Nueva York y una obra profética
La primera vez que viajé a Nueva York fue en julio de 2001. Días antes de tomar ese avión recibí un correo electrónico a mi antigua dirección de yahoo que decía que era uno de los diez finalistas en la categoría de Instalación del Gran Premio Omnilife a celebrarse en Guadalajara en el marco de las Fiestas de Octubre.
Este galardón creado por Jorge Vergara otorgaba 250 mil dólares anualmente y es una verdadera pena que esa fuera su última edición: era una cita que se había convertido rápidamente en un semillero de jóvenes talentos donde de manera creativa una empresa cumplía de manera notable con su cuota de responsabilidad social.
Realicé este viaje en compañía de un grupo de amigas y amigos que iban específicamente a ver un concierto de Madonna en una de sus cinco fechas en el legendario Madison Square Garden. Uno de ellos viajaba con frecuencia a la Gran Manzana y realizó una más que asertiva agenda de lugares para visitar. Recuerdo que llegamos un domingo y él nos llevó a una disco que estaba repleta y que programaba excelentes djs.
Gracias a su dominio de la escena local optimizamos nuestros recursos y la pasamos genial. Recuerdo que trabé rápidamente amistad con una fotógrafa israelita que conocí en el Javits Convention Center. Ella vivía en Nueva Jersey y para irla a visitar tenía que tomar en Manhattan un Path Train que se encontraba justo debajo del (a punto de ser devastado) World Trade Center.
Esa semana que pasé allí entre los últimos días de julio y los primeros de agosto han sido sin lugar a dudas una de las más memorables y energéticas que he tenido la fortuna de vivir. Con mi amiga de origen ruso compartía también el gusto por la música en ese entonces llamada "alternativa".
Éramos fans de grupos como Siouxsie and the Banshees y Massive Attack, por ejemplo, y gracias a ella descubrí joyas como "So Far From Belief" de Dreamscape y "Lion" de Tones On Tail.
Gracias a la mediación de mi mentor Santiago Espinosa de los Monteros tuve la fortuna de conocer a la generosa y grandísima artista Laura Anderson quien dividía su año trabajando seis meses en Nueva York y los otros seis en la selva del Amazonas en Brasil. Ella vivía en Chinatown en un loft muy amplio y me contó que el once de septiembre del 2001 tras ver por la televisión al avión de American Airlines impactar la primera de las dos Torres Gemelas salió a la azotea de su edificio y minutos después vio el segundo impacto en vivo y en directo sin mediación de dispositivo electrónico. Obviamente se desató un pánico colectivo y rápidamente se corrió la versión de que más edificios serían atacados, ahora sí parafraseando a la agrupación de trip-hop, en un "ataque masivo" de un enemigo desconocido contra una de las joyas de la corona de los estadounidenses.
Esto afortunadamente no aconteció pero los trágicos eventos cambiarían la fase de la tierra de manera dramática. Volviendo a la mágica e inabarcable ciudad de Nueva York, si bien es imposible enumerar a la cantidad de músicos, cineastas y creadores plásticos que han realizado obras memorables estando allí o inspirados por ella, vale la pena citar a Alicia Keys y Jay Z donde el segundo se describe con autoridad como el "nuevo Sinatra" y al inglés Richard Ashcroft en su oda a la ciudad que nunca duerme donde con su característico talento manifiesta su fascinación por ella.
No es exagerado decir que suscribo las palabras del vocalista de The Verve y como dijo Bergman de Tarkovski, "logró decir lo que yo no pude formular", al menos no de esa forma tan cristalina y rotunda. Si la vocación de los museos es preservar lo que se cree que es importante para trasmitir a las nuevas generaciones, yo concluyo que Nueva York es una especie de Museo de Personas Vivientes. Prácticamente con cualquiera con la que platiqué tenía algo muy interesante que decir.
Volviendo al Gran Premio Omnilife, el día de la Premiación llegué una hora antes y me permitieron visitar el recinto. Una obra llamó poderosamente mi atención. Era una bella cerámica que representaba un avión comercial de pasajeros. Este se encontraba, por decirlo de alguna forma, penetrando la mampara en la que estaba montado. Solo veíamos un fragmento de una de las alas y la cola. Es decir eran dos segmentos que la mente del espectador ensamblaba y como apenas había pasado un mes de la tragedia de las Torres Gemelas y el artista que había creado esta obra la había hecho y mandado a Guadalajara meses antes de los fatídicos eventos se convertía en una pieza profética.
Creí equivocadamente que por esto ganaría. No fue así. Años más tarde conversé con su creador, Diego Toledo y le pregunté: "¿Qué sentiste el once de septiembre de 2001?" A lo que me respondió: "Fue el día más importante de mi vida porque nació mi hija". El avión de Toledo no ganó el Omnlife pero será una obra que sin duda pasará a la Historia del Arte.