
Quiero palomitas
“El hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y, sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace”, así el filósofo francés Jean-Paul Sartre lanzó como una bomba este concepto que cambió la forma de ver la libertad.
Por ello cada acto que hacemos es parte de la afirmación de nuestra libertad individual, para luego de ese breve momento de levedad dentro de nuestro ser, nos pegue como onda expansiva el peso de la responsabilidad por lo que decidimos hacer. Milan Kundera lo expresó magistralmente en una pequeña novela donde sus protagonistas son Teresa, Tomás, Sabina, Simón y Praga.
Con estos elementos podemos crear unos binoculares para tratar de entender la nueva película del último gran director Christopher Nolan, quien ya nos tiene acostumbrados a un cine que nos haga pensar e impactarnos con la ciencia, las imágenes y el sonido.
Oppenheimer nos muestra cómo las decisiones que tomó el famoso físico estadounidense, conocido como el padre de la bomba nuclear, no solo lo llevaron a obtener este logro que transformó la vida de todos nosotros. El protagonista, interpretado magistralmente por Cillian Murphy, se confronta a la ambivalencia de llegar a desarrollar algo que en teoría no era posible, a través de las matemáticas, el arte, la revolución del pensamiento y la pasión, se conjugaron para hacer posible la división de los átomos.
Para ello, Nolan se muestra como un maestro de la luz, del sonido y del tiempo, que no le teme a realizar una explosión no en función de un simple artilugio cinematográfico, sino como reto que va más allá de solo integrar ya sea por material ya filmado o bien utilizando el tan acostumbrado CGI, sino como parte de la historia, aquella que fue un solo instante para quienes estuvieron presente, pero que repercutió en los subsecuentes años, haciendo posible que espectador sea partícipe una microparte de eso que llamamos realidad, aunque sea más un reflejo de la ficción.
La historia se desarrolla a dos voces, con una carga neutra (la historia de Oppenheimer) que se confronta al peso de una carga negativa (el relato de Lewis Strauss, que llevará a Robert Downey Jr. a volver a ser nominado a los premios), lo cuales se irán confrontando con la idea de generar una reacción en cadena, de la cual tratará de poner en su lugar a cada personaje, con su estatura correspondiente. Si bien Murphy carga con el gran peso de la película, tanto Emily Blunt (enorme), Matt Damon, Florence Pugh (cuando hay un director, ella brilla), Josh Hartnett (el gran regreso), Casey Affleck, Kenneth Branagh y hasta Rami Malek, hacen que la historia no caiga en los lugares comunes de una biopic, sino que se acerca a la epopeya, donde hay traiciones, desencuentros, amor y pasión, porque solo así vale la pena contar aquello que no se puede perder en la inmensidad del universo.
El costo de Prometeo por regalarles a los humanos el fuego fue su condena, y parece que para Oppenheimer así fue su destino. Y si bien Nolan busca que tengamos una cierta empatía con el protagonista, nos deja con la angustia en nuestras venas del cómo, también en el fondo somos producto de esas decisiones. En nosotros hay un poco o un mucho de ese apetito por la destrucción que nos da la ligera posibilidad de tener entre nuestras manos la posibilidad de desaparecer lo que es la realidad, aunque las consecuencias sean aquellas que nos marcarán por toda la vida.
Esta historia podría darle el primer Óscar a Christopher Nolan en su carrera, tanto en la dirección como en el guion, porque es el tipo de película que encanta reconocer a la Academia. Sin embargo, puede meterse en esta carrera una muñeca no precisamente vestida de azul y un príncipe no precisamente que vive en un castillo sino en el desierto o un Martin Scorsese.