Cuidemos a los hijos de los delitos sexuales
Cuando, hace unos días, se dio a conocer una noticia en el sentido de que un maestro había violado sexualmente a un niño de primaria, la información, seguramente, nos estremeció y nos conmocionó a muchos padres de familia, ya que, generalmente, tenemos la certeza de que, después del hogar, la escuela es el espacio más seguro para nuestros vástagos, pues confiamos en que precisamente son los y las docentes quienes se encargan de que ese objetivo se plasme en una realidad, además de que hacen suya la preocupación para que a los educandos no les pase nada dentro del plantel de enseñanza.
Sin embargo, y a pesar de que son pocos los casos en los que se ven involucrados maestros como presuntos delincuentes, ya sea por agredir psicológica como físicamente a sus alumnos, lo cierto es que cuando ocurren este tipo de episodios, y que trascienden a los medios de comunicación, no deja de invadirnos una sensación de inquietud, toda vez que pensamos en la posibilidad de que uno de esos menores de edad podría ser un hijo o una hija nuestros, así que nos ponemos en alerta.
Esas señales de alarma son las que precisamente nos mueven a tratar de aplicar algunas medidas de prevención para evitar que alguno o alguna de nuestras hijas sean víctimas de un delito de naturaleza sexual, pues sabemos que se trata de eventos muy traumatizantes que podrían marcar en muchos aspectos a los menores, sobre todo si se trata de infantes de menos de 10 años de edad, que son más vulnerables a todo tipo de ataques cuando se les engaña con argumentos que, incluso, podrían poner en riesgo no sólo su integridad física, sino también la de carácter psicológico, anímico y emocional.
Aunque los ciudadanos ignoramos el contexto y las circunstancias en las que ocurrió el mencionado delito, debido a que la autoridad educativa estatal no proporcionó los pormenores correspondientes, lo cierto es que se trata de un ilícito que, en su momento, seguramente, causó un gran dolor y una enorme indignación (por decirlo menos) en la familia del menor afectado, ya que el infante debió haber cargado con un peso que le debe haber vencido hasta que, presumimos, tuvo que confesar y armarse de mucho valor para denunciar los atroces hechos de los que fue víctima por parte de quien se supone debe ser un modelo y un guía en todos los aspectos.
Si de por sí ha de haber resultado doloroso y traumático sufrir esa experiencia, con mayor razón, debió ser muy complicado tomarse el tiempo y armarse del valor necesario para revelar ese episodio que lo marcó al haber sido vulnerado en su intimidad por parte de un docente que abusó de la confianza, de la autoridad y de la cercanía que tenía con el menor para invadir su privacidad y lastimarlo en su integridad física, moral, emocional, anímica y psicológica, con lo que el infante, seguramente, requerirá respaldo en muchos aspectos para tratar de retomar su vida "normal" luego de haber vivido ese terrible episodio dentro de esas cuatro paredes que, al menos para él, dejaron de ser seguras.
Quienes hemos tenido la honrosa responsabilidad de presidir una mesa directiva de padres de familia de una escuela primaria nos hemos enterado de casos de violencia física, psicológica y hasta sexual por parte de los mismos alumnos hacia sus propios compañeros y compañeros. Recuerdo, por ejemplo, el caso de un estudiante de sexto grado que abusaba sexualmente de otro en el interior de los sanitarios, hasta que el más pequeño, harto de sufrir las vejaciones, denunció a su victimario ante las autoridades escolares, quienes tomaron cartas en el asunto para ponerle punto final a esa agresión y buscar apoyo psicológico para ambas partes.
Así como este caso existen otros, por decenas, centenas, sino es que hasta miles, en los que infantes y adolescentes son violentados o acosados sexualmente entre ellos mismos o hasta por parte de docentes, directivos o del personal que labora en las distintas áreas de los planteles educativos, donde la seguridad no siempre es el sello distintivo por el que los padres desearíamos que destacaran las escuelas y su personal en general, para que también mantivieran un mayor control y vigilancia sobre los educandos que acuden a esos espacios en busca de aprender y a desarrollarse en un ambiente de respeto, solidaridad, apoyo y armonía.
De acuerdo con especialistas en conducta, los padres de familia debemos estar en alerta permanente para saber reconocer algunas señales que podrían representar avisos en torno a un posible riesgo en el que podrían estar nuestros hijos o hijas, como el hecho de que, repentinamente, se aislaran en su habitación dentro del hogar con el objetivo de no convivir con los demás integrantes de la familia; además, otro signo podría ser la negativa o rechazo a acudir a la escuela sin un argumento convincente.
Cuando detectemos o descubramos ciertos cambios en su conducta, ya sea dentro o fuera del hogar, tenemos que actuar de inmediato para tomar cartas en el asunto y abordar el conflicto en el que podrían estar involucrados, ya que está de por medio no sólo su salud física, sino también su integridad emocional.
Por ello, amable lector(a), lo mejor siempre será mantener una comunicación constante con los hijos para inspirarles la confianza necesaria que les permita contarnos todo aquello que los amenace, en todos los aspectos.