Francisco Rico, a propósito de los grandes detalles cervantinos
Tras la desaparición física de Martín de Riquer –casi centenario, siempre sabio- el barcelonés Francisco Rico es hoy por hoy la vozmás autorizada a nivel mundial para hablar del Quijote, y cuya presencia académica alcanzó su mayor definición a partir de la publicación de la edición crítica del clásico cervantino en el mismo preámbulo del milenio que ya avanza. Desde de tan importante suceso editorial los reconocimientos le han llovido –justamente, sobra decirlo- al filólogo español.
Lo conocí personalmente en Guanajuato –de hecho platiqué brevemente con él-, gracias al amparo del Coloquio Internacional Cervantino del emblemático 2005. En su participación, si no mal recuerdo, abordó la escritura a veces desordenada de la historia del hidalgo manchego (se nos previene precisamente en este libro de la particular sintaxis de Cervantes), y con aquella ponencia refrendó su interés en revisar con esmero la obra en cuestión, corrigiendo así errores de la imprenta original, lo que también le ha acarreado agrias discrepancias con algunos colegas, baste señalar el nombre de Florencio Sevilla –otro muy notable conocedor de Cervantes-para darnos una idea del alcance del debate, discusión todavía con mucho potencial de análisis por delante.
Hace unos días leí el libro Anales cervantinos. Notas al margen de un centenario (Arpa editores, 2017) y volví al placer de la prosa erudita del maestro Rico. Por cierto ¡cómo nos hace falta en México un guía de semejante rango!, que abra amplios horizontes interpretativos, mientras va registrando motivaciones y reflexiones acerca de una verdadera miscelánea que reflejan las páginas y la vida del inmortal alcalaíno, grandes detalles –llamémosles- que en este caso resultan, amplificándose, por demás interesantes. De este pequeño volumen subrayo media docena de observaciones, entresacadas de otras igualmente sugerentes.
Díganlo si no, apuntes como el que enfatiza que la mejor de las celebraciones de Cervantes la representa la lectura frecuente de su legado, más allá de sonoros festejos y dispendios de recursos económicos (o la colocación de vistosas placas doradas o esculturales monumentales, agregaría por mi parte). De acuerdo entonces. Y a su vez, Rico coincide con Borges cuando cita al argentino, palabras más, palabras menos, en el sentido de que al autor del Quijote se lo siente como a un amigo, y a Quevedo en cambio solamente se le admira. ¿No había ya señalado Borges que, página por página, el segundo era mejor escritor que el primero, pero que el madrileño no había podido crear los inolvidables personajes del otro? Grata convergencia. Dos trayectorias y experiencias tan distintas, la lectura hedónica –polémica, si se admite- anexo al rigor ecdótico de la misma obra, y al final una visión tan cercana. De antología. Para cita: “No sabría encontrar una confirmación más autorizada que la de tanto autore a mi convencimiento de que el aprecio más hondo por una obra de ficción lo logra el escritor con recursos literarios, pero no por razones literarias, sino humanas. Porque los personajes y la trama atraen, repelen, fascinan, intrigan, como cualquier sujeto de carne y hueso o cualquier crónica de sucesos”.
En otro lado, el profesor aborda una cuestión asimismo de tenerse en cuenta. Para mejor apreciar el Quijote ¿será necesario haber leído libros de caballerías? No, señala nuestro autor (bastaría con las referencias que se hallan en la obra maestra), aunque se agrega que la visita al Amadís, Esplandián o al Palmerín tampoco estorba para un mejor entendimiento de las páginas áureas. Con ello, con este no y sí, Rico vuelve a dar en el clavo.
Y ya entrados en materia ¿cuántos leen el Quijote en forma completa? Se alude a una cifra en España: una de cada cinco personas. “Tanta belleza” permite cuando menos el acompañamiento escéptico, ya que, puntualiza el ameritado profesor: “No existe entre nosotros una cultura y unos usos de lectura que cobijen al Quijote adecuadamente. Faltan apoyos institucionales y sociales que realcen la dignidad y el valor de las humanidades, con particular atención al papel irremplazable de los escritores clásicos”. ¿Qué diremos los mexicanos al respecto? ¿Y los duranguenses? Alguna vez le propuse a la esposa de un gobernador local que siguiéramos el buen ejemplo de los chihuahuenses, que habían organizado al final de los años noventa un concurso estatal –me invitaron como jurado, regresé entusiasmadísimopara promover la lectura de Cervantes (el mandatario Patricio Martínez era devoto del libro), con estímulos económicos importantes (cincuenta mil pesos de aquellos y viajes a la península ibérica para que los niños y jóvenes conocieran los molinos de viento. Luego de oírme, la dama me mandó a volar cortésmente con su frase inapelable: “Durango no es Chihuahua, Óscar”. Por eso estamos como estamos, diría la canción sesentera. Quedan tantos grandes detalles por comentarse, como las valoraciones a la versión quijotesca de Andrés Trapiello. Será para otra.
Como se ha visto, el profesor Rico posibilita la revisión sensible e inteligente de muchas aristas de lo cervantino. No sé si sea tan viable estimarlo en España (a mí me parece muy apreciable, véase si no el tono afable, constructivo, de su pieza “Sota, caballo y rey”), sin embargo es fácil admirarlo. Uno le agradece, refiero al paso, sus alusiones a México, en la oportunidad que nos ocupa su reconocimiento a Fernando del Paso, a propósito de sus textos sobre el Quijote. No hace mucho, y cierro de tal manera, Francisco Rico subrayaría su respeto a don Alfonso Reyes, quien le enseñó que los artículos se habían de escribir como un poema, expresado en sus propios términos. Anales cervantinos confirma las lecciones aprendidas de uno -junto a George Steinerde los últimos sabios literarios contemporáneos. Vale.