E N el rancho, como lo llama, lo importante era trabajar para ayudar con los quehaceres de la casa y poco importaba ir a la escuela. Tan lejos de la ciudad y hace casi 50 años la vida era sencilla, sin complicaciones. Pero con el paso del tiempo las condiciones cambiaron.
Ahora, casada y ya con nietos, se ha adaptado a una sociedad diferente a aquella en la que creció. Tiene hermosos recuerdos de su existencia a pesar de las carencias, de las pruebas enfrentadas. Pero existe un aspecto que quisiera cambiar, que su corazón añora sobre todo cuando se encuentra en la Iglesia: quisiera leer y escribir.
Al escuchar las lecturas bíblicas de la congregación cierra sus ojos y repite con ahínco lo que dicen los demás. Lo atesora en su mente, no quiere perderlo. De esta manera, ha ejercitado su memoria; sin embargo esto es insuficiente.
Siendo analfabeta ha sorteado las dificultades que el ritmo de la sociedad actual le ha impuesto, lleno de información que en muchas ocasiones le resultan incomprensibles. Considera que ya es tarde para aprender a distinguir las letras, en ese aspecto, su fe languidece, no obstante, mantiene el ánimo y sigue el camino.
Ella es parte del 10 por ciento de la población duranguense que vive en el analfabetismo, según los datos que en días pasados otorgó el Instituto Duranguense de Educación para Adultos (IDEA).
También es parte de las estadísticas que maneja el Inegi: la tasa de analfabetismo en mujeres mayores de 60 años es del 12.9 por ciento. Mientras tanto, para las mujeres de 30 a 59 y en las jóvenes de 15 a 29 años esta tasa se reduce a 3.4 y 1.1 por ciento, respectivamente.
Pocos, muy pocos, se paran a pensar en esta parte de la población que pese a tener los mismos derechos se encuentra en una franca desventaja en un mundo que corre en tecnología y conocimientos. Sin siquiera poder poner en un papel su nombre, es de admirarse su tesón y esfuerzo por salir adelante más aún cuando aquellos que cuentan con estudios sufren de desempleo.
Por otro lado se encuentran los esfuerzos que realizan las instituciones públicas por combatir esta problemática aunada al rezago educativo. En un año el IDEA reporta la atención de casi 100 mil duranguenses, de los cuales, el 50 por ciento ha concluido satisfactoriamente su curso y obtenido su certificado pues abandonan los estudios por falta de recursos económicos, o desinterés. Hay que reconocer que los instructores son muy perseverantes.
Imagínese cómo sería su vida sin poder distinguir las letras, aspectos tan básicos como saber la ruta de camión por tomar para llegar a un destino se convertirían en un dilema, tendría que depender de la buena voluntad de los otros para que lo orientaran, por desgracia, esa buena voluntad a veces se pierde en el trajín de la rutina. ¿Sería difícil vivir así?
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