Cuanto ocurre en Morelos -particularmente en Cuernavaca y los municipios conurbados- marca el fracaso de la política y entraña, en la precipitada imposición del Mando Único policial, el peligro de dar un palo de ciego, uno más, en materia de seguridad pública.
Más de veinte años y la alternancia de los tres principales partidos en el gobierno de esa entidad han sido insuficientes para garantizar a los morelenses su seguridad e integridad y reponer la paz. El panismo y el perredismo festejaron la caída (1998) del priista Jorge Carrillo Olea casi al grito de "muerto el perro se acabó la rabia", pero la rabia siguió. Casi por turno, esas tres fuerzas justificaron el desastre como destino por la herencia recibida, pero tal argumento ya no explica ni encubre su propio fracaso.
Dando por buena la nueva justificación -el aprovechamiento de un popular futbolista en retiro, inexperto en política, por parte de un grupo de vivales supuestamente ligados al crimen-, falta una línea en el guión: ¿cómo explican los profesionales de la política su derrota? ¿Si ya sabían lo que venía, por qué a lo largo de seis meses -larguísimo periodo de transición- poco o nada hicieron para contener lo que hoy se desboca?
El catálogo de justificaciones para explicar el imperio del crimen en Morelos no da más.
Hay narcos, pero sólo residen o lavan dinero sin traficar ni comerciar. Hay secuestros porque, así, "completan" ingresos los escoltas de los narcotraficantes. Hay tráfico por la importancia logística del aeropuerto local, dada su cercanía con la capital de la República. Hay tráfico, secuestro, cobro de piso y asaltos porque, al acabar con los capos, brotaron bandas más violentas y menos profesionales. Hay delincuencia por la connivencia de policías y criminales, en razón de la debilidad de los municipios. Hay políticos criminales y criminales políticos por la infiltración en doble sentido... Lo único que no hay en Morelos es gobierno y, así, se quiere establecer un Mando Único en la policía. Increíble.
Desde 1994, los gobernantes han destacado por enriquecer, o incluso involucrarse, en el catálogo de justificaciones ante el desastre. Pero la variedad de pretextos está agotada... ¿Y la Federación? Bien gracias. Como otras veces, si arrecia de nuevo la crisis armará un apantallante y temporal operativo, nomás por no dejar de hacer algo.
Lo evidente, hasta ahora, es que la variada cromática partidista en el gobierno de Morelos arroja por resultado la ausencia de color: el Blanco en Cuernavaca que, según las bravuconadas del gobernador, se distingue por su fondo negro. Lo paradójico de la elección del futbolista es que como el priismo, el panismo y el perredismo vieron venir su debacle en el concurso, jugaron -como en el futbol- a las patadas y, obvio, les ganó un futbolista.
Tal circunstancia obliga a pensar en el fracaso de la política o en algo peor: en el enaltecimiento de la transa y la movida como herramienta privilegiada no para conquistar gobiernos y plantear proyectos, sino para acceder a presupuestos y despilfarrar dinero ajeno. Y, en ese concepto, con tal de no perder las munificentes prerrogativas, un partido -el Socialdemócrata con registro en la entidad- tuvo la ocurrencia de postular-contratar al futbolista y, ¡zas!, superó las expectativas: conservó las prerrogativas del partido y ganó el presupuesto de la alcaldía de Cuernavaca. ¡Lotería! La explicación del fenómeno tiene una doble vertiente: la quiebra de los partidos grandes en Morelos y el hartazgo ciudadano ante ellos que, con tal de no verlos en la administración, optó por una popular y emblemática figura sin calcular las consecuencias.
Hoy, no basta calificar de títere a Cuauhtémoc Blanco y señalar a sus padrinos, sin pruebas ni acciones, como personajes vinculados al crimen. La situación exige que el priismo, el panismo y el perredismo se interesen por los gobiernos que encabezan y no sólo por el presupuesto que, frecuentemente, manejan como botín.
¿Cuál es la diferencia entre esas tres corrientes políticas? ¿Qué ha cambiado y prevalecido en Morelos durante el mandato que, por turno, han recibido?
Si grave es la situación política en Morelos, peligrosa es la tentación de resolverla por decreto con el establecimiento del Mando Único de la policía en el estado. Se están mezclando peras con manzanas.
Peligrosa para Morelos la precipitación del establecimiento del Mando Único, también puede serlo para el resto de la República. El Mando Único que, ahora, se alienta como la fórmula mágica para acabar con el crimen no ha acreditado su valía en el terreno de los hechos. Fundir las policías municipales (hay 2,435 municipios) en treinta y dos policías estatales puede ser un nuevo palo de ciego en materia de seguridad pública y en materia política.
Sin plantear el problema constitucional supuesto en la mutilación de la autonomía y la libertad del municipio a partir de suprimirle la seguridad pública, qué garantiza que los gobernadores no hagan de la concentración del mando un instrumento político para premiar a los alcaldes amigos y castigar a los adversarios. Subir y bajar la flama del crimen en este o aquel municipio, fortaleciendo o debilitando la presencia de la policía estatal. Y algo mucho más delicado. ¿Qué garantiza que los gobernadores no pongan ese ejército de policías no al servicio de la ciudadanía, sino del crimen? ¿Acaso no hay ejemplos de gobernadores asociados al crimen?
Decretar el Mando Único o reglamentarlo sin calibrar en serio su efecto, puede resultar en una aventura peor a las que el país ya ha sufrido.
Parafrasear la leyenda de Cuernavaca que la distingue como la ciudad de la eterna primavera por la que la hunde como la ciudad de la eterna balacera puede resultar o no gracioso, pero su telón de fondo es el de la violencia, la sangre, el dolor y el miedo y su escenario, el de la pérdida de libertades y derechos. Ni Cuernavaca ni ninguna otra ciudad merece eso.
¡Enhorabuena!
La recaptura del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera es una bocanada de oxígeno. Ojalá la administración haga de ella, impulso.