Hace quince días fui con mi familia a ver "La Cristiada", una excelente película basada en hechos reales de la Guerra Cristera (1926-29). Relata el conflicto armado entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resistían la aplicación de legislación y políticas públicas anticlericales orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia católica. Las locaciones donde se filmó la cinta son bellísimas, y la actuación de los artistas me pareció magistral.
En esos años terribles, el gobierno de Plutarco Elías Calles mandó quemar todos los documentos de la Iglesia, incluidas la Fe de bautizo, violentó los templos convirtiéndolos en caballerizas, y el 31 de julio de 1926 se proclamó la suspensión de culto.
Entre todos los personajes de la película, llama la atención el adolescente que en vida llevó el nombre de José Sánchez del Río, nativo de Sahuayo, Michoacán. Sahuayo pertenece a la Diócesis de Zamora y en el tiempo de la revolución cristera era un pueblo de apenas diez mil habitantes. Personas que no se avergonzaban del nombre cristiano ni con los suyos y mucho menos con los extraños. En este tiempo de la persecución, vivían por lo menos en ese pueblo 25 sacerdotes, así que la educación cristiana de los sahuayenses era muy buena y todo contribuía a que se siguieran conservando los valores esenciales en las familias.
José, como todos los niños de su tiempo jugaba a las canicas y a los trompos, llegaba al colegio dispuesto a aprender todo lo que sus maestros le enseñaran, rezaba el rosario diariamente, asistía al catecismo, y los domingos recibía la Sagrada Comunión. Cuando se decretó la suspensión del culto público, José tenía un poco más de 13 años de edad, y fue en esas fechas cuando valientemente pidió permiso a sus padres de alistarse como soldado para defender a Cristo y a su Iglesia. Su madre trató de disuadirlo, pues por sus pocos años, más bien iba a estorbar que a ayudar.
Su madre le dio permiso y con su bendición partió hacia los campamentos cristeros. De inmediato se ganó el cariño de todos. Su alegría endulzaba los momentos tristes y todos admiraban su gallardía y su valor. Por las noches dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe.
El 5 de febrero de 1928, al año y cinco meses de estar con los cristeros, participó valientemente en un combate, cerca de Cotija, Mich. Luego de varias horas de lucha, el caballo del general católico cayó muerto de un balazo. Al darse cuenta, José bajó de su montura con agilidad y le dijo: "Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí". Entregó su caballo, pidió un fusil y parque y combatió con bravura.
Fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien lo reprendió por combatir contra el gobierno, a lo que contestó José: "Me aprehendieron porque se me acabó el parque, pero no me he rendido". El general, al ver su decisión y arrojo, le dijo: "Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros". "¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!
El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel y le escribió una carta a su madre en donde le informa que fue hecho prisionero durante un combate. Le dice que él cree que va a morir, pero que no importa. Le pide que se resigne a la voluntad de Dios y que no se preocupe por su muerte.
El mismo día que aprehendieron a José, fue arrestado su amigo Lázaro -al que sacaron de la cárcel por la tarde para ahorcarlo-, y José fue obligado a permanecer junto al árbol de la ejecución. Colgaron a Lázaro, y un cuarto de hora después lo bajaron y lo arrastraron al cementerio, donde lo abandonaron. Tomando en cuenta las oraciones y el dolor de José por su amigo, Nuestro Señor Jesucristo lo resucita. Al sentirse con vida, Lázaro se levanta y huye del panteón. Este milagro fue reconocido muchos años después cuando terminó la guerra cristera.
El viernes 10 de febrero de 1928, como a las seis de la tarde, sacaron a José del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio, que antes era mesón. Le desollaron las plantas de los pies con un cuchillo y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los desalmados verdugos querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para seguir gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe.
Mientras salían de su boca oraciones y alabanzas para Nuestro Señor Jesucristo, el capitán le disparó en la cabeza, y el mártir cayó dentro de la tumba.
La conmoción de los católicos de Sahuayo fue tal, que el cementerio estuvo todo el día custodiado por soldados, pues todos querían recoger sangre del mártir. Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra, y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente sus reliquias reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Mich.
No debemos olvidar a esos hermanos nuestros que dieron lo más valioso que tenían: su propia vida, para defender a Jesucristo de aquellos que quisieron a toda costa destruir la fe del pueblo mexicano.
Muchos ignoran que Cristo es el único Salvador, el verdadero modelo, el hermano de todos, el Amigo insustituible, el único digno de toda confianza.
En este siglo XXI defendemos a Jesucristo cuando reconocemos que la vida comienza en el momento de la concepción; lo defendemos cuando rechazamos la pornografía que nos aleja de su Persona; lo defendemos cuando atendemos a los que la sociedad desprecia; lo defendemos cuando nos convertimos en evangelizadores de su Palabra y mensajeros de la paz dejando atrás la violencia; cuando privilegiamos los valores morales y el sacramento del matrimonio.
Ahora nosotros debemos proclamar solemnemente a Jesucristo como Rey de Reyes y estar dispuestos -de ser necesario- a entregar la vida por Él. Su reino es el reino de la Verdad y la Vida, el reino de la Santidad y la Gracia, el reino de la Justicia, el Amor y la Paz.
Jacobozarzar@yahoo.com