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Sobre un cuento de Eduardo Antonio Parra

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SAC-NICTÉ CALDERÓN

Nada hay más frágil que la frontera. Como espacio geográfico, límite personal o margen entre géneros, las fronteras no están hechas para respetarse en la misma medida que lo están para romperse. ¿Qué se encuentra del otro lado? Sobre lo que está fuera de lugar, lo que queda y lo que se va, se construye la narrativa de Eduardo Antonio Parra.

"Tierra de nadie" es el título de su segundo libro: nueve cuentos que se levantan justo en donde advierte la premisa, espacios que se asemejan más a un limbo que a un lugar que pueda ser habitable. Para Nora Guzmán, en el libro "la frontera es, además, una metáfora pertinente de la época contemporánea que reflexiona en el multiculturalismo, la alteridad la fragmentación. Una frontera que va mucho más allá de la cuestión geográfica para instalarse en los intersticios del ser humano, en el terreno de lo liminal [...] En ello se introduce también el tema de la otredad: la necesidad de traspasar los muros, el río, los alambres de púas, el desierto, para construir la imagen del otro".

Parra, alejado de los lugares comunes, ha explorado la frontera a profundidad para desmitificarla, con la mirada fija en personajes marginales, eternos protagonistas de sus historias. Muestra que no todo es narcocorridos y desierto, que la frontera también se conforma de vagabundos, ancianos, mitos, huérfanos, travestis. "Tierra de nadie" recupera la fórmula de Carlos Monsiváis y, con lo marginal al centro, retrata a una sociedad que está lejos de ser homogénea.

El libro gira en torno a los límites.

"El escaparate de los sueños" y "Los últimos" son las dos caras de una misma moneda: el primer cuento representa, a través de Reyes, a los hijos de migrantes que han crecido con la vista centrada en "el otro lado", mientras "Los últimos" es la historia de una familia que, aferrada a sus raíces, se niega a abandonar su hogar. "El cristo de San Buenaventura" y "Nomás no me quiten lo poquito que traigo", retratan a personajes que llegan al límite de su propio ser. "La piedra y el río" y "Traveler Hotel" hablan del peso de la vejez en ambos lados de la frontera, con un tratamiento fantástico. En estas historias, como en "Navajas" y "Viento invernal", la atención se enfoca en seres que no pertenecen a ningún lugar.

Es en "La vida real", uno de los cuentos donde los personajes no intentan cruzar una frontera, sino son la frontera en sí, en que aparece una propuesta diferente, pues involucra a la posición del periodismo frente las coberturas policiacas.

En la historia, Soto, atrapado en la guardia nocturna de un periódico que puede ser cualquiera del país, se debate entre escribir la nota del asesinato de una pareja de vagabundos, "Los amorosos", a la típica manera amarillista, como la exige su jefe, o permitirse llevar la noticia más allá. Soto había desarrollado una relación singular con la pareja desde que los encontró en una operación policial en un prostíbulo. Lo atrapó la tranquilidad de su vida en el peor de los mundos, el amor que latía bajo los jirones de tela, entre las moscas, la basura, las reuniones de pordioseros.

El cuento, de acuerdo a Mónica Lavín, representa una de las obsesiones de su autor: "las orillas del mundo 'normal' han interesado a Eduardo Parra, esos vagos, locos, teporochos, trashumantes que nos devuelven, como espejos despiadados, otro rostro de nosotros mismos".

Es justo por esos motivos que el reportero se resiste a entregar una nota que mostrará lo peor de su entorno, cuando él ya había conocido (y realizado un reportaje) sobre el otro ángulo:

"La pinche nota, repitió Soto apretando los dientes y se sobó las manos en el pantalón [...] Empezó a teclear y otra vez paró. ¿Cómo escribir la nota? ¿Cómo eludir la impresión de haber reconocido los cadáveres? ¿Cómo darle un tono de falsa objetividad para que los lectores no advirtieran que sus sentimientos, su asco, su decepción estaban involucrados?"

Para Soto, la mejor forma de hablar del crimen es desde el otro extremo, a partir de las fotografías y el reportaje que mostraban la historia de amor que comenzó cuando los vagabundos se encontraron en la calle. Ahí, frente a ellos, Soto "se supo intruso, ajeno a ese mundo constituido sólo por dos seres".

Si bien el director del diario no permitió que el reportaje se publicara en aquella ocasión, para Soto "la vida real" aún era esa: la felicidad que había encontrado "entre la escoria que anidaba las calles". El director permanece en la superficie, mientras Soto intenta revelar algo más.

Nacido a partir de una nota roja, y transformado directamente en cuento sin pasar por la estructura de una crónica, "La vida real", no es sólo una historia que retrata la vida de dos seres marginales y sus efectos en un reportero, es una lección de periodismo ante el tratamiento de noticias policiacas. ¿Soto hubiera reaccionado de la misma manera de ser una pareja de completos desconocidos? Probablemente no. Lo importante es que elige, en sus posibilidades, salvarlos. "No es justo que los vean así, desnudos, ultrajados", dice. "No lo voy a permitir".

Escrito en: ITINERANTE frontera, vida, otro, Soto

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