La danza religiosa, un ensamble de culturas
“No hay nada nuevo bajo el sol”, dice la frase, y en verdad que no hay nada nuevo: los mismos seres que inventaron la piedra y luego el iphone siguen danzando bajo la luz de la fe con el propósito de complacer al dador de vida y agradecer los favores recibidos.
Ese relámpago del cuerpo, similar al relámpago al que pretendía representar; ese macho cabrío, perversamente lúdico, similar al dios al que pretendía representar; ese guerrero que emprendía el proceso de la necesaria purificación para agradar al dios bueno, representado en un bloque de piedra debida y pacientemente esculpido; tan largo es el pasado de la danza, como en apariencia es su futuro.
Un buen número de estudiosos considera que hablar de la danza es referirse a la primera de las bellas artes, y quizás tengan razón. Después de todo lo único que se necesita es un cuerpo y un ritmo; el primero, casi cualquier persona lo tiene, aunque no todos pueden utilizarlo, hay individuos modificados genéticamente para ser incapaces de coordinar operaciones dificultosas como adelantar el pie derecho y retrasar el izquierdo a la vez que las manos hacen una especie de reverencia; el segundo, se consigue de forma fácil, basta con silbar o batir las palmas o con entonar algunos ruidos medianamente armónicos.
El hombre de las cavernas, ese que en las historietas conquistaba a las mujeres con el poder de su garrote, fue el inventor de tan divino arte. Al parecer, muy poco tiempo después de su nacimiento, la danza quedó ligada con todavía primitivas nociones como divinidad, ritual, ceremonia, por aquello de agradecer el agua y el fuego, los frutos de los árboles y de la cacería. Dicha asociación, lejos de perder vigencia, se ha mantenido intacta. El ser humano, luego del paganismo, luego de las más variadas cosmovisiones y mitologías, luego de la instauración de las grandes religiones que dominan el mundo desde hace varios siglos, sigue bailando para agradecer a la deidad invisible de cuya existencia no duda por los favores recibidos.
A partir de esta breve introducción podemos concebir una sencilla definición de la danza religiosa: un baile cuyo propósito es crear un vínculo con las altas esferas, con la divinidad, que demanda una participación multitudinaria, y se construye con pasos simples, repetitivos, eficaces.
Un pueblo como el mexicano, más guadalupano que demócrata, no tiene reparos a la hora de ostentarse como un exponente magnífico de la cercanía entre danza y religión. La mejor prueba de ello es el 12 de diciembre, la cumbre de una fiesta popular en la que los grupos más diversos van a dar gracias a la patrona de México antecedidos, por lo general, por un grupo de danzantes armados con sonajas, calzados con huaraches de doble o triple suela, en un baile de penachos erguidos y tambores irreductibles.
LA INCEPCIÓN
Para iniciar esta danza de las palabras, algo simple y entendible como la visión que ofrece José Antonio Robles Cahero, historiador y musicólogo. En el texto Un paseo por la música y el baile populares de la Nueva España, nos dice que en el Nuevo Mundo se dio una fusión de cuatro continentes en uno solo. En el proceso estuvieron involucrados indios, europeos, africanos y asiáticos, una sociedad multiétnica en la que todos influyeron en todos mediante “sincretismos” culturales, esa palabra entrecomillada es uno de los pilares de toda explicación sobre la danza religiosa en México.
Siguiendo con Robles Cahero, el baile fue uno de los géneros populares más practicados por diversos grupos sociales y étnicos de la Nueva España. Varios autores coinciden con él a la hora de pintar a la sociedad surgida de la conquista como un conjunto heterogéneo que compartía pocas cosas en común. Uno de los comunes denominadores de la población es que, a la menor provocación, hombres y mujeres bailaban en sus casas y en la calle, en el teatro y la taberna, en el campo y las ciudades, en la iglesia y en el convento.
En los siglos XVI y XVII la música y la danza fueron parte de la estrategia conquistadora para arraigar el modelo occidental entre los nuevos fieles.
La historia ocurrió más o menos como sigue: los evangelizadores que entraron en contacto con los nativos promovieron, con gran éxito, la destrucción de la religión indígena y de su cultura. Los nativos, empero, se negaban a aceptar la nueva religión.
En la Navidad de 1528 fray Pedro de Gante organizó una gran fiesta en el convento de San Francisco. Con buen sentido, el religioso invitó a los indios “principales” y a sus comunidades del valle de México. En la fiesta se les permitió bailar y cantar y usar las prendas que acostumbraban antes de la conquista.
Con esa fiesta la evangelización encontró un modo de expandirse, luego de la celebración, los indios aceptaron participar en los rituales cristianos y que sus hijos fueran educados en las escuelas de los monasterios.
Bajo la supervisión de los franciscanos, los indios comenzaron a participar de la organización de las fiestas religiosas anuales (santo patrón del pueblo, Corpus Christi, Jueves Santos) y otras fiestas del calendario eclesiástico (Navidad, Candelaria, Fieles Difuntos, Virgen de Guadalupe).
Así, los cantos y bailes en honor de divinidades como Tonantzin fueron sustituidas por el festejo de las tradiciones cristianas: la historia religiosa, la vida de Jesús y de los santos.
En las celebraciones festivas se mezclaba la música y la danza españolas (religiosa y popular) con la música y bailes indígenas (mitotes y tocotines), fenómeno mestizo que expresaba «una religiosidad nueva», dice José Antonio Robles, y esas palabras deberían acompañarse de imágenes y audios que fácilmente pueden registrarse en las fiestas de los santos patronos.
LAS COFRADÍAS
La fundación de cofradías indígenas es otro de los elementos que ha dado a las danzas religiosas su largo pasado en México. Los integrantes de dichos grupos se apoyaban para financiar desde las vestimentas hasta la bebida.
La evolución de la danza evangelizada tuvo un avance definitivo con la organización de los danzantes, con el nombramiento de generales de la danza que incluso debían peregrinar hacia templos importantes de la cristiandad virreinal para recibir sus títulos. Con el tiempo, las cofradías se independizaron del clero y siguieron el camino de los organismos autónomos.
Polémicas, sin embargo, las hubo; una estudiosa de la danza colonial, Maya Ramos Smith, en su artículo La censura a las festividades religiosas, relata que con la instauración de la fiesta del Corpus Christi en la Nueva España llegaron las prohibiciones.
El primer obispo de la colonia, Fray Juan de Zumárraga, escribió al respecto de la danza en la fiesta del cuerpo de Cristo que era cosa de gran desacato y desvergüenza ya que los nativos iban con máscaras y en hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos.
El obispo murió en 1548, pero las autoridades eclesiásticas mantuvieron la prohibición de las danzas en la procesión del Corpus Christi. Las autoridades civiles, cosa poco usual, estuvieron de parte del pueblo y autorizaron la ejecución de esos meneos.
La iglesia condenó la mezcla de cultura occidental y nativa que había en los bailes y representaciones dentro de los templos y conventos, además, tanta felicidad debía de ser pecado.
En 1646, casi un siglo después de la muerte de fray Juan de Zumárraga, el obispo de Puebla, Fray Juan de Palafox, promovió y logró que, al menos en el papel, se castigara con multas de cien pesos a quienes infringieran la prohibición de bailar en las celebraciones religiosas. En aquel tiempo los religiosos tampoco veían con buenos ojos a las danzas-teatro que traían a la vida, por medio de la escenificación, argumentos como las batallas entre moros y cristianos o la Conquista de México.
El ánimo festivo, sin embargo, podía más que las prohibiciones. Los indígenas no reparaban en gastos si de bailar se trataba, se empeñaban o contraían deudas importantes con tal de alquilar o comprar desde ropas lujosas hasta accesorios para la danza. Había una razón poderosa para ello: los danzantes, en especial aquellos que interpretaban los papeles de emperador malévolo o de santo mártir, conseguían mucho éxito con las mujeres.
Maya Ramos platica que un fraile, en su intento por suspender la ejecución de una danza-teatro, bien podía encontrarse con respuestas del tipo “aunque le pese, vamos a danzar”.
EL SINCRETISMO
A ese respecto, José Antonio Robles es categórico: La cultura religiosa festiva iniciada en el siglo XVI permaneció y se arraigó en las tradiciones indígenas del México actual.
Y sí, las fiestas patronales siguen conservando los significados simbólicos del cristianismo indígena: ofrendas, mitos, danzas indias, vestidos y máscaras prehispánicas, por un lado; cantos litúrgicos, procesiones, danzas de moros y cristianos, fuegos artificiales, por el otro.
El sincretismo entre la religión católica y la religión de los pueblos conquistados por los españoles despierta admiraciones que llevan a calificarlo como un auténtico milagro. Los estudiosos coinciden en que los indígenas, sabios como eran, vieron la imposición de las creencias de los conquistadores como lo que era, una imposición, y actuaron en consecuencia.
Si bien su sistema de creencias, sus ídolos y rituales fueron objeto de cristiana destrucción, los indios guardaron, lo mejor que pudieron, aquello que, espiritualmente, era importante para ellos.
Ejemplos abundan. Bien conocida es la historia de lo frailes que, comprometidos con la evangelización de los nativos, encargaron a los nuevos feligreses la construcción de templos de formato occidental en sus paganos lugares sagrados, o la manufactura de iconos que representaban la versión ultramarina de la santidad. Los nativos hicieron lo que se les pedía tomándose algunas libertades como la disimulada inclusión de sus símbolos sagrados en las obras que ejecutaban.
Con la danza sucedió algo similar. Los frailes vieron el gusto con el que los conquistados desarrollaban sus danzas y prohibieron la ejecución de sus devaneos porque a los ídolos no se les baila ni se les adora. Luego, adaptaron la estrategia y decidieron utilizar tanto fervor aplicado a los pasos de baile a su favor. Antes de la Conquista danzar era participar de un ritual en el que las fuerzas y los ciclos naturales estaban personificados y se buscaba complacer a los dioses. Con el triunfo español se le utilizó para representar la victoria del cristianismo sobre el paganismo. No faltaron, empero, los nativos que, sujetos a las restricciones de los frailes, siguieron, para sus adentros, bailando para sus divinidades.
Así surgieron peculiares manifestaciones culturales como los bailes que son englobados en el término Danza de Conquista. Según el investigador Demetrio Brisset Martín, se trata de un complejo festivo-ritual que se desarrolla en diversos puntos del mapa mexicano.
Danza de Conquista
Brisset Martín aplica el término Danza de Conquista a bailes que comparten características como:
Poseer un carácter sagrado.
Estar integrados a los festejos rituales celebrados cada año en honor de los patronos.
Exigir un elevado desembolso económico por parte de organizadores y ejecutantes (en cumplimiento de una manda).
Otra característica es que los argumentos se adaptan a hechos históricos como la llegada de los españoles, enfrentamientos entre invasores y nativos o la imposición de la fe católica.
Un ejemplo de las danzas del sincretismo es la de Moros y Cristianos. Nacida en España para reafirmar el carácter guerrero y religioso, además de conmemorar las victorias cristianas, llegó a México con la conquista.
Bernal Díaz del Castillo anotó que ya era ejecutada en 1524, en algún festejo organizado para Hernán Cortés en Coatzacoalcos.
La fiesta arraigó en México y se sigue practicando en casi toda la república mexicana. Ahora es conocida como la Morisma. En 1590, en lo que hoy es Michoacán, los moros fueron sustituidos por indios chichimecas (los infieles) en lucha contra los tarascos disfrazados de españoles (los tarascos).
Los conquistadores pues, atribuyeron un nuevo simbolismo a Moros y Cristianos. La representación se convirtió en una lucha con actores distintos entre la fe católica y el paganismo. Los frailes favorecieron el cambio de moro por indio, algo que se ajustaba a la realidad del Nuevo Mundo y a sus intereses. Por ello, la Danza de la Conquista suele terminar con la conversión de Moctezuma y su gente al catolicismo.
La Morisma es un espectáculo que, en algunos puntos de México, hilvana de algún modo acontecimientos tan dispares como el martirio de Juan el Bautista, el conflicto entre Carlomagno y Balán el almirante pagano y la Batalla de Lepanto entre moros y cristianos.
MÁS EJEMPLOS
En los alrededores del río Lerma, ese que nace en el Estado de México y desagua en el Lago de Chapala, ubicado en Jalisco y con una pequeña parte para Michoacán, los otomís y mazahuas realizaban una danza para pedir a las deidades la lluvia y la buena cosecha. La gente salía a la calle con máscaras y ropajes de gala. La lluvia llegaba y todos felices. La danza se sigue realizando, si bien ahora está dirigida al Señor de la Coronación, su objetivo no ha variado: asegurar el agua.
En Zacatecas se venera a la Virgen de los Zacatecas, una que ayudó a la conquista de los territorios del centro de México, se le baila ya que, entre otras cosas, en el fragor de una batalla entre nativos y conquistadores, levantó los vientos y el viento traslado el polvo hasta los ojos de los indígenas, cegándolos, facilitando el triunfo de la fe auténtica.
La Danza de la Pluma, la más importante en Oaxaca, es la más conocida de las danzas de conquista mexicanas.
Se compone de dos bandos bien diferenciados: el bando de los danzantes que representan a los indígenas encabezados por Moctezuma, y el de los soldaditos, los españoles dirigidos por Hernán Cortés, quien lleva un tricornio de plumas, una banda al pecho y un crucifijo en su mano.
GUSTO POR LA FIESTA
Por su herencia colonial y su gusto por la fiesta, México es territorio fértil para dar rienda suelta a los corifeos. Como se mencionó líneas arriba, las fiestas tradicionales se rigen por el calendario religioso, el día de la Virgen de Guadalupe, el Corpus Christi, el día de la Santa Cruz, el día de San Judas Tadeo, etcétera. Sin bien estos festejos conservan elementos de los ritos antiguos, de un mundo que tenía una mitología variada y bien establecida, las danzas religiosas que perduran hasta nuestros tiempos llevan la marca de la Conquista y ostentan los valores religiosos impuestos con la espada en una mano y la cruz en la otra.
Algunas danzas de conquista de largo arraigo en la tradición cultural mexicana son: Concheros, que se representa en varias zonas arqueológicas como Amecameca; la Danza de los voladores asociada comúnmente con la comunidad veracruzana de Papantla.
También hay bailes que representan las costumbres anteriores a la llegada de los españoles, como la Danza del venado, en la que un grupo de danzantes dan cacería al animal. En la Danza del Pocho, patrimonio tabasqueño, cojóes (hombres creados de pulpa de maíz), pochoveras (doncellas de las flores y sacerdotisas del dios Pochó) y balanes (personajes con piel de tigre y con el cuerpo cubierto de tierra blanca) bailan simbolizando la purificación del hombre, la lucha entre el bien y el mal, la derrota del Pochó, dios maligno que es quemado.
EL CASO DE COAHUILA
Desde hace más de una década en esta entidad se han hecho esfuerzos por conservar tradiciones de largo arraigo. Es particularmente notable el caso de la Danza del Caballito.
Antes de entrar de lleno a ese caso en particular, primero un poco de contexto:
A principios de la década pasada, Adolfo Aguirre Viesca, recibió un apoyo de 30 mil pesos del Programa de Apoyo a las Culturas Populares y Comunitarias (PACMyC) relacionado con esa danza. No hay disponible información sobre el desarrollo de dicho proyecto.
Más de una década después, el escritor Miguel Sabido y la Secretaría de Cultura de Coahuila, se dieron a la tarea de investigar pastorelas y danzas en la entidad.
La oficina gubernamental responsable de velar por este esfuerzo es la Subsecretaría de Promoción Cultural, cuyo titular es Iván Márquez.
Como todo programa de gobierno que se respete, el objetivo de la subsecretaría es ambicioso y de pronóstico reservado: el rescate de tradiciones coahuilenses.
Todo comenzó con las pastorelas de la región sureste de la entidad. El trabajo dio frutos como un libro y un dvd con material documental.
El plan de trabajo de los rescatistas incluye visitas a cada una de las regiones para identificar las características de las pastorelas que se realizan, las diferencias entre un lugar y otro, y a partir de ahí ofrecer a la población en general información sobre cómo hacer su propia representación.
La recreación del nacimiento de Jesús, puso en la mira de las autoridades otra manifestación del fervor religioso en la entidad: La danza de matachines, también conocidos como soldados de la Virgen. En respuesta a una demanda popular, explica Iván Márquez, se realizó una capacitación masiva en la entidad acerca de cómo elaborar los penachos.
En junio pasado, se realizó la Matachina Estatal, que congregó a 2 mil 400 danzantes de la entidad, un ciento menos que el total de matachines en el estado, 5 mil según la subsecretaría.
Para estos danzantes la oficina estatal también tiene un plan más ambicioso, que incluye la investigación de sus diferentes tipos y la difusión correspondiente.
Con Valdemar Ayala, crítico cinematográfico, se trabajó una publicación sobre las danzas tradicionales en el que se incluyó información sobre sus orígenes prehispánicos, la tradición europea que contiene, cómo llegó hasta nuestros días y los diferentes tipos que hay.
De acuerdo con Iván Márquez, entre los danzantes aún hay mucho desconocimiento sobre el trasfondo histórico y simbólico de los pasos que ejecutan al ritmo de la música.
Por lo pronto, dijo, ya se empezó a rodar un documental al respecto y se prepara una exposición fotográfica para el próximo año.
Además se preparan talleres enfocados a enseñar la forma en que se elaboran los huaraches y el vestuario de los matachines.
Se trata, dijo el funcionario, de una manifestación cultural que no se entiende sin la devoción. Personas de estratos humildes, por ejemplo, llegan a gastar, en promedio, mil 100 pesos en la elaboración del penacho.
Si se toma en cuenta que los grupos de danza están conformados por entre 18 y 30 elementos, la inversión, tan solo en penachos, se ubica entre los 19 mil 800 y los 33 mil pesos.
Si hacemos caso al dato de la subsecretaría, el gasto de los 5 mil danzantes de matachines en la entidad, tan sólo en esa parte del vestuario, sería de 5 millones 500 mil pesos.
El responsable de la promoción cultural aseguró que un punto a favor de su programa de trabajo es que en las tareas se involucran y participan de los acuerdos las autoridades de los grupos de danza, directores o mayordomos.
EL CABALLITO Y SU ESCAZA FAMILIA
La Danza del Caballito es una tradición en el municipio de Viesca. Se desarrolla en la fiesta por el apóstol Santiago. Los danzantes visten trajes que representan equinos de madera, lucen atuendos muy floridos. Durante el baile se recrea un conflicto entre moros y cristianos, la Reconquista de la península ibérica por parte de los católicos, luego de que los musulmanes la ocuparan allá entre los siglos VIII y XV. En esa lucha los cristianos tenían como guía y protector al apóstol Santiago.
El subsecretario de Promoción Cultural define a la fiesta del apóstol Santiago y a las actividades que la conforman como un orgullo del pueblo de Viesca. Sin embargo, afirmó, la Danza del Caballito vive un momento que reclama la atención de la sociedad, corre el riesgo de perderse.
Algunas particularidades de la danza efectuada en ese municipio son:
La imagen del apóstol utilizada en la representación, dijo, está bajo resguardo de una familia y es la misma que se ha utilizado en los últimos 60 años.
Fuera de la familia no se ha difundido la técnica para elaborar los caballitos. La madera original fue cambiaba y ahora se utiliza la del árbol de jara para evitar los ataques de la polilla.
El caballo que acompaña al apóstol no es de color blanco como en la representación más difundida por la iconografía cristiana.
Los sones que se bailan son distintos a los que se utilizan en danzas de caballitos realizadas en otros puntos de México.
Para Iván Márquez, sin bien es meritoria la labor realizada por una familia para la celebración del 25 de julio, es notorio que se requiere difundir el conocimiento sobre la danza y sus características particulares en ese municipio.
La misión emprendida por la subsecretaría goza de argumentos difícilmente rebatibles desde el punto de vista histórico. Hay pastorelas y danzas en Coahuila que tienen una tradición de al menos 150 años de constante representación en poblados de la entidad.
Hay que recordar que la tradición sufrió tropiezos en su devenir temporal, debido a las dificultades que encontraron los conquistadores al trasladar sus armas y el evangelio hacia el norte del territorio novohispano. Además, explicó Iván Márquez, hay que tomar en cuenta que en su momento las danzas y las dramatizaciones de la historia cristiana fueron prohibidas por la iglesia.
En cuanto a la diferencia entre el actuar de la subsecretaría y el PACMyC, el funcionario explicó que si bien el programa de apoyo a las culturas lleva muchos años trabajando, la subsecretaría tiene un plan sólido, enfocado a la generación de productos culturales.
Más allá de los programas y las acciones de oficinas de gobierno, dijo, en la esfera de las tradiciones populares lo más importante es la buena voluntad de la comunidad. Si una actividad está destinada a perdurar es porque la gente se apropia de ella y se encarga de su conservación y difusión.
COSTUMBRE PECULIAR
Como se anticipó al inicio de este artículo, el sincretismo es un término clave para entender el peculiar espectáculo de las danzas religiosas en México. De la fusión de elementos opuestos surgió un producto que lo mismo festeja las raíces prehispánicas que la devoción hacia la fe traída de ultramar.
Los indios también son moros, los cristianos siguen siendo españoles, los sones siguen remontándonos a aquellos años donde el refinamiento de la música aún no incluía cuerdas, bastaban las percusiones y los vientos.
Las sonajas y los arcos se mueven en honor de la virgen o del santo o del hijo de Dios como antes lo hicieron para buscar el favor de Tonantzín. Los penachos se elevan como los crepúsculos de tiempos antiquísimos, bajo un cielo primero impuesto y luego aceptado como propio.
Iglesia y danza, una simbiosis particular en un México que, como decía la publicidad de un canal de caricaturas estadounidense, es el lugar de los mejores personajes. Algo similar podría decirse de sus fiestas religiosas, de sus morismas y danzas de conquista, el margen de error sería muy pequeño.
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