Las universidades y centros de investigación están redefiniendo su misión y al hacerlo reflejan los vicios, virtudes y anhelos de la sociedad.
Algunas decidieron entrarle a la corrupción. La Auditoría Superior de la Federación informó sobre seis universidades públicas que desviaron tres mil 400 millones de pesos con un método sintetizado por Mariana León en El Financiero: "la universidad pública recibe un contrato millonario de parte de dependencias federales, y en vez de cumplirlo contrata a otras empresas que no existen o no realizan los trabajos".
En el otro lado de la moneda están otras universidades públicas y privadas que, preocupadas por la crisis sistémica que vive México, apoyaron la marcha del 12 de febrero #VibraMexico. La mayoría de los analistas la calificaron de "fracaso" por la ambigüedad de la convocatoria, porque los 20 mil que participaron en la Ciudad de México no se equiparan a tal o cual concentración, o porque al haberse convocado una marchita a la misma hora, se confirmó la incapacidad congénita de los mexicanos para unirse en tiempos difíciles.
Pienso diferente. Uno de los rasgos más novedosos de esa expresión fue que 14 universidades y centros de investigación aceptaron firmar una convocatoria llamando a protestar pacíficamente por las agresiones de Estados Unidos y por lo que pasa en México. Las enumero para que aprecien la diversidad.
El Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE, El Colegio de México, El Colegio de San Luis, el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el Instituto Mora, el sistema del Tecnológico de Monterrey y la Universidad Panamericana, la Red de Universidades Anáhuac, la Universidad Popular Autónoma de Puebla, la Autonóma Metropolitana, de Guadalajara, Iberoamericana (CdMx y Puebla), del Valle de México y, finalmente, la Universidad Nacional Autónoma de México, que atrajo la mayoría de los reflectores.
Sus motivaciones y grados de participación fueron muy variados. Algunas sólo firmaron; otras se comprometieron tanto que sus principales directivos encabezaron los contingentes. Con la Universidad de Guadalajara caminó el rector general Tonatiuh Bravo Padilla. En la ciudad de México estuvieron el director general del CIDE Sergio López Ayllón, la presidenta de El Colegio de México Silvia Giorguli Saucedo, y el rector de la UNAM Enrique Graue Wiechers. Se ha recordado que la última vez que salió a las calles un rector de la UNAM fue hace 49 años durante el Movimiento del 1968; en los 77 años de vida de El Colegio de México -mi institución- es la primera vez que algo así sucede.
Su presencia no significa que de manera automática esas instituciones vayan a volcarse al activismo o que sus respectivas comunidades estén de acuerdo con el paso dado. Lo indudable es que fue una clase introductoria de civismo: es legítimo protestar pacíficamente para defender derechos. El hecho es que las universidades están saliendo de la torre de marfil en la que las encerraron o se atrincheraron.
Entre los ejemplos estaría el acompañamiento que hace la Universidad Autónoma del Estado de Morelos a las víctimas de la violencia (las fosas de Tetelcingo son el caso más evidente); las movilizaciones contra Javier Duarte de la Universidad Veracruzana; y el papel jugado por el CIDE y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en la formulación del Sistema Nacional Anticorrupción.
Coincido con Mauricio Merino cuando dice, en su columna del 15 de febrero para El Universal, que las "casas de estudio tendrían que convocar de inmediato a un gran diálogo nacional para comenzar a construir respuestas sensatas a los agravios que nos asfixian. Esa es su misión principal e insustituible [...] cuentan con toda la autoridad moral para tomar una iniciativa de esa naturaleza". Ignoro sí darán ese u otros pasos, pero están dadas las condiciones para que las universidades tengan una mayor participación en asuntos de interés general. La profundidad de nuestra crisis sistémica está multiplicando los esfuerzos por regenerar una vida pública monopolizada (y pervertida) por los partidos políticos.
La marcha del 12 de febrero no fue un fracaso. Fue un ensayo, una búsqueda de quienes, cansados de ser objetos, buscan convertirse en los sujetos que restañan las heridas de un país maltratado.
Twitter: @sergioaguayo
Colaboró Maura Roldán Álvarez.