han atendido con interés y respeto a los visitantes.
La razón más evidente tras la buena recepción es lo legítimo de la causa enarbolada. La delegación de familiares de víctimas es tan plural como los desaparecidos o ejecutados donde hay inocentes jovencitas, experimentados activistas o policías federales. Hay de todo. Es un grupo unido por un dolor que trasciende ideologías o partidos para convertirse en testimonio trashumante de la orgía de muerte e impunidad que está enlutando a decenas de miles de hogares mexicanos.
El buen recibimiento también se debe a que hay campañas electorales en los Estados Unidos y ningún político puede darse el lujo de ignorar la creciente importancia del voto latino, y la simpatía por las víctimas es un factor potencialmente importante. Además se percibe un gradual cambio en la opinión sobre el incremento de armas y la guerra contra las drogas. Los mejor informados empiezan a dudar sobre las políticas actuales por las matanzas en los dos países y porque han calado los informes de expresidentes latinoamericanos como Ernesto Zedillo o Fernando Henrique Cardoso que proponen modificaciones de fondo.
Un factor menos visible está en la revolución vivida por las relaciones entre sociedades. En América Latina la retórica simplista de adoración o demonización de la potencia ha ido sustituyéndose por propuestas de académicos como Daniel Cosío Villegas: si los latinoamericanos quieren influir en los Estados Unidos deben conocerlos, estudiarlos y dialogar con ellos.
Y esos diálogos fueron conduciendo a la constatación de una verdad elemental: es imposible meter a los Estados Unidos en la lógica de la unidimensionalidad; su sociedad e historia es diversa y compleja. Es cierto que hay una densa veta de racismo, intervencionismo e hipocresía, pero también lo es que siempre ha habido numerosos individuos y grupos comprometidos con el respeto a los derechos humanos en el hemisferio o en países particulares.
La gran lección dejada por los revolucionarios centroamericanos es que la solidaridad es de quien la trabaja. Los estrategas del Frente Democrático Revolucionario y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FDR-FMLN) de El Salvador, por ejemplo, entendieron que su supervivencia dependía del respaldo que obtuvieran en este país y de su capacidad de incidencia sobre el proceso de toma de decisiones. Lograron bloquear el intervencionismo, llegar a un empate militar, firmar la paz y crear el partido FMLN, que con el correr de los años ganó la presidencia en las urnas.
La Caravana por la Paz abreva de esta historia y antes de internarse en los Estados Unidos dialogó con sus autoridades. Tres entrevistas del Movimiento con Anthony Wayne, embajador estadounidense en México, facilitaron el terso cruce en la frontera y sentaron las bases para una interlocución que será indispensable, porque el gobierno y los comerciantes de armas de la Unión Americana son corresponsables de la violencia que anega a nuestro país y ellos tienen parte de la solución.
Un nivel menos visible, pero no por ello menos trascendente, es la relación existente entre organismos civiles de México y nuestro vecino del norte. Ello ha permitido que en 27 ciudades estadounidenses existan grupos locales que están organizando la recepción. ¿Lograrán viajeros y anfitriones sentar las bases para una agenda binacional que aborde temas de interés para ambas sociedades? De ello dependerá el tipo de relación que tengan en el futuro México y los Estados Unidos.
Es relativamente fácil conceptualizar cómo debería ser un trato pensado en el interés de las dos sociedades. Es extraordinariamente difícil reorientar una relación hasta ahora armada para el beneficio de gobiernos y poderes fácticos que alzan, cuando les conviene, la bandera de la soberanía. Es inevitable intentarlo ante los diluvios de violencia, impunidad y corrupción que vivimos en México.
La Caravana apenas inicia. Le falta cruzar estados como Arizona o Alabama, donde hay una competencia de antimexicanismo, y es imposible anticipar si logrará trascender el pasajero interés mediático. Por ahora ya logró que se abrieran, como por arte de magia, unas fronteras siempre espinosas para la mexicanidad. Las alfombras rojas son de quienes las trabajan.
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