Detrás del discurso de Donald Trump puede advertirse el influjo de una ideología paranoica que pinta al mundo conspirando contra los Estados Unidos. El terror a la decadencia es el motor de esta perorata que imagina enemigos adentro y afuera. Para estos observadores, el fin de la guerra fría no fue más que el inicio del declive norteamericano. Tras la derrota de la opción soviética, el país perdió claridad de sus amenazas. Aprovechándose de las ingenuidades norteamericanas, sus enemigos se fortalecieron. El testamento del viejo politólogo Samuel Huntington puede leerse en un par de libros que sonaban estas alarmas. Advertía ahí de dos peligros: uno externo y otro interno. Otras civilizaciones buscarían imponerse sobre Occidente. La cultura, no la economía definiría las enemistades del futuro. Pero el peligro también incubaba dentro: los migrantes mexicanos eran una amenaza para los Estados Unidos. A diferencia de otras culturas, sostuvo Huntington, la mexicana resulta impermeable a sus valores.
El tono de ambos libros era casi apocalíptico. Lejos de anticipar tiempos promisorios, profetizaba guerras. El desenlace no era claro: su país podía sucumbir si no era capaz de identificar el peligro y combatirlo enérgicamente. En el primero, advertía el conflicto entre civilizaciones. Occidente y el Islam se enfrentarían por el control del mundo. En el segundo preveía otro enfrentamiento. La guerra de las culturas se libraría también dentro del territorio de los Estados Unidos. Tan amenazantes para la identidad norteamericana eran los fundamentalistas islámicos como los migrantes que hablan español y comen tacos. A juicio de Huntington, los mexicanos que llegan a los Estados Unidos, a diferencia del resto de los migrantes, no vierten su lenguaje, su comida, su cultura en la cazuela común. Los mexicanos viven aparte, sin mezclarse, sin abandonar sus hábitos, pensando en el regreso y soñando con la recuperación de lo que consideran propio. Que haya más Josés que Johns en California era, para él, signo de una hecatombe cultural.
Huntington murió en 2008 pero parece el pensador del momento. En sus escritos finales puede encontrarse la línea narrativa que domina la contienda presidencial del 2016. Es la idea de un país en decadencia que enfrenta enemigos por todas partes, un país corroído desde dentro y amenazado por fuera. Un país que debe dejar atrás la inocencia y combatir con decisión a sus enemigos. La sobrevivencia es justificación plena para las medidas más extremas. En este relato demencial, hay que decir que México resulta enemigo por partida doble. Por una parte es el invasor que delinque, que cocina sabores amenazantes y habla en un idioma peligroso. Por la otra, es el vecino que compite ventajosamente, el comerciante que se burla de su socio, mientras lo explota.
No sugiero, desde luego, que Trump haya leído a Huntington y esté poniendo en práctica sus ideas. No parece haber mucha reflexión en su política pero su llamado conecta con esa paranoia que es, ante todo, un grito por recobrar identidad en tiempos de ansiedad. ¿Quiénes somos?, preguntaba Huntington hace casi diez años, al lanzar su grito contra la "invasión" mexicana. Para el demagogo que puede ganar la presidencia de los Estados Unidos, la corrección política, los tratados comerciales, la ilusión multicultural, la debilidad militar han hecho que los Estados Unidos pierdan carácter, identidad. Sus gritos son obsesivas denuncias de lo que él describe como una constante humillación nacional. El mundo burlándose de su país. Huntington advirtió la severidad de una brecha política que hoy marca la elección norteamericana y que Donald Trump ha explotado brillantemente. Se trata, como dijo el politólogo en un artículo de 2004, del abismo entre las élites que abrazan la globalización y el público que la detesta. La fractura de nuestra política, adelantaba desde entonces será el conflicto entre el nacionalismo y el cosmopolitanismo. Esa brecha ha resultado el manjar del populista: nosotros contra ellos.
El nacionalismo trumpista es, como buen discurso de identidad, una potente descarga de rencores, de miedos, de nostalgia. El cosmopolitanismo de su adversaria es un argumento cerebral, apagado, vergonzante. El conflicto del que hablaba Huntington hace 12 años se vive hoy como el conflicto entre la temeridad autoritaria y la timidez liberal.