Casas
La primera casa que recuerdo fue aquella en la que no viví.
De madera y habitada por fantasmas, cuando era niña ejercía una atracción tan fuerte en mí que subía los escalones de la puerta principal sin atreverme nunca a entrar y me soñaba dentro de ella. La casa de madera abrazaba mi casa, que fue creciendo desde su centro hasta que hubo que derribar el que fue el primer hogar de mis padres para que algo más terminara de asentarse.
Me aterraba la idea de que la casa de madera fuera destruida.
Una casa que nunca fue mía.
Cuando finalmente desapareció, desaparecieron también los sueños.
A los dieciséis le escribí un cuento.
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La casa en la que pasé la mayor parte de mi infancia era de mi abuelo y sus dos hermanas. Le decíamos la 'casa roja'. Era la casa de Navidad. La casa que aparece en la mayoría de las fotos infantiles. La casa en la que aprendí a leer. Tenía un pasillo que me parecía inmenso y que conectaba habitación tras habitación. Cuando la luz fallaba, podía ver el reflejo de las velas encendidas en la cocina en el espejo de mi recámara. Las luces de los automóviles en la carretera se colaban por la ventana. Los incendios en los cerros parecían fuegos artificiales.
No sé por qué la recuerdo de noche.
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Para la niña que fui, la casa de mis abuelos en Durango era una especie de laberinto encantado. Tenía una habitación en la azotea a la cual accedías mediante una escalera en el patio. Solía quedarme dormida ahí mirando la calle vacía a través de la única ventana abierta.
Me gustaba dormir con mi abuela y sentarme frente a su tocador sólo para observarme en el espejo.
A veces no sé si ese recuerdo es en realidad el fragmento de un sueño.
Hace un par de años, cuando llegaba en la madrugada, era mi deber apagar todas las luces de la casa. Mi abuela ya no estaba. Pero cuando su puerta quedaba abierta, permanecíafrente a ella unos segundos, mirando una luz reflejándose en su espejo, como la luz de las velas que atravesaba toda una casa roja cuando tenía cinco años y escuchaba a oscuras las historias de mi abuelo, sentada a su lado.
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'La casa es nuestro primer rincón del mundo [...] la casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y del recuerdo', escribió Gastón Bachelard en 'Poética del espacio'. Para el filósofo francés, en esa región mental a la que pertenece la casa no es posible separar memoria e imaginación, pues ambas constituyen 'una comunidad del recuerdo y de la imagen': no habitamos las casas sólo en el momento en que nuestros cuerpos se encuentran ahí, frente a la ventana, entre las paredes. 'Por los sueños, las diversas moradas de nuestra vida se compenetran y guardan los tesoros de los días antiguos'. Transportamos esos recuerdos viejos a las nuevas casas que habitamos, para que la memoria ejerza su protección.
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Las casas en las que crecí se han adaptado a sus nuevas realidades.
Ahora, en la pared del tocador de mi abuela está un guardarropa negro.
El cuarto de la azotea está conectado con el resto de la casa gracias a una escalera interior.
Poco a poco olvido la casa de madera de mis padres.
Y no he pisado la casa roja de mis tías desde hace años.
Pero cuando camino por ahí me parece diminuta, y no consigo encajar los recuerdos de mi infancia con la realidad de la construcción.
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En un momento del primer capítulo de 'Poética del espacio', Bachelard reflexiona sobre el simbolismo de las luces en la casa. A partir del teorema 'todo lo que brilla ve', concluye que las lámparas representan vigilancia. Es posible que malinterprete a Bachelard, pero pienso ahora que si es verdad que la casa de la infancia es aquella que arrastramos a cada lugar nuevo que habitamos, las muchas casas de mi niñez estaban tocadas por esa luz que significaba que no estaba sola, que había alguien que me protegía.
Tal vez las personas como yo necesitamos esas pequeñas islas de seguridad para no sentir que navegamos sin rumbo.
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Ahora tengo veinticinco y vivo sola en un edificio antiguo en el centro de la Ciudad de México. Un laberinto encantado. A veces, antes de dormir, escucho a los hijos de mis vecinos correr por los pasillos, sus risas atravesando las paredes.
Una luz permanentemente encendida atraviesa la sala y se cuela por los resquicios de la puerta de mi habitación. Algunas noches rebota en el espejo de mi recámara.
No lo había comprendido hasta hoy.
Twitter: @SNGCalderon