El discurso de las transiciones puede agregar la idea nacional a la lista de sus damnificados. La nación ha sido un estorbo para trazar los caminos a la democracia o a la modernidad. Ambos proyectos se levantaban en una negación de lo nacional en la medida en que rechazaban nuestra peculiaridad y soslayaban el propósito de la cohesión. Había que dejar de pensar en lo que nos era característico y aquello que pudiera enlazarnos. El discurso nacional fue implícitamente denunciado como un tapaojos, como una excusa de la mediocridad. En lo político y en lo económico hemos apostado por una receta genérica: abrir la competencia de las ambiciones para romper las ineficiencias y los abusos. Ése es el lenguaje que seguimos utilizando: a cada contrariedad ofrecemos una nueva edición de las reformas. Si se nos escapa la felicidad es porque las reformas estructurales no han alcanzado la profundidad debida. Todos los males de la democracia habrán de curarse con alguna reforma institucional. México es el recipiente donde hay que vertir la fórmula única.
Más aún, la dimensión simbólica de nuestra convivencia ha sido tercamente despreciada. Para la inteligencia dominante, es el cálculo de los intereses lo que explica eficiencias y derroches, pactos y conflictos. En rechazo a la grandilocuencia nacionalista y su estela de falsificaciones y maniqueísmo, llegamos al extremo de desentendernos de la idea misma de la nación, como una comunidad imaginaria. La Economía y la Ciencia Política, las dos profesiones más visibles en el debate público reciente, suelen adolecer en nuestros tiempos de la misma miopía cultural. Creer que solo deseamos ganancia y que no importan los símbolos de la conducta ni el apetito de identificación. México dejó de ser asombro, curiosidad, fascinación para convertirse en caso. Un renglón en una tabla de excel. México dejó de ser un símbolo al que había que dotar de vida, de sentido y propósito.
Leo La nación desdibujada, el admirable libro que Claudio Lomnitz acaba de publicar bajo el sello de Malpaso, como una persuasiva invitación para pensar nuevamente la nación. En los ensayos que reúne ahí se presenta una potente crítica a la manera en que hemos enfocado las ilusiones y las desgracias de México. Las transformaciones de las últimas décadas han sido hondísimas. Perdimos el mástil autoritario, nos abrimos al mundo, desaparecieron los mandarines intelectuales. La violencia llenó de horror nuestro espejo, la opulencia perdió recato, la corrupción se ha exhibido pero no recibe castigo. El periodismo ganó independencia pero no apostó a la investigación de nuestra realidad. Se plagó de un opinionismo superficial y especulativo. La academia se fugó de la realidad para asegurar recompensas burocráticas o fama en la pantalla. El resultado, dice Lomnitz, es que "la sociedad mexicana ya no se conoce a sí misma. Su representación política y simbólica se ha distorsionado profundamente en muchos sentidos y, como una burbuja inmobiliaria, está lista para estallar".
Las burbujas que se revientan el país son las grandes abstracciones que nos han seducido en las últimas décadas: democracia, globalización, modernidad económica, Estado de derecho. Poco podrán decirnos estas palabras si no damos respuesta a dos preguntas esenciales que nos lanza Lomnitz: ¿dónde estamos? o, más estrictamente: ¿cuándo estamos? ¿Cuál es nuestro sitio, cuál es nuestro tiempo? La mirada del antropólogo nos ayuda para interrogarnos, para vernos. La pregunta que me despierta la lectura de los trece ensayos (y el bonus track) de La nación desdibujada es si podemos pensar la nación sin recurrir a la estrategia nacionalista. No encuentro motivo para la nostalgia de los antiguos relatos oficiales. Sigo creyendo con Jorge Cuesta que el nacionalismo es una falsificación. Que, como dijo el químico poeta en su tiempo, no hay nada más lejano a México que el mexicanismo. Pero al mismo tiempo creo que la nación, esa familia imaginaria, sigue siendo una ficción necesaria. Un relato que puede arraigar en la experiencia y en el deseo de un futuro compartido. No es necesario recurrir a la falsificación nacionalista para proyectar la casa común. En la nación puede sintetizarse la ilusión de la pertenencia, el deseo de sentido.
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