El tercer informe de los presidentes solía ser el de pleno poder. En el pleistoceno democrático, cuando el partidazo no tenía sombra y el presidente todos los reflectores, el tercer año de gobierno era el de la consolidación plena del poder: a la cámara entraban sus diputados, palomeados por él, y a esas alturas tenía ya controladas más de la mitad de las gubernaturas. Esa tradición se rompió con Ernesto Zedillo en 1997, para quien su tercer informe fue un verdadero calvario, con una Cámara de Diputado dominada, por primera vez, por la oposición.
Peña Nieto llega a su tercer año con dominio en las Cámara (el primero en los últimos cuatro sexenios) y con la mayoría gobernadores a modo, pero con los peores indicadores de gestión para un Presidente de la Republica a estas alturas del sexenio. Su nivel de aprobación ronda en 36 por ciento, el más bajo desde que se mide esta variable. La percepción de inseguridad sigue al alza, las crisis por temas de derechos humanos son recurrentes y resultados económicos de malos a muy malos, muy por debajo de la expectativa generada por el mismo gobierno.
La campaña del tercer informe es un claro reflejo de las carencias del Presidente. Decir que México no se está moviendo a la velocidad esperada es anticiparse a la ola de críticas que vendrán por la falta de crecimiento económico; a la mitad del camino tenemos el mismo crecimiento mediocre, promedio de 1.8%, de los últimos 15 años. Hacer que el Presidente cierre los anuncios de radio diciendo que tiene el ánimo y la fortaleza es una respuesta, una explicación no pedida, a la ola de rumores sobre su estado de salud. Es decir, se trata de una campaña reactiva, no propositiva; muestra un presidente a la defensiva, no en el ejercicio pleno del poder del tercer año.
La segunda mitad del sexenio de Peña no será para nada el imaginado. La crisis financiera del sector público, aunado a una inestabilidad económica internacional, el reacomodo de cárteles y una sucesión presidencial adelantada, auguran años muy complicados, de poco margen presupuestal, y malos datos en los indicadores económicos y sociales (la crisis generará irremediablemente más pobreza), y muy complejo en el manejo político y de seguridad.
Pero para el Presidente todo esto parece estar ocurriendo en otro país. El mensaje que mandó con los cambios en el gabinete es que seguirá haciendo lo mismo y con los mismos, que poco importa en qué cartera este éste o aquel secretario mientras sea del grupo; no importan la cualidades sino las lealtades. Lo único que hizo Peña al ajustar su gabinete fue abrir la baraja de cara a la sucesión presidencial. Hoy de PRI tiene más candidatos, aunque México no tenga mejores secretarios. Vienen tres años más de lo mismo.