A lo señalaba yo en este espacio en 2011. Las antiguas tragedias griegas no tenían nunca un resultado sorpresivo. El desenlace estaba predeterminado desde el primer momento. Edipo estaba condenado a matar a su padre y a yacer con su madre. Orestes debía asesinar a su madre Clitemnestra que a su vez había matado a su esposo Agamenón, el padre de Orestes. Nada que hicieran los personajes podía cambiar el resultado. El pecado de orgullo --la hibris o hybris-- simplemente ratificaba la condena. Los espectadores esperaban con paciencia, incluso en obras de tres días, un final que ya conocían.
La actual tragedia financiera griega no es muy distinta de las historias que nos contaban Sófocles, Eurípides o Esquilo. El desenlace es inevitable. Todo ocurre de manera sistemática para llevar a la conclusión predestinada. El pecado de orgullo está presente para justificar la tragedia final, pero todos los espectadores saben que nada puede cambiar el desenlace. La lógica de la tragedia se impone con la inevitabilidad de un silogismo.
Escribo estas palabras antes de conocer los resultados del referéndum griego, pero al final no importa mucho si gana el Sí o el No. Ningún resultado cambiará el resultado de la tragedia.
Grecia está quebrada, lo ha estado desde hace mucho tiempo. El país ha vivido durante décadas de los subsidios europeos y de una deuda pública creciente. En 2010 tenía un producto interno bruto per cápita nominal de 27,302 dólares por persona contra 9,566 de México (Sarmiento, "Tragedia griega", 20.8.11). Para 2014 había perdido ya mucho terreno, pero registraba todavía un PIB nominal per cápita de 21,653 dólares, muy por arriba de la República Checa con 19,563, Chile con 14,477 o México con 10,715. La verdad es que ese PIB per cápita es una ilusión que tendrá que caer más para empezar a crecer.
Grecia tiene ya una deuda pública de 177 por ciento del PIB (tradingeconomics.com). Es muy alta, pero no es el meollo del problema. Japón carga con una de 230 por ciento del PIB y no tiene dificultad en financiarla. Los inversores tienen confianza en la capacidad de pago del gobierno japonés, o por lo menos de no interrumpir el servicio, mientras que Grecia ya falló en un pago de casi 1,600 millones de euros al Fondo Monetario Internacional. Si bien el gobierno pide más dinero de sus acreedores y del Banco Central Europeo, no ofrece ninguna perspectiva clara de cómo podrá pagar.
El resultado del referéndum del 5 de julio no importa demasiado porque ninguna de las dos incomprensibles opciones que se han apuntado en las boletas resolverá la tragedia. El "No" que pidió el gobierno de Alexis Tsipras, con el argumento de que le permitirá regresar a la mesa de negociaciones y exigir más de los acreedores, es un engaño porque presionados por sus electores los acreedores no podrán ofrecer ya más dinero a Grecia. El "Sí" tampoco resuelve nada. El acuerdo negociado con los acreedores por el propio Tsipras, y que fue ya retirado de la mesa cuando el primer ministro griego convocó al referéndum, no hace más que posponer el resultado inevitable de la tragedia.
El pecado de orgullo de los actuales gobernantes griegos es haber tratado con desprecio e insultos a los acreedores cuya generosidad necesitan para un nuevo rescate. Pero al final ni siquiera eso cambia el desenlace. El final estaba predestinado desde el principio. La tragedia debe cumplirse para que la economía griega pueda empezar a reconstruirse sobre bases nuevas: quizá sin el euro y sin duda con un gobierno que aprenda a gastar sólo lo que tiene.
La deuda pública total de Grecia al 1ro de julio es de 323 mil millones de euros o 352,700 millones de dólares (moneymorning.com 1.7.15); para una población de 11 millones esto equivale a 32,063 dólares por persona. El gobierno de Puerto Rico, también al borde de la quiebra, debe 72 mil millones de dólares, o 20,571 dólares por cada uno de los 3.5 millones de puertorriqueños.
Twitter: @SergioSarmiento