Antesala de la Independencia: La primer ilustración mexicana
El intento por llegar a un entendimiento de los acontecimientos y los individuos que los encabezaron queda adscrito a factores como el espacio y el tiempo. El abordaje, desde este punto de vista, pareciera simplificarse salvo en el caso de ciertos personajes que marcan pautas durante su propia época, y aún más cuando el tiempo en que se ubica a un personaje o a un número de hombres se caracteriza por ser una época de grandes cambios en el panorama intelectual. En este caso es que encontramos a Francisco Xavier Clavijero, una de las figuras más importantes para México y el Siglo de las Luces. El valor de sus aportaciones filosóficas al par de sus muchas investigaciones históricas por rescatar el pasado radica no solo en el fruto de sus esfuerzos, que se tradujo en varios libros sobre México, sino también en su capacidad de análisis respecto a la importancia del conocimiento pretérito y su visión casi profética del porvenir.
Como parte de toda una generación de hombres extraordinarios, Clavijero destacó como verdadero artífice del conocimiento la difusión de las ideas modernas, filosóficas, científicas e históricas junto con otros tantos destacables miembros de la orden religiosa a la que pertenecía orgullosamente: la Compañía de Jesús.
La importancia de esta orden, dentro del contexto posterior al establecimiento de la colonia fue que siendo de los últimos en llegar al Nuevo Mundo (y en caso concreto a la Nueva España) se avocaron a la nada fácil tarea de lanzarse al norte e internarse en tierras indómitas donde eran comunes los ataques de numerosas tribus de indios bárbaros. En este caso, la civilización y evangelización del norte de México y de los que hoy se considera el sur de los Estados Unidos, fue logrado en gran medida gracias al impulso de estos religiosos, quienes pagaron el precio de su espíritu creador con su salud y hasta con su propia sangre en la mayoría de los casos. Este empuje abarcó no solo la América Septentrional, como es el caso nuestro, sino también el extremo sur del continente donde destacaron las misiones guaraníes y los ingenios productivos hasta la violenta expulsión de los jesuitas y la supresión temporal de su orden.1
En efecto, entre 1700 y 1750 vemos florecer una generación de intelectuales que vincula a los ilustrados del siglo XVIII con la generación de Sigüenza y Góngora y de Sor Juana en el último tercio del XVII. En ese período que a justo título podemos denominar primera ilustración mexicana,2 destacaron personalidades como Arce y Miranda, Gamboa, Villaseñor y Sánchez, Rivadeneyra y Barrientos, Eguiara y Eguren, Pedro de Alarcón, Castoreña y Ursúa, Cabrera y Quintero, Sahagún de Arévalo y Juan Antonio Roxo. Todos ellos produjeron obras de gran valor en el campo de las letras, la historia, la ciencia y la filosofía; y en conjunto, prepararon el camino a ese brote intelectual que constituyó la Ilustración mexicana en la segunda mitad del siglo XVIII.
Como tantos historiadores del siglo XVIII, Clavijero pertenece a lo que atinadamente se ha caracterizado como Ilustración cristiana, es decir, aquella corriente del Iluminismo racionalista que se preocupó en mostrar que no necesariamente debía existir un conflicto entre el cristianismo y una visión científica y moderna del mundo y de la historia. Estos hombres intentaron conciliar armónicamente, si bien no siempre con éxito, los diversos campos del conocimiento con la religión revelada sin caer en los excesos críticos y anticristianos de los filósofos ilustrados más radicales. Para ellos, la concepción ilustrada del mundo no debía ni podía reducirse al estrecho racionalismo crítico y antirreligioso de los enciclopedistas. Al acercarnos a sus obras -históricas, literarias, científicas- vemos que las anima ese deseo de penetrar en los nuevos campos que la ciencia y la erudición les abrían, pero también percibimos su afán porque esa conciliación entre la tradición y la modernidad se llevara a cabo sobre bases intelectuales sólidas.
Así, desde la ilustre Valladolid, cuna de las ideas de emancipación, que todavía no alcanzaba los veinte mil habitantes pese a ser la metrópoli de la vasta provincia de Michoacán, Clavijero sienta cátedra desde octubre de 1763 hasta abril de 1766. La huella que dejó el paso por las aulas de un hombre tan erudito como inquisitivo, tan conocedor de la realidad mexicana y de las lenguas indígenas como de la modernidad europea, dio sentido a los estudios de nuevas generaciones entre las que destacarán Manuel Abad y Queipo y un joven cura llamado Miguel Hidalgo. Es mucho lo que se ha comentado sobre su brillante talento y su extraordinaria capacidad docente; bástenos por ahora evocar lo que nos relata el mayor de sus biógrafos, el padre Juan Luis Maneiro:" no hubo antes que Clavijero ninguno que enseñara aquí filosofía enteramente renovada y perfecta [...] Era ésta una síntesis construida con orden admirable, en hermoso latín y enteramente límpida, libre de toda superfluidad en temas y en palabras. En su curso encontrábanse, admirablemente concentrados y dilucidados, los filósofos griegos, así como también todos los útiles conocimientos descubiertos por los sabios de ahora, desde Bacon y Descartes hasta el americano Franklin. Y todos [...] admiraban al maestro casi como a un genio."3
Desde finales del siglo XVII se dejaron sentir en el Reino de la Nueva España esos aires renovadores gracias sobre todo a los jesuitas quienes, a través de la cátedra, difundieron los principios de la historiografía llamada anticuaria o erudita. Los anticuarios de esta época descubrieron el profundo significado de la erudición como fundamento del conocimiento histórico, y aunque a veces cayeron en excesos en la compilación y colección de datos que como muralla contraponían a las críticas de los escépticos y pirrónicos, es obvio que sus clasificaciones de testimonios, hechos, fechas y temas abrieron el camino a la historia filosófica de la Ilustración.
En la madrugada del 25 de junio de 1767 la Compañía de Jesús fue expulsada de la Nueva España de acuerdo con la Real Pragmática de Carlos III expedida unos meses antes. Este acontecimiento fue de gran trascendencia para México, no sólo desde el punto de vista político y económico sino también intelectual, ya que esa arbitraria disposición del monarca eliminó de golpe a la que era el soporte de la cultura criolla novohispana, a la vez que cortó una vigorosa corriente intelectual moderna4. No obstante su expulsión y persecución, los intelectuales jesuitas llevaron de su patria mexicana algo más que los elementos de las obras que publicaron -o incluso dejaron inéditas- en Europa. En este punto, como en muchos otros de la historia cultural mexicana del siglo XVIII, es necesario estudiar el clima intelectual que permitió que en ese segundo tercio del siglo un grupo de jesuitas impulsara la renovación e introdujera, por el uso de la fe y de la razón, las ideas modernas en la Nueva España.
No es sobreponderada la apreciación que considera a ese grupo de intelectuales mexicanos como el más destacado entre los hispanoamericanos exiliados y podemos atribuir esta superioridad al hecho de que el movimiento humanista y científico de tendencias renovadoras se inició en México antes que en las otras colonias españolas. Italia los acogió e ilustró y, al hacerlo, ella misma se enriqueció con una gama de obras -sobre todo históricas- que ningún país de Europa podía ofrecer, pues eran del dominio particular de los jesuitas americanos desterrados: el carácter singular de esas obras les venía precisamente de ese americanismo que se identifica en pleno con el liberalismo criollo5.
El éxito de la Historia antigua de México-publicada en 1780 en italiano y pocos después traducida al castellano, al inglés y al alemán-se explica no sólo por su valor académico sino también por la concepción histórica que entraña y el impacto que se desató a partir de su publicación. Sus lectores mexicanos de finales del siglo XVIII y principios del XIX encontraron en ella una visión histórica completa, coherente y magistralmente descrita del mundo prehispánico que estimuló sus sentimientos patrióticos y nacionalistas. En este carácter de la obra de Clavijero reside su valor dentro de la historiografía mexicana y universal: representa la concepción criolla del "México antiguo", concepción que sería rescatada por los ideólogos de la Independencia en aras de pretender el establecimiento de una base ideológica que justificara a la postre la idea de la emancipación por una parte, fundamentándose en la suposición de un mítico origen de lo "mexicano", alejado por completo de la idea de hispanidad como patrimonio y lazo en común para todos.
Coordinación de la serie:
Yeye Romo Zozaya