La majestuosa Sierra del Nayar
Majestuosa e imponente son los adjetivos que más se acercan a la descripción de la Sierra del Nayar, ahí en donde el hombre se vuelve diminuto ante la gallardía de la naturaleza.
A dos horas y media de la ciudad de Durango, se encuentra una de las zonas más atractivas de la región serrana del estado; un espacio preferido por los venados, el guajolote silvestre y la emblemática guacamaya verde.
Para llegar hay que trasladarse hasta el poblado Navíos, ubicado en el kilómetro 60 por la carretera libre a Mazatlán, seguir a la izquierda 20 kilómetros hasta llegar al poblado El Centenario y de ahí avanzar unos 50 kilómetros por terracería, siguiendo los señalamientos.
Aunque el lugar más atractivo y mencionado de esta zona es el Salto del Agua Llovida, una cascada de 85 metros de altura que se forma con la unión de los arroyos Infiernillo y Las Playas, son innumerables los parajes que hay en la propiedad de 16 mil 413 hectáreas, que comparten 140 socios.
Por años, incluso generaciones, los codueños de la Sierra del Nayar han vivido del aprovechamiento forestal; sin embargo, debidamente organizados, han sabido sacar provecho de los esquemas que ofrece el Gobierno Federal, por el bueno manejo de los recursos naturales.
A sabiendas de la belleza que tienen en su propiedad, ya buscan esquemas para promover el ecoturismo e incluso aprovechar la Unidad para la conservación, manejo y aprovechamiento sustentable de la vida silvestre (UMA), vigente desde hace más de 10 años.
Dichas actividades, las pretenden implementar a la par del aprovechamiento forestal, que todavía hace 70 años, daba para que existiera un aserradero, de que ahora solo queda como vestigio un gran bordo de aserrín.
Rodrigo Ortiz Robles, codueño de la Sierra del Nayar, platicó sobre la importancia que han dado a preservar lo que un día les dejaron sus padres "la encomienda es dejar el bosque igual o mejor a nuestros hijos".
CELOSO
Celoso del lugar, mientras recorre las brechas se detiene las veces que sea necesario para levantar botellas de plástico y de vidrio que algunos de los visitantes, erróneamente arrojan a la intemperie, pese a que hay botes de basura distribuidos al menos por las áreas acondicionadas para las visitas.
No tienen mucho que cobran 30 pesos por el acceso, lo que ha servido para mantener un mayor control de los ingresos y para pagar a los "monteros", quienes además de las encomiendas forestales, hacen labor de guías para los visitantes.
La política del lugar es tajante, a quien se encuentra arrojando basura y causando destrozos, ya no se le permite el acceso.
"Queremos promover el turismo, pero también que las personas entiendan que no pueden venir a estos lugares a contaminar y a destruir lo que a la naturaleza le ha costado tanto hacer", refirió.
Con Ortiz Robles, El Siglo de Durango recorrió algunos de los parajes más representativos de este lugar de la Sierra del municipio capitalino, como las cascadas del Charco Azul y Las Playitas, el mirador del Cerro de la Providencia y las inmediaciones de Salto del Agua Llovida.
En un ambiente totalmente húmedo, debido a las lluvias que se presentan a diario en el lugar, el verde y sus variantes están por todos lados, así como los arroyuelos y escurrimientos.
Las guacamayas disfrutan estar en el lugar, es temporada de apareamiento y es común verlas volar en las cercanías de las cascadas, emitiendo un sonido que se puede escuchar a kilómetros de distancia.
Para los codueños y los "monteros", estas aves son prácticamente sagradas; no molestarlas es una advertencia que se hace a todos los visitantes, a quienes se les pretende hacer entender sobre la importancia de respetar a los inquilinos emplumados.
"Tenemos una Sierra bendita", dice Rodrigo, quien explica que una gran parte del arbolado se regenera sin intervención, aunque en algunos caso recurren a la reforestación, para evitar que el recurso natural se vea en riesgo.