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Desde la frontera

Jóvenes viejos y viejos jóvenes

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Jóvenes viejos y viejos jóvenes

Jóvenes viejos y viejos jóvenes

Romen García Arteaga

Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me ubico yo». Así iniciaba su discurso en la Universidad de Guadalajara, en 1972, el entonces presidente de Chile, Salvador Allende. La política de hoy está llena de viejos jóvenes. Personajes como López Obrador, Bernie Sanders (EEUU) o Manuela Carmena (España), componen esa clase política de edad avanzada que conquista a los jóvenes, que representa el cambio, lo nuevo que se gestó dentro de lo antiguo.

Estos viejos jóvenes poseen un denominador común, más allá de su aspecto entrañable: simbolizan un espíritu de lucha y regeneración. Su dilatada experiencia, política y/o profesional, logra dar coherencia a un relato de resistencia frente al establishment. Ejemplifican un espíritu rebelde en esencia, desde la calma de un septuagenario, y paradójicamente son capaces de representar un intento de regeneración.

La presencia de estos viejos jóvenes en la escena pública puede ser positiva. Sus liderazgos logran impulsar cambios políticos que satisfacen demandas de sectores progresistas sin asustar demasiado a los más conservadores. Al fin y al cabo, tildar de peligroso para la nación a un "abuelito" que sabe comunicar no ha resultado muy efectivo en estos casos.

El drama, sin embargo, está en el otro lado, en el de los jóvenes viejos. Aquellos que son incapaces de asumir con valentía el liderazgo político de espacios que vayan más allá de las juventudes de un partido. El problema está cuando las nuevas generaciones están en política para cumplir con la cuota joven de una lista electoral, para figurar y bajar la edad media de una foto en la que ningún menor de 30 años tiene capacidad de decisión política.

Quizá nuestro problema, como jóvenes viejos, es que proyectamos en los viejos jóvenes aquello que no nos atrevemos a ser. El espíritu revolucionario de quien quiso cambiar el mundo y pudo dejar su huella. El coraje de los que dicen lo que piensan sin sentirse cuestionados por no haber vivido lo suficiente. Debemos abrirnos hueco y alzar la voz para marcar el rumbo de un mundo en decadencia. Dar las gracias a quienes dedicaron sus esfuerzos pasados a mejorar la sociedad y ahora sí tomar nosotros la batuta. Afrontar colectivamente el reto de preservar nuestro planeta, que ya no es del futuro, sino del presente.

Tenemos que aprender a ser brújula como lo fueron quienes nos preceden y empezar a diseñar el mañana que soñamos. En definitiva, debemos recordar las palabras de aquel viejo joven en Jalisco que nos enseñó que «ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica».

Twitter: @Romen_Arteaga

Escrito en: Desde la frontera viejos, jóvenes, política, espíritu

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