L As rudas sutilezas están en todas partes. La caricia y el índice que señala. Pero más que los gestos está la palabra sin concesiones. "¿Acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que les ha confiado a ustedes?". Francisco mentó la soga en casa del...
"Regaño a los obispos", cabecea la prensa internacional. La Virgen Morena tutela y el Cerro del Tepeyac está cerca, Francisco se los recuerda. También les recuerda que atrás está una larga y dolorosa historia, que la sangre ha corrido a pesar de quienes sí supieron leer esos pueblos, Zumárraga, Vasco de Quiroga. Ustedes se están olvidando de esos pueblos. "Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente..." Calladitos lo oyeron, veremos si lo escucharon. Lejanía es el reclamo. De nuevo a la calle a la gritería que confunde y oculta. Pareciera que aquí todo es amor y fiesta. Sin reparos hicieron suyo el llamado conservador de Juan Pablo II. Pero Francisco tiene otro rumbo: la iglesia encarnada en ellos debe estar cerca de la gente.
En México la historia es otra. Los altos prelados departen a diario con el dinero y el poder, como si ellos fueran los principales destinatarios de su misión. La sencillez no es lo suyo. Dejarán los oros para ir a la plata, pagarán de su bolsillo las cuentas de restaurantes y hoteles, cargarán sus portafolios como Francisco o seguirán con sus séquitos. ¡Viva Francisco!, pero mejor de lejos. Son los mismos que guardaron silencio frente a la degradación moral de Maciel. Allí están las apologías al depravado del arzobispo primado. Francisco amonesta: "...no se dejen corromper por el materialismo trivial... no pierdan el tiempo en habladurías e intrigas, en los vacíos planes de hegemonía, en los fecundos clubes de intereses".
Y usted qué deporte practica, pregunta Jacobo Zabludowsky a Guillermo Schulemburg en ese momento abad de la Basílica, sería el último. El conocido coleccionista de coches lujosos contesta con parsimonia y control, yo licenciado, el deporte de la humildad. El conductor se sorprende, ¿y cuál es ése? El golf licenciado. ¿De la humildad?, reacciona el hombre de las conocidas gafas. Si, licenciado, porque primero hay que bajar la cabeza y después mirar al cielo. Lejanía, gran lejanía. Confiado e insensible lo dijo a millones. Después de 33 años al frente del recinto por el que circula mucho dinero, el abad puso en duda la existencia de Juan Diego. Era un símbolo, no una realidad. La imagen era producto de una mano indígena, no de un milagro. Decirlo a los no creyentes -mi caso- es lo de menos, pero a los creyentes de los que vivió décadas fue una afrenta, una burla. El cinismo sin límite administrando a la Virgen.
"No le teman a la transparencia", lanzó el papa. "La Iglesia no necesita de la oscuridad...". ¿Por qué las iglesias en México no rinden cuentas? Parte de la oscuridad que abraza a la sociedad mexicana proviene de esa actitud orgullosamente opaca de su principal iglesia. Si de predicar con el ejemplo se trata, la Iglesia católica en México debería ser referente de manejos pulcros y públicos. Es exactamente lo contrario. Imposible exigir luz desde la sombra. No hay autoridad. La opacidad de México también viene de allí. Son dineros de los creyentes y su manejo debiera ser transparente. No son marcianos. Por qué no comenzar por la Basílica, pináculo de la fe mexicana. Imaginemos el acto: se anuncia la cifra de lo recaudado y los fines a los que serán dedicados esos muchos pesos que provienen en su mayoría de familias de muy escasos recursos. Para millones la pedagogía sería fantástica. Nada bajo la mesa dijo Francisco. Hoy todo es así, bajo la mesa.
Falta entonces que los católicos de México se responsabilicen de su Iglesia y exijan. No es tolerable la tolerancia hacia esas prácticas. Peña Nieto hizo públicas sus creencias pues la ceremonia era pública. Comulgó aceptando los ritos, está en todo su derecho. Pero todos lo católicos -incluido él- son corresponsables de la brutal opacidad de la institución encargada de ser guía espiritual de decenas de millones que padecen la opacidad. Va en paquete. Si apoyan a la Iglesia opaca, son cómplices y traicionan al papa. Si no tienen miedo a la transparencia (Francisco dixit) y pugnan por ella, seguirán a su máximo guía. Él ya abrió la puerta a la discusión. El jefe de estado y el devoto católico que comulga son indisolubles cuando están en público. ¿Qué opina usted presidente de la opacidad de su iglesia?, la pregunta es ahora válida. Lo que no procede es quedarse con lo metafísico, con Dios, e ignorar las consecuencias terrenales de su iglesia.
A soñar. Curas, sacerdotes, arzobispos, cardenales, toda la enorme institución rindiendo cuentas, inculcando una cultura de transparencia. Sería un milagro, de seguro habría nuevos fieles y México sería otro.