Hay quien dice que la obra maestra de Flaubert fueron sus cartas. Más que en sus novelas, en su correspondencia se encuentra la vida de la escritura, la chispa crítica, la ironía y el veneno. En una de ellas encuentro la confesión de su antipatía profunda por los partidos políticos. "No tengo simpatía alguna por ningún partido político o, mejor dicho, los aborrezco a todos, porque todos me parecen igualmente limitados, falsos, pueriles, empleados en lo efímero, sin visión de conjunto y sin elevarse jamás más allá de lo útil. Odio todo despotismo. Soy un liberal rabioso."
Es grato transcribir estas palabras. Hacerlas propias al reescribirlas. Partidos aborrecibles: partidos reptantes, embusteros, miopes, triviales. Pero no todos los partidos son igualmente aborrecibles. En el México de hoy destaca uno más abominable que el resto, más odioso que todos los demás. Es, para mí, el Partido Verde, partido canalla, como lo ha llamado Jorge Alcocer.
Mi antipatía no es solitaria. Éste será el enésimo artículo publicado en semanas recientes que expresa repugnancia por la política de esta organización empeñada en burlar la ley y corromper la democracia. Hay voces que exigen la cancelación de su registro. Lo único que queda es expulsarlo de la competencia, señalan. Si tanto enfurece este partido es, en realidad, porque representa no solamente una cara especialmente detestable de la política mexicana sino también porque ha encontrado, en el revoltijo nacional, las pistas de una notable eficacia. Frente al desprestigio generalizado de la política y del mismo régimen pluralista, los dirigentes del partido verde han diseñado una estrategia de comunicación que funciona. Sí, es ilegal. Sí, es groseramente demagógica. Pero parece, hasta el momento, exitosa. No tengo duda de que el Partido Verde amenaza, desde dentro, al precario sistema democrático de México. Lo hace porque proyecta cotidianamente la desvergüenza de la impunidad. O, más bien, la racionalidad del atropello.
¿Cómo es que una organización que colecciona multas y reprimendas de la autoridad electoral sigue viento en popa, insistiendo en su estrategia transgresora? ¿Por qué prospera una organización farsante? Ésta lo es sin duda alguna: se presenta ante nosotros como partido verde cuando ha defendido la pena de muerte, cuando se desentiende de las consecuencias prácticas de sus iniciativas demagógicas. Desconocido por las organizaciones ecologistas internacionales, sigue presentándose aquí como si lo fuera. El gobernador de Chiapas, el político de más alto rango de ese partido, puede comportarse como capataz que golpea públicamente a sus esclavos y seguir tan campante en su promoción. Lo que quiero decir es que la crítica a esta formación política no puede separarse de la crítica de nuestra vida pública en el sentido más amplio.
No quiero escribir otro artículo más contra este partido detestable. Quisiera esforzarme por entender su sitio en el descompuesto escenario de nuestra política. El verde es otro síndrome de nuestra maltrecha democracia. Hoy es, sin duda, la esperanza del PRI para obtener el control de la Cámara de Diputados en la siguiente legislatura. Un voto por el Partido Verde es eso: un respaldo al partido del gobierno. No es extraño que, ante la impopularidad del presidente y el desprestigio de su partido, el grupo en el poder pretenda esconderse en una formación en apariencia nueva. Pero no es el apoyo gubernamental el que explica entero el éxito comunicativo del Partido Verde. A mi juicio esta organización es una metáfora de una falla crucial de nuestro pluralismo.
Padecemos un pluralismo disfuncional porque no es capaz de corregirse. La burla cotidiana del Partido Verde al árbitro es el ejemplo perfecto. La expectativa democrática es que la violación de las reglas no sería solamente costosa en términos pecuniarios sino también en términos de imagen pública. Ningún partido querría aparecer como un tramposo. Pero el castigo no disuade. Pagar las multas y aparecer como estafador tiene sin cuidado a los dirigentes del Partido Verde. Violar la ley es un cálculo razonado. La multa es un simple sobreprecio a sus despilfarros. Su comunicación, omnipresente, agresiva y directa ha trivializado sus atropellos. Siguen presentándose como vengadores que castigan a los secuestradores con la cadena perpetua y los salvadores de los animales que sufren en los circos. Su demagogia, no hay más que reconocerlo, funciona. Si resulta tan detestable el Partido Verde es porque nos recuerda la ínfima calidad de nuestra democracia, porque exhibe la debilidad de nuestras instituciones, la superficialidad de la exigencia pública y el consentimiento a los tramposos.
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