Rizos
Cuando era niña tenía el cabello lacio, oscuro y largo. Amaba que todos lo amaran. Un día mis papás decidieron cortarlo sin previo aviso y lo sentí como una de esas traiciones que crees que no perdonarás jamás cuando tienes siete años y ya has leído demasiado a Emily Brontë. Cuando regresé de la estética, mi abuelo abrió la puerta de la casa y dijo en broma 'pero ¿por qué cambiaron a Sac por esta niña?'
Rompí a llorar.
El cabello largo era una parte de mí. Lo fue durante mucho tiempo.
Y el que fuera lacio, por naturaleza o aparatos tecnológicos, también.
Hace dos años comenzó a rizarse de repente y descubrí que me gustaba estar despeinada. Los rizos iban y venían hasta que este verano parecieron instalarse definitivamente. Un día, mientras Ángel, uno de mis mejores amigos, pasaba sus manos delgadas por mis rizos esponjados, le dije que no entendía por qué había ocurrido el cambio.
'Algo estarás leyendo', respondió.
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En una parte de 'Collected Poems', un ensayo de Valeria Luiselli para el New Yorker, la escritora mexicana explica su encuentro con unos antiguos pantalones que utilizaba cuando llegó a Nueva York, por primera vez, para estudiar danza: 'mis viejos pantalones ya no me quedan, y tienen varios agujeros vergonzosos [...] El cuerpo sorprendentemente musculoso que tenía entonces se ha convertido en curvas redondeadas. Es extraño pensar que, de alguna forma paradójica, adentro de ese otro cuerpo había una persona mucho más suave, aunque tal vez aún no soy tan dura como me gustaría serlo', escribe Luiselli, y explica entonces que solía pensar que las mujeres a través de las cuáles se moldeó -Mary McCarthy, Isadora Duncan, Alma Guillermoprieto, Patti Smith- debían ser 'titanes': 'no hay otra forma de sobrevivir, no hay otra forma de ser tomada en serio'.
Valeria Luiselli es una de las mujeres a través de las cuáles yo me he formado.
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Tengo un aura de niña buena. Trato de no pelear con ella porque me trae beneficios: la gente confía más cuando piensa que eres infinitamente ingenua sólo porque tienes ojos de Bambi. Pero también acarrea problemas: la gente piensa que, en efecto, no eres más que una niña bien infinitamente ingenua.
Supongo que, salvando las distancias, a las mujeres cuyo ejemplo he seguido para moldearme -Leonora Carrington, Joan Didion, Lee Miller, Aura Estrada, Leila Guerriero, Esperanza López Parada, Susana Rotker- también les ocurrió en algún momento: a Leonora la creían la niña bonita del surrealismo, a Lee llegaron a verla sólo como una modelo boba, a Aura como la niña rica que obtenía posgrados porque no tenía nada mejor que hacer.
Y, aun así, sus carreras no se quedaron en los beneficios de la belleza, la falsa inocencia ni en el talento entregado por designio divino: empujaron, pelearon, crecieron.
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Los recuerdos de Facebook a menudo me presentan a una Sac-Nicté de cabello más largo, oscuro y lacio de lo que recordaba: en el Calvario, abrazada a dos amigas, el cabello cayendo por el hombro izquierdo, cubriendo el color de mi ropa. En el antiguo Museo Guillermo Ceniceros, hablando de Cortázar, el cabello echado a un lado, pesado y abundante. Cerca del Museo Francisco Villa, besando en la mejilla a la versión de Max Ernst en mi vida, el cabello en cascada hasta la espalda.
Me sorprende la manera en que mi cabello empataba con la niña que era entonces. Conecto entonces mis ojos con los de la Sac-Nicté en las fotos, y aunque sé que sigue aquí, a veces me cuesta reconocerla.
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Ahora el cabello difícilmente me llega al hombro y ya no es oscuro ni lacio. Es un híbrido, como yo misma. Pero el cambio, que abrazo y empujo para que se produzca por completo, no parte -sólo- de la vanidad.
Ángel tenía razón cuando jugaba con mi cabello. Sí estaba leyendo algo distinto cuando los rizos entraron a su mejor y más despeinado momento: acababa de leer por primera vez la poesía completa de Idea Vilariño, seguía explorando a Joan Didion, había terminado, también por primera vez, 'Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado' de Maya Angelou, los 'Plagios' de Ulalume González de León y 'Las veces' de Esperanza López Parada.
Quiero creer que los rizos que vienen y van, que cada vez se instalan con una determinación mayor, son una seña de esa metamorfosis en la que se deja atrás la suavidad no por ser una desventaja, sino por la necesidad de dosificarla. Para que sobrevivir -y ser tomada en serio- sea más fácil. Para romper, como lo hicieron Leonora, Lee, Aura, con los estereotipos porque la ruptura también les permitió alcanzar el lugar que estaban destinadas a ocupar. Para no resignarme a la imagen de niña buena. Para completar lo que puedo llegar a ser.
Twitter: @SNGCalderon