Réquiem
‘Y qué suerte encontrarte ahora aquí,
de madrugada, convertido en patio:
esto quiere decir que todo el tiempo
estabas junto a mí en la oscuridad’.
Joan Margarit.
Desde aquel 23 de junio mi temor más grande es olvidar tu voz.
Recuerdo la voz de tu mamá.
La voz de mi abuela.
La de mi tía abuela.
Y tal vez es porque cada vez que las sueño me hablan, me aconsejan, me cuentan historias.
Tú no. Tú apareces en mis sueños armado sólo con tu sonrisa, una sonrisa que permanece aun cuando yo empiezo a quebrarme, aun cuando abro los ojos y me descubro en la oscuridad de una habitación que tampoco te guarda.
Publico esto porque desde aquel 23 de junio todo lo que he escrito, en mayor o menor medida, es para ti. Pero escribir sobre ti es un acto de valentía para el que aún no me siento preparada. Y aún así, tengo una libreta especial para ti. Y aún así, sé que el primer libro que escriba en mi vida será para ti.
No recuerdo nada de aquel 23 de junio. Sólo imágenes borrosas que aún ahora no consigo hilar. Mi cama en la residencia de estudiantes. Mi compañera de habitación entrando para contarme algo. Los mensajes. Las imágenes en Facebook. El vacío. El silencio. La oscuridad colándose lentamente por la ventana.
Recuerdo otras cosas con claridad dolorosa: las escaleras al segundo piso de tu casa, tu colección de luchadores, el día que perdiste mi sacapuntas de Hércules, el primer día de clases en primaria, el olor de tu casa, tus dos pies izquierdos, tus orejas extrañas, tus lunares, la primera vez que me pediste que fuera tu novia a los cinco años, todos los días que me tomaste la mano cuando estaba asustada.
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El término 'Réquiem' está tomado de la primera palabra del ceremonial católico de la misa de difuntos. Rainer Maria Rilke escribió cuatro: a Paula Modersohn Becker, al conde Wolf von Kalckreuth, a Gretel Kottmeyer y a Peter Jaffé. De acuerdo a Jacinto Choza, Rilke no elabora concepciones de nada, pues 'vive las cosas al contarlas y al cantarlas' y es sólo cuando son vividas que toman forma: 'el amor, la muerte, la guerra, la música, el paisaje, la infancia son lo que hacemos de esas cosas al vivirlas, y entonces las transmutamos en sustancia humana a la vez que les damos forma y alma. Esa es la tarea de los hombres, en eso consiste ser hombres, y eso es, sobre todo, lo que nos define y nos constituye al otro lado de la muerte'.
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Durante mucho tiempo creí que escribir me ayudaría a recordar. Y descubrí que era un ejercicio inútil porque no sé describir lo que es el duelo para mí. Y no sé explicar lo que ocurre cada vez que recuerdo que ahora soy por siempre mayor a ti. A ti, que naciste cuatro meses antes que yo. Tal vez esto es lo que Esperanza López Parada llama 'la malavez'. Tal vez tú tampoco morías, tal vez tú también estabas regresando a casa.
Intento refugiarme en las palabras de otros, y mientras leo a Rilke ('tengo muertos, y los dejé marchar [...]/ sólo tú, tú vuelves atrás, me rozas, me rodeas') recuerdo a Leila Guerriero y a su amiga muerta y yo tampoco sé lo que te di. Porque aún ahora, sigues aferrando mi mano cuando estoy asustada.
La primera tarde que dormí después del sismo del 19 de septiembre te soñé. Apareciste en la puerta de mi departamento con una chamarra gigante y tu sonrisa que en la muerte es misteriosa. Escribiste lo más bonito que he leído en una libreta que yo tomaba mientras te ibas de nuevo.
Esa madrugada fueron las brigadas más duras y el recuerdo de ese sueño fue mi protección.
Hubo un momento, antes de las cinco de la mañana, en que todas las luces se apagaron porque parecía que había alguien con vida entre las ruinas de la fábrica. Yo estaba sola en la zona de derrumbe, cuidando las carretillas de comida, sueros y dulces. Tenía frío, sed y sueño. Y estaba asustada. El miedo que aparece antes de los ataques de pánico. Me senté en la banqueta, me apoyé en una carretilla, cerré los ojos. Tu sonrisa en el sueño llegó hasta mí. Nadie debía moverse y nadie lo hacía. Pero dos minutos después, alguien pasó frente a mí ofreciéndome su chamarra.
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Estudiando el réquiem que Rilke escribió para el conde Wolf von Kalckreuth, un joven poeta suicida, Choza explica que si bien respecto a los muertos jóvenes siempre existirá la sensación de injusticia, ellos, eternamente, 'desde su muerte prematura nos enseñan a ser'.
No sabía por qué la gente escribe sobre la muerte. Lo intuía, me gustaba creer que podía entenderlo, pero la realidad es que nada te prepara para las muertes absurdas, las injustas, las que debían ocurrir sesenta años después, cuando ya no tuvieras veinticuatro, cuando fueras ese viejo de ojos tristes de mis primeros sueños.
No recuerdo nada de aquel 23 de junio pero el sitio en el que habita mi desesperación es que mi memoria, entre la negación y el remordimiento y la pena, borró la última vez que te vi con vida. No puedo ir más allá del día que te vi en terapia intensiva, más de un año antes de tu muerte, y tu amigo, salido de no sé dónde, consiguió que nos dejaran entrar y me lavó las manos y me vistió de azul mientras yo sólo atinaba a seguir sus instrucciones.
Tal vez por eso me aferraba a soñarte. Tal vez por eso busco, como desquiciada, nuestras fotografías juntos. Tal vez por eso ahora fotografío sin cesar a todas las personas que amo.
Mientras escribo esto casi puedo verte entrar por la puerta de mi departamento, a unos metros de mí, como si llegaras de un viaje. Quisiera decirte, como Rilke, que te acerques porque no le temo a los muertos, ('si vienen, / es que tienen derecho a detenerse / en nuestra mirada, como las demás cosas). Y aunque sé que no debo pedirte nada, lo hago.
Quisiera también la claridad de Rilke, las palabras de Esperanza López Parada. Me enojo conmigo, porque sé que este no es el texto que mereces. Pero llegaré ahí, lo prometo.
Leila Guerriero escribió esto después de la muerte de Piglia, pero perfectamente pudo ser sobre las veces que te sueño: 'Trato, como un náufrago inverso, de hundirme en el sueño, de volver allí [...] Pero sólo escucho su risa en todas partes, y la sigo escuchando hasta que me duermo. Una risa gozosa que me recuerda que siempre estamos solos. Nunca abandonados'.
Y es que tú, todo el tiempo, estás junto a mí en la oscuridad.