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Ejemplo de congruencia

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Ejemplo de congruencia

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Con mucha frecuencia sucede que no pocos padres de familia se cuestionan cómo inculcarles valores a los hijos si difícilmente se puede fomentar la práctica de los mismos cuando no se poseen, situación que pone en un dilema real a los progenitores cuando desde la infancia de estos no se les enseñaron, de ahí que la respuesta no es sencilla, pero lo que sí se puede hacer es comenzar a crear en el hogar una atmósfera donde los buenos hábitos y los principios morales sean una costumbre constante entre los integrantes de la familia, desde el más pequeño hasta quienes fijan y hacen cumplir las reglas.

Desde luego que no es una empresa sencilla para acometerse y, sobre todo, para mantenerse a un mismo ritmo, ya que si no se cuenta con cimientos sólidos para promover la enseñanza de los principales valores (respeto, justicia, solidaridad, honestidad, entre otros), la meta por cumplir será más complicada para que se vea reflejada en resultados positivos, pues los padres de familia (ambos) tenemos que ser constantes a tal grado que todas nuestras acciones deberán contener el ingrediente esencial que es la congruencia, es decir, que todo lo que pensamos y digamos concuerde con lo que hagamos.

Trataré de explicarme: por ejemplo, si yo tengo hijos adolescentes y les pido que no fumen, con el gastado rollo de que es un hábito nocivo y mortal, de nada servirá (o, al menos, de muy poco) que se los repita hasta el cansancio si yo mismo tengo muy arraigado el vicio del tabaquismo y que, además, no estoy dispuesto a dejarlo, por lo que para contar con la suficiente autoridad moral y plantear dicha solicitud, habría que tomar en cuenta dos factores. El primero consistiría en que yo no tengo esa perniciosa costumbre; y el segundo sería que, en caso de padecerla, me he fijado el objetivo de desterrarla, pero con hechos.

Quizá muchos padres de familia preferirían continuar con la tradición de imponer sus reglas, al grado de obligar a los hijos a que ellos sí se vayan por el camino recto, mientras que papá y mamá pueden hacer lo que les venga en gana, pues al fin y al cabo en casa mandan ellos y no hay otra opción más que acatar lo que se disponga en los términos que ellos lo dicten, aunque con ello se corre el riesgo de que pierdan toda autoridad y credibilidad y los vástagos terminen por ignorarlos o cumplir las normas a medias, sólo para no entrar en un conflicto permanente, en el que unos aprietan y otros aflojan o ceden un poco, todo con tal de llevar la fiesta en paz.

A propósito me viene a la mente una regla que se estila imponer por parte de los padres hacia los hijos, en el sentido de que en el hogar está prohibido decir mentiras, pero sucede que cuando alguien toca el timbre en casa y se trata de, por ejemplo, un cobrador, de inmediato se les ordena a pequeños y grandes que mientan al precisarle a la persona en cuestión que, por el momento, a quien buscan (mamá o papá) no se encuentra en ese instante, que vuelva en otra ocasión.

Es entonces cuando los hijos se decepcionan de los progenitores cuando estos les piden que mientan para librarse de algún cobrador, cuando los propios padres deberían hacerle frente a su problema y explicarle al susodicho que en ese momento no se le puede pagar y que posteriormente habrá la oportunidad de saldar ese compromiso económico que los obliga, a veces, a convertir a sus vástagos en cómplices de asuntos que no les competen en lo más mínimo.

Por ello, lo más recomendable es no obligar a los hijos a ser lo que los padres no somos y que, lo peor, no aspiramos tampoco a ser, y ni siquiera pretendemos cambiar para representar el mejor ejemplo para nuestros vástagos.

Realmente, es complicado tratar de inculcarles valores a los pequeños que tenemos en casa (y no se diga a los adolescentes y adultos) cuando no se cuenta con cimientos, con bases sólidas que respalden todo aquello que quisiéramos que los hijos aprendieran, ya que si los progenitores no disponemos de elementos convincentes para ello, como es el ejemplo en su cotidiana expresión, difícilmente nuestros vástagos van a poner en práctica algo que sólo se les impone pero de lo que no ven testimonio vivo en el hogar.

Y esto, amable lector, se llama congruencia, es decir, predicar con el ejemplo todos los días, en todo momento, en todas las circunstancias, de tal manera que los hechos hablen por nosotros mismos, sin necesidad de estar fastidiando a los hijos para que se conduzcan de determinada forma, ya que si observan que lo que pretendemos que aprendan lo observan en nosotros, seguramente también lo asimilarán y lo adoptarán también como un estilo de vida propio y permanente.

Ciertamente, se antoja como una tarea titánica, pero también debemos estar conscientes de que nuestra misión como padres es formar hijos con valores, sensibles ante las necesidades de los demás, respetuosos y, sobre todo, congruentes en lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.

Escrito en: PADRES E HIJOS hijos, padres, que,, vástagos

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